Enrique Ferrari Nieto Universidad de Valladolid EL 98 QUE PLANTEA ORTEGA: BISAGRA DE SENSIBILIDADES EN EL TANTEO DE GENERACIONES Palabras clave: razon vital, sensibilidad vital, generacion, noventayochistas, sensibili-dad negativa, Andres Hurtado En sus reflexiones esteticas sabemos que Ortega no suele cenir el recorrido de su propuesta a los limites de lo estrictamente artistico, sino que encaja su pensamiento es-tetico, que articula primero con lo formal, en un entramado de enlaces con el que intenta dar con una respuesta global a su tiempo. Con lo que lo estetico, sin perder su autonomia, inicia una reflexion mas ambiciosa que alimenta, a su vez, una nueva perspectiva sobre el objeto estetico, que permite otras lecturas menos obvias desde cada uno de los enlaces con los que lo piensa Ortega. De este modo, con el 98, las referencias a los escritores con un enfoque de conjunto, de grupo literario, trascienden, desde la nocion -basica en su fi-losofia- de generacion, las cuestiones meramente literarias, en las que apenas se detiene, para tomar una nueva orientacion, como precursores de una epoca nueva, dentro de un planteamiento mas abarcador de sensibilidades vitales: como un paso mas, el penultimo, que cierra sensibilidades pasadas, la inmediata, la de la Restauracion, y tambien el fondo del Idealismo, y abre una nueva sensibilidad, con ese movimiento de negacion, para un tiempo en el que la juventud y el deporte imponen sus formas. Porque su epoca es un tiempo de crisis. Husserl habia hablado ya de una crisis de las ciencias europeas: una crisis que, mas alla de unos resultados o unos metodos, se apodera -segun Ortega- de la vida en su totalidad y, con ello, contribuye a una crisis vital, a una crisis de la humanidad como proyecto racional. Es, dice, un tiempo de inautenticidad, de vida equivoca, en el que el hombre se siente perdido, desorientado respecto a si mismo. La postura moderna ha agotado sus posibilidades, y es necesario, dice, otro gran viraje, que quiere engordar con su propuesta, que nace con la mentalidad de este tiempo nuevo, que ha dejado atras, o lo esta haciendo, el respeto excesivo a la razon, degene-rado, en muchos casos, en beateria. El busca un equilibrio. No rechaza la razon, pero la baja del trono y la pone al servicio de la vida. Porque no puede sustituirla, o des-vincularse de ella. Ortega dilata su sentido, para que sea de verdad respuesta a la vida de cada hombre. Esa razon pura debe dar paso, dice, a la razon vital: Una razon que es herramienta para la vida, que surge tras asumir la circunstancia como un elemento mas de un «yo» mas rico que el idealista, en el que coexisten los dos elementos, como los Dii consentes. Una razon que reconoce que las ultimas cosas solo se conocen por si mismas, de manera intuitiva, irracional. Que el intelecto no saca de dentro de si los conceptos fundamentales, sino que le vienen impuestos por la circunstancia, por las necesidades vitales. Porque el pensamiento, lejos de ser una realidad unica y primaria, es consecuencia del existir. Lo que existe no es la conciencia, sino un hombre con un contomo de cosas que interpreta y valora desde una cierta altitud vital que le da su generacion. Generacion (el compromiso dinamico entre masa e individuo) es, en Ortega, el con-cepto mas importante en la comprension de la historia, porque es el gozne o la bisagra sobre el que ejecuta sus movimientos (III, 147)1. Cada una con una arquitectura propia para el drama que es siempre la vida humana (IX, 517). Porque cada generacion reduce el mundo a un horizonte propio y a el se subordina todo: como una cierta altitud vital desde la cual se siente la existencia de una manera determinada (III, 148). Con