FRANCISCO MANUEL GÓMEZ DOMINGO Universidad Autónoma de Madrid, España UNA NUEVA LECTURA DE RAZÓN DE AMOR a mis padres Razón de Amor es un poema de difícil explicación. Es un poema medieval de autor desco- nocido que se nos da a conocer por primera vez en 1887 por Morel-Fatio. Desde esa fecha, se han escrito diversos artículos de todo tipo, intentando encontrar o descubrir su sentido últi- mo, su estructura, su unidad, etc. La mayoría de la crítica ha fijado su interés en intentar en- contrar su unidad compositiva o en negársela. No es extraño que esto haya sido así porque, no es normal encontramos dos composiciones tan distintas, como lo son un poema de amor y un debate goliardesco, en una sola obra. Como sabemos, en la Edad Media con frecuencia se ha tratado el problema de las rela- ciones entre el amor y el sexo. El amor debía ser espiritual y el sexo y la carne eran aspectos mortalmente pecaminosos. Sin embargo, había quien no pensaba lo mismo. Eso es lo que po- demos ver tras la interpretación que haremos de Razón de Amor; también se podría observar lo mismo con el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita. Juan Ruiz, con su característico vitalismo, llega a la conclusión de que los hombres son carne y espíritu; deberíamos poder gozar de los "dos amores". Esa discusión se plantea y resuelve también, en el poema que nos ocupa. Este poema, dentro de su aparente simplicidad, encierra un pensamiento muy moder- no para su época; o, cuando menos, bastante innovador. En este trabajo intentaremos demostrar que dos fenómenos que en un principio pueden parecer muy distantes entre sí, e incluso contradictorios, no lo están tanto, si penetramos en sus significados y connotaciones más profundas. Cuando leemos el poema por primera vez, lo hacemos de un tirón, aunque nos damos cuenta de que hay un cambio de estilo, una ruptura, hacia la mitad. Empezamos a leer y nos encontramos con un poema de amor que transcurre plácidamente, con la descripción de un verdadero "locus amoenus", en el que un hombre y una mujer se unen y posteriormente se separan. Seguidamente, aparece una paloma que vierte el contenido de una copa llena de agua en una que tiene vino -copas que han sido descritas con anterioridad-. Así comien- za un debate típicamente galiardesco entre el vino y el agua; ahora la lectura se acelera con el diálogo; ya no son palabras dulces de enamorados, sino un juego dialéctico de insultos, una lucha verbal por ver quién es mejor o peor de los dos. La paloma y su accidentado vuelo se convierten en el elemento clave del poema, que en- laza, sin aparente quiebra, ambas partes. Salta a la vista, no obstante, que se rompe con la estructura argumental, con el tipo y con la atmósfera de la composición, pero no con el sen- tido del poema, el que nosotros vamos, precisamente, a proponer. 55 En cuanto a la estructura, hay quien piensa, como Daniel K. Cárdenas, a causa de los ara- gonesismos que se encuentran en la segunda parte y no en la primera, que son dos poemas unidos por un inteligente copista;1 este habría antepuesto una introducción al poema de amor y a continuación habría añadido el debate de corte goliardesco. Es una teoría lógica y razonable, puesto que nos permite concluir que el poema que nos ha llegado es uno y sólo uno, unido compositiva y temáticamente desde el momento en que el copista así lo quiso. Quizá, como argumenta María Cristina Azuela,2 la unidad composi- tiva la den todos esos contrastes y paralelismos que encontramos a lo largo de toda la obra. Es un constante enfrentamiento que se resuelve con la unión final de los contrarios, tal como pensaba Spitzer;3 pero ¿son tan contrarios? En el campo interpretativo también hay diversidad de opiniones. Jacob4 ve símbolos re- ligiosos por todo el poema; desde el agua hasta la paloma, y la muchacha como una alegoría de la Virgen. Esto último, sobre todo, es muy dudoso porque, al leer la composición, vemos como ella se acuesta con el joven y eso no conviene con la idea que de la Virgen poseemos. Se pueden encontrar símbolos religiosos pero, desde luego, este poema no es, desde nuestro punto