JuHo Rodríguez Puértolas 1 DE ABRIL, 1972 Los viejos árboles reverdecen de nuevo, la sociedad de consumo y la emigración continúan su marcha inexorable, los vencedores limpian sus medallas y recuerdan, nostálgicos, aquel hermoso día de himnos desplegados. 33 años. Sobre las ruinas de un pueblo ametrallado nacen rosas con olor a gasolina, brotan flores sin ideología y sonrisas europeas. Aquí, a orillas de este mar, acabó todo, dicen. Cruces nórdicas y mediterráneas brillaban, marcadas a fuego, en los tanques y en los almendros. La guerra ha terminado. Credere, ubbedire. En Berlín se encendían luminarias. Cuidadosa, delicadamente, iban surgiendo los campos de concentración y el país volvía, por fin, a la normalidad. Olvidando canciones y alegría, alguien subía a las montañas, alguien cruzaba las fronteras sin dejar de mirar atrás. No pasarán. Después, vino lo demás: los colores se fueron oscureciendo, los brazos en alto languidecieron, el imperio se transformó en una vaga, imprecisa añoranza, due popoli, ein krieg, les liaisons dangereux, y nuevos amigos vinieron, con estrellas y barras, aviones y napalm. De vez en cuando la sangre corría por las calles, algunos morían al amanecer, en las esquinas aparecían misteriosas palabras, de oculto significado, tales como paz, pan, libertad. Es una larga y conocida historia. 7