unos supuestos determinados, que son mas o menos distintos a los de otras, porque el sistema de verdades, de valores esteticos, politicos, morales o religiosos, tiene una dimension historica. Cada una tiene una peculiar sensibilidad, un modo diferente de pensar y de sentir, que representa con una imagen que repite varias veces: la de una caravana en la que va un hombre, prisionero y a la vez satisfecho, fiel, dice, a los poetas de su edad, a las ideas politicas de su tiempo, al tipo de mujer triunfante en su mocedad y hasta al modo de andar usado a los veinticinco anos. De vez en cuando ve pasar otra caravana con su raro perfil extranjero: es la otra generacion, que en un dia festival, escribe, la orgia mezcla, pero a la hora de vivir la existencia normal, la caotica fusion se disgrega en los dos grupos verdaderamente organicos, con los que cada individuo reconoce su propia colectividad (IV, 92). Todos los que viven en un momento determinado bajo una misma atmosfera son contemporaneos, pero solo son coetaneos -y, por tanto, forman una generacion- aquellos que tienen la misma edad y algun contacto vital (V, 38): solo los que dan al mismo tiempo el paso para que camine la historia. Establece una cronologia muy precisa (nada que ver con la de la sociologia positi-vista del XIX): cada generacion actua alrededor de treinta anos en dos etapas diferentes. En la primera mitad de ese periodo, la nueva generacion hace propaganda de sus ideas, de sus gustos; se va abriendo camino para desplazar a la generacion anterior de su pues-to privilegiado. Son quince anos de esfuerzo para alcanzar la cima. Los quince anos restantes son los de su dominio. Sus ideas son aceptadas. Pero tambien debe resistir el empuje de una nueva generacion que quiere imponer sus nuevas ideas. «Cada generacion -escribe en 'Mision de la Universidad', en 1930- lucha quince anos para vencer y tiene vigencia sus modos otros quince anos» (IV, 317). Porque en cada presente coexisten tres generaciones: la de los jovenes, la de los hombres maduros y la de los viejos. Que, al ser diferentes, viven en esencial hostilidad (IV, 91). Y ese enfrentamiento -elemento clave en el concepto de generacion de Ortega que lo diferencia, segun dice, de las ideas insinuadas por Lorenz, Harnack y Dilthey (IV, 91n.)- es lo que impide el estancamiento de la historia. Porque el antagonismo entre las edades que comparten un tiempo historico hace que la historia, en vez de mantener una posicion o direccion constante, de virajes imprevistos o abandone proyectos anteriores que ya no interesan a la nueva generacion. Porque generacion no es genealogia, la serie biologica (o, mejor, zoologica) de hijos, padres y abuelos (V, 44). Las generaciones no son una sucesion, sino polemica. Y esa polemica es la que Como ha quedado establecido en los estudios orteguianos, el numero en romano hace referencia al tomo y los arabigos a la pagina de las Obras completas de Jose Ortega y Gasset editadas en Alianza Editorial en 1983. inyecta ese dinamismo a la historia: «Lo decisivo en la idea de las generaciones no es que se suceden, sino que se solapan o empalman. Siempre hay dos generaciones actuando al mismo tiempo, con plenitud de actuacion, sobre los mismos temas y en torno a las mis-mas cosas -pero con distinto indice de edad y, por ello, con distinto sentido» (V, 49). El joven, dice, no aprende del viejo, como se ha escrito en los antiguos libros retoricos, sino que se enoja y aburre con el anciano, y hace lo contrario de lo que este le sugiere: Lo que queda de fondo en el enfrentamiento de Andres Hurtado con su padre, por ejemplo, al comienzo de El arbol de la ciencia, con el que Baroja decide el perfil de un protagonista que se siente solo y abandonado para representar al nuevo hombre del 98. Con lo que cada nueva generacion da un nuevo viraje que impide que se cumplan los proyectos de la anterior (IV, 18). Aunque para cada una vivir es una faena de dos dimensiones: una, reci-bir lo vivido por la anterior y, la otra, dejar fluir su propia espontaneidad. Si no establece grandes diferencias entre lo recibido y lo propio da lugar a epocas cumulativas; en cambio, cuando siente una profunda heterogeneidad entre ambos elementos sobreviene una epoca eliminatoria ypolemica, en la que los jovenes, en lugar de conservar lo heredado, lo sustituyen, y comienza una edad de iniciacion y beligerancia constructiva (III, 149). Sera esteril una generacion cuando no sea capaz de abandonar las ideas recibidas para afirmar sus propios principios. Porque ante todo ha de ser fiel a si misma, porque cada una tiene su vocacion propia, una mision determinada, un deber adscrito a su vida: «Cada generacion no es, a la postre, sino eso: una determinada mision, ciertas precisas cosas que hay que hacer» (VIII, 42), escribe. Lo que los hebreos, recuerda, llaman Neftali: «Yo he combatido mis combates» (III, 163). Las generaciones que faltan a su vocacion, que no cumplen su mision, dice, son in-fieles a si mismas. La suya, por ejemplo (VII, 293): porque en El tema de nuestro tiempo denuncia que pocas veces en la historia los hombres han vivido menos en claro consigo mismos y han soportado con esa docilidad formas que no le son afines; de ahi esa apatia en politica o en arte (III, 151). Diez anos despues, con En torno a Galileo, le pone a la ultima generacion un principio y un fin, desde 1917 a 1932: con unos pocos rasgos: las nuevas formas politicas, el fascismo y el bolchevismo, y el cubismo pictorico y una poe-sia semejante (V, 54). La que, con el calculo de los quince anos, es tambien su generacion (no solo en Espana, sino en Europa): la que, con el nombre que empleo por primera vez Lorenzo Luzuriaga en 1947, han llamado del 14 (Molinuevo, 2002: 24), en los anos de su dominio, que marco, con su magisterio persuasivo, a las generaciones posteriores: en filosofia y, tambien, con un nuevo prisma para el conocimiento, en la literatura y el arte de vanguardias (Rodriguez Huescar, 1994: 191). Con lo que deja, para la anterior, mientras el y sus coetaneos (con Meditaciones del Quijote, en 1914, por ejemplo) van abriendose paso, la franja mas o menos nitida entre 1902 y 1917: que, con Camino de perfeccion o La voluntad ese mismo ano, domina en la literatura espanola la Generacion del 98, con el termino consensuado para agrupar a aquellos escritores que comenzaron a publicar en la ultima decada del XIX, aunque sea solo, como escribio Abellan, un cruce de biografias (Abellan, 1995: 21): con el nombre que dio Azorin en 1913 con una nomina mas precisa que la de Ortega (cohesionada en las tertulias, periodicos y editoriales de Madrid), una vez pasado su momento (Mainer, 1986: 132), en la que resalta el efecto del desastre colonial, pero tambien las filosofias de Schopenhauer y Nietzsche, las literaturas rusa y francesa, y la ideologia anarquista. En los libros de Ortega las referencias al 98 apenas son unas pocas notas -un analisis muy sobrio en «Pio Baroja: anatomia de un alma dispersa»- como grupo heterogeneo de escritores (del que ya no se considera parte) que empezaron a publicar en 1898, repre-sentados en el Andres Hurtado de Baroja (IX, 491). Con una lista que no es exhaustiva: Unamuno, Benavente, Valle-Inclan, Maeztu, Azorin, Baroja ... Como fruto de una nueva sensibilidad emergente: una sensibilidad negativa (la negacion como sensibilidad), que es una barbarie redentora. Porque apenas comparten algo positivo. Solo su rechazo a la Espana preterita, a la mitologiapeninsular: el casticismo y la tradicion nacional, los valo-res adquiridos a los que estos oponen su modernidad. Convergen solo en su certeza de la incapacitacion de la Espana constituida, la Espana ornamental y sin sustancia que era solo un ademan. Y, por ello, en la necesidad de crear una Espana desde los cimientos, a nihilo (IX, 494-496). Los hombres del 98 se encontraron sin una nacion en que realizarse ni individualidades a quienes seguir. Escribe: «Los hombres de la generacion de Baroja que han valido algo tienen, en diferentes grados, el rasgo comun de parecer gentes a quienes un incendio acaba de arrojar de su casa y andan despavoridos buscando otro albergue, sin que el azoramiento alojado en ellos les permita descubrirlo ni aun topar con los cami-nos reales que a poblado conducen. Y van a campo traviesa soliviantados y quien no los conozca habra de tomarlos por malhechores intelectuales» (IX, 497). Fue, por tanto, una generacion fantasma. Solo pudieron vivir teoricamente, criticamente, para hacerse sitio en un mercado que dominaban los viejos (Calvo, 1998: 13). Pero su analisis -les reconoce Ortega, que estudia, en este aspecto, sobre todo a Baroja y a Azorin- es un primer paso en la posibilidad de una vida nueva (X, 226-227). Y, por ello, se siente de algun modo sucesor de ellos. Incluso fue el primero en dar nombres para el 98, con un alcance mas amplio, en el que al principio se incluia tambien el mismo, muy amigo, por ejemplo, de Maeztu esos primeros anos. Pero pronto se distancia: sobre todo como intelectual, frente a la figura del juglar, del que se exhibe a si mismo porque le faltan las ideas, que ve repre-sentado en Unamuno, primero un referente y luego un anti-paradigma (Marichal, 1990: 36), y tambien en Ganivet o Shaw. Aunque mantiene el reconocimiento de la deuda de su propia generacion. Como si los noventayochistas fueran la bisagra que cierra y abre dos sensibilidades casi antagonicas, porque rechazan la anterior, la de la Restauracion, que intentan borrar (Mainer, 1986: 20-21), pero no dan el paso positivo de afirmarse en una nueva sensibilidad, o sentimentalidad, como prefiere Juan de Mairena (Machado, 1984: 58): la sensibilidad del tiempo de Ortega: la que sigue a esa Restauracion que el detesta: un periodo nuevo, que se delata en dos rasgos que son opuestos a los de los restauradores: «la de abrigar vivas sospechas sobre el positivo vigor historico de nuestra raza y, en con-secuencia, la de estar dispuestos a anteponer todos aquellos medios que sean necesarios para avivarlas a las meras ficciones y apariencias de buen gobierno» (I, 279). Se quedan en ese primer movimiento del mecanismo con su negacion: con su re-clamacion de autenticidad frente a la falsificacion del periodo anterior, que personaliza en Juan Valera: como un «Dios-Pan sonriente y ciego que perdura en el yermo jardin de nuestras bellas letras como la estatua blanca y rota de una deidad gentilica» (I, 26): el Va- lera critico, no el escritor, de completa insensibilidad de las diferencias (I, 160), con una critica del rebajamiento, fruto de un positivismo inconsciente, propio de la raza, escribe en 1910, en «La critica de Valera. -De la dignidad del hombre.- Valera como celtibero» (I, 161): La Restauracion, con el regimen politico que se instauro en Espana en 1874 con el restablecimiento de la monarquia borbonica con Alfonso XII, y que termino en 1902, con la mayoria de edad de Alfonso XIII, a la que Ortega le reprocha el retraso de Espana respecto a Europa, la pobre herencia que han recibido ellos (I, 284), por este periodo de paralizacion de la vida espanola, de un panorama de fantasmas en el que Canovas fue el gran empresario de la fantasmagoria (I, 280), de la apariencia y de lo ficticio (II, 520-521), de una politica abstracta, irreal (I, 290), como un continuo dar largas (X, 639). «Durante ella -escribe en Meditaciones del Quijote- llego el corazon de Espana a dar el menor numero de latidos por minuto» (I, 337). Al contrario que el periodo anterior, antes de 1860, que reivindica como la etapa mas sana y fecunda que ha vivido Espana desde 1650, de la que si se siente heredero: de su sentido moral de la vida (no de su Republica). Estos fueron profesores y escritores. Los de la Restauracion: abogados y negociantes (III, 12), inmersos en la obsesion burguesa del utilitarismo que contesta, por ejemplo, Valle-Inclan, hermano mayor en la nueva familia espiritual, dice Ortega, con su literatura sin trascendencia, inutil, sin los personajes vulgares que fueron el hombre-medio de las novelas naturalistas (I, 25). Escribe el madrileno en «Vieja y nueva politica», en 1914: «La Restauracion significa la detencion de la vida nacional» (I, 280): Lo que denuncia Azorin: el caballero de las violas para Ortega: porque busca lo humilde, lo olvidado, lo minimo (II, 190). Con uno de los rasgos con el que coloca al 98 como antesala de la nueva sensibilidad: En su arte, que evita las expresiones excesivas, se produce una inversion de la perspectiva: lo pequeno ocupa el primer plano y lo monumental es solo ornamento: «Como unas pinzas sujeta Azorin ese minimo hecho humano, lo destaca en primer termino sobre el fondo gigante de la vida y lo hace reverberar al sol» (II, 160). Es lo contrario a un filosofo de la historia. No hay en el nada solemne (II, 159). Maximus in minimis, escribe Ortega. Como una regresion al gusto primitivo, como la de algunos pintores contemporaneos a el (II, 191). Con el que reconoce una de las grandes aportaciones de los Ultimos anos, dice en 1911: «Lo mejor que ha traido la literatura espanola en los Ultimos diez anos ha sido los ensayos de salvaciön de los casinos triviales de los pueblos, de las viejas inUtiles, de los provincianos anonimos, de los zaguanes, de las posadas, de los caminos polvorientos -que compuso Azorin» (I, 200). Busca en cada cosa solo sus costumbres, para sugerir la fuerza negativa de la repeticion que es la vida, pues las innovaciones no son mas que apariencia (II, 181). Sus personajes no tienen valor por si mismos. Sino en la percepcion de que cada uno de ellos es solo uno mas de una serie ilimitada compuesta de elementos identicos (II, 177). Azorin piensa -por un poso, dice Ortega, de la creencia del siglo XIX- que son las criaturas anonimas, y no los grandes hombres, quienes dan forma a la vida social (II, 185-186). Sus libros son un mundopara-litico y moroso, porque son un ensayo de salvar el mundo. Al petrificarlo esteticamente, lo hace inmortal, porque el movimiento es para el la vida gastandose (II, 174). El pasado es su tema estetico (I, 324). Pero no lo busca como el arqueologo o el erudito; el quiere re-vivirlo: «revivir la sensibilidad basica del hombre a traves de los tiempos» (II, 163-165). Lo llama poeta de lo castizo (un halago; nada que ver con escritor casticista) (II, 186): ha sido quien ha acertado con la brecha por donde la sensibilidad moderna puede penetrar en el recinto de la literatura vieja (I, 264). Ha hecho de lo castizo su materia; se ha su-mergido en el pasado espanol, pero la obra de Azorin es actual: «Emplea los organos sentimentales del anima contemporanea para hacerla percibir, bajo la especie del presente, lo pasado» (II, 188). Asi -senala Ortega en «Azorin: primores de lo vulgar^»- ha visto el hecho radical de que Espana no vive actualmente, sino que la actualidad de Espana es la perduracion del pasado: Espana no se transforma; se repite (II, 176). Escribe en «Nuevo libro de Azorin», en 1912: «El arte de Azorin consiste en suspender el movimiento de las cosas haciendo que la postura en que las sorprende se perpetue indefinidamente como en un perenne eco sentimental. De este modo, se desvirtua el poder corruptor del tiempo. Se trata, pues, de un artificio analogo al de la pintura. Azorin reduce pasado y futuro a la sola dimension del presente y en ella los hace cohabitar: dentro del presente yace el pasado en condensacion y se halla el futuro preformado» (I, 240-241). En los noventayochistas lo que busca Ortega en su arranque como filosofo es solo una nueva sensibilidad vital, que define en El tema de nuestro tiempo, de 1923, como la sensacion radical ante la vida, el modo en que se siente la existencia en su integridad indiferenciada (III, 146-147). No su literatura, que olvida, o menosprecia, o la deja en un segundo plano, solo como el soporte necesario (en muchos casos, piensa, de manera poco eficiente) para trasmitir esos primeros sintomas de cambio. El precursor es Baroja (II, 72). Al que Ortega tiene como referente fundamental en sus primeros articulos para otear los primeros pasos de esa nueva sensibilidad en Europa, que se distancia del utilita-rismo de sus predecesores. A pesar de las limitaciones que le encuentra como novelista: «La correccion gramatical -dado que exista una correccion gramatical- abunda hoy en nuestros escritores. Sensibilidad trascendente, en cambio, se encuentra en muy pocos. Tal vez en ninguno como en Baroja», escribe (II, 75). Valora su sensibilidad, no sus libros (II, 93), que son, dice, un balbuceo (IX, 479-481). Baroja emplea, como en su propia vida, un procedimiento excesivamente impresionista: no se presenta el objeto al lector, sino la reaccion subjetiva ante el. Y en la novela, asegura el madrileno, eso es fatal (II, 94). No consigue adentrar al lector en la realidad inventada. Sus libros son tan porosos que no afectan al lector: son libros sin camara, sin interior, donde los personajes no ejecutan ningun acto. Mas que una novela, dice muy grafico, parece el pellejo de una novela (II, 96-98). Escribe en «Una primera vista sobre Baroja» (1910): «Esa preferencia por vo-cablos antiesteticos es claramente incompatible con una poderosa voluntad de hacer arte» (II, 105). Su virtud mas positiva es su falta de retorica: «Sinceridad, lealtad consigo mismo, asco hacia la ficcion y el artificio -son eje y motor de su alma, de su arte y de su vida» (II, 101). El interes de Baroja es filosofico, no literario (II, 116). Como un meta-flsico holgazan, un metafisico sin metafisica (IX, 484). Tiene la cabeza llena de teorias -«mas que un hombre, es una encrucijada» (I, 325)- pero no las dotes de teorizador (V, 563). Pero su Andres Hurtado es el mismo y los escritores que comenzaron a publicar en 1898: el representante de una generacion con la que se inicia una nueva etapa tambien en Espana (IX, 491). Su literatura es una protesta, un rechazo a las ideas y valores insuficien-tes de su cultura, al modo de pensar general, a la hipocresia de su regimen moral (II, 88). Un tratado completo de la indignidad del hombre (II, 113). Desde su ansia de sinceridad y lealtad consigo mismo; en la ausencia de unyo convencional con que cubrir su fondo ins-obornable (II, 84). Con los protagonistas que elige como heroes: vagabundos, que reunen las dos tendencias que a el le interesan: la critica y el momento dinamico (II, 73). Porque casi todas las cosas le parecen una farsa y casi todos los hombres unos farsantes (II, 84); y, las ideas de su epoca, insinceramente vividas (II, 83). En la atmosfera inmovil de Espana, defiende el escritor vasco, la felicidad esta en la accion. Por lo que sus personajes estan fuera de la sociedad, en una region donde solo existen las fuerzas hiolögicas puras que, vertiginosas, enfurecidas, van y vienen azotando al mundo (II, 113): aun no han sido pervertidos por una valoracion utilista. Escribe en «Ideas sobre Pio Baroja»: «En El arhol de la ciencia dice Baroja del protagonista, Andres Hurtado, estas palabras: 'La vida en general y, sobre todo, la suya, le parecia una cosa fea, turbia, dolorosa e indominable'. Esta impresion ultima y decisiva ante el conjunto del universo y de la existencia late, gime, trema so la primera pagina que Baroja escribio lo mismo que so la mas reciente. De esa emocion, como de una amarga simiente, ha crecido la abundante literatura de este hombre, selva bronca y agria, aspera y convulsa, llena de angustia y desamparo, donde habita una especie de Robinson peludo, frenetico y humorista, que azota sin piedad a los transeuntes» (II, 79). Con el final del libro, con la muerte del protagonista, tras perder a su hijo y a su mujer en el parto, Baroja da de nuevo la vuelta al argumento, y acaba con la posibilidad que habia abierto un poco antes de una vida nueva para Andres Hurtado: Se suicida. Lo encuentran muerto su tio y un medico que atendio antes el parto, para cerrar las conclu-siones de la novela: -Este muchacho no tenia fuerzas para vivir [_] -murmura Iturroiz. -Pero habia en el algo de precursor- murmura el otro medico (Baroja, 1995: 303): Las dos claves con las que da Ortega en su analisis teorico del 98: una sensibilidad negativa para abrir una nueva sensibilidad. BIBLIOGRAFIA Abellan, Jose Luis (1995): Elfilösofo «AntonioMachado». Valencia: Pre-textos. Baroja, Pio (1995): El arhol de la ciencia. Madrid: Espasa-Calpe. Calvo, Jose Luis (1998): La cara oculta del 98. Misticos e intelectuales en la Espana del fin de siglo (1895-1902). Madrid: Catedra. Machado, Antonio (1984): Juan de Mairena. Madrid: Espasa-Calpe. Mainer, Jose Carlos (1986): La edad deplata (1902-1939). Madrid: Catedra. Marichal, Juan (1990): El intelectualy lapolitica. Madrid: CSIC. Molinuevo, Jose Luis (2002): Para leer a Ortega. Madrid: Alianza Editorial. Ortega y Gasset, Jose (1983): Ohras completas. Madrid: Espasa-Calpe. Rodriguez Huescar, Antonio (1994): Semhlanza de Ortega. Barcelona: Anthropos. ORTEGOVO RAZUMEVANJE POJAVA 98: OS OBČUTLJIVOSTI V TIPANJU GENERACIJ Ključne besede: vitalni razum, življenjska občutljivost, generacija 98, negativna občutljivost, Andres Hurtado Ko Ortega y Gasset piše o umetnosti - in tudi o književnosti, želi seči dlje od umetnostne analize v ožjem pomenu besede. Običajno se ne spušča v podrobna vprašanja, svoj razmislek oblikuje v simptom, ki deluje kot vezni člen za eno od njegovih ključnih filozofskih vprašanj. V zapisih o pisateljih skupine 98 opozori na zaznavanje nove občutljivosti, v skladu s katero prilagodi svojo filozofsko misel tako, da vpelje pojem »vitalni razum«, ki jemlje življenje kot dramo in ki ga vsaka generacija nanovo interpretira. Pripadniki skupine 98 kot vidna referenca te generacije, s katero se konča stoletje, delujejo kot os med dvema občutljivostma: tisto, ki se izčrpa z 19. stoletjem, in tisto, ki jo Ortega zasluti na začetku 20. stoletja. Vendar ti avtorji zgolj zrušijo tisto, kar je bilo prej: to je prvi korak, da ustvarijo novo Španijo od temeljev naprej. So začetek poti k novi občutljivosti, ne pa ta nova občutljivost: Baroja konča Drevo spoznanja s samomorom Andresa Hurtada, ko ta med ženinim porodom izgubi njo in otroka. Hurtado sicer sluti neko novo življenje, vendar Baroja izključi to možnost, še preden jo dodobra ponazori.