NARRATIVA eslovena actual Stanka Hrastelj, Juegos Katarina Marinčič, Siguiendo la pista de sus palabras Miha Mazzini, Paloma negra Sebastijan Pregelj, La crónica del olvido Breda Smolnikar, Cuando allí arriba empiezan a echar brotes los abedules Dušan Šarotar, Quédate conmigo, alma mía Aleš Šteger, Absolución 1 2 INDICE STANKA HRASTELJ 7 KATARINA MARINČIČ 33 MIHA MAZZINI 59 SEBASTIJAN PREGELJ 85 BREDA SMOLNIKAR 99 DUŠAN ŠAROTAR 113 ALEŠ ŠTEGER 141 3 4 Sobre la t Marjeta Drobnič (1966), raductora licenciada en Filología Inglesa : y en Filología Española, es traductora de textos literarios del español al esloveno y del esloveno al español. Ha traducido obras de Javier Marías, Bernardo Atxaga, Manuel Rivas, Kirmen Uribe, Juan Manuel de Prada, Fernando Savater, Jorge Luis Borges, Carmen Martín Gaite, Andrés Neuman, Gabriel García Márquez, Andrej Blatnik, Alojz Ihan, Drago Jančar, Brane Mozetič, Zorko Simčič y Evald Flisar. Colabora con los traductores y autores españoles Matías Escalera Cordero y Francisco Javier Uriz. Florencia Ferre nació en La Plata en 1965. Es editora, traductora y escritora. Ha traducido, entre otros autores, a Aleš Šteger, Dane Zajc, Alojz Ihan, Lili Novy, Jani Virk, Mojca Kumerdej, Edvard Kocbek, Dušan Šarotar y Fran Levstik. Ha publicado el libro de poemas El río (1997) y el libro de etnografía Inventario de sabores. Un viaje por la cocina tradicional de Belén, Catamarca (2013). Entre sus libros de poemas inéditos están Milagro de la mujer fea (2002), Seis meses té (2010) y A estos nombres (2013). Barbara Pregelj es profesora titular de la Universidad de Nova Gorica, investigadora, traductora, intérprete jurada y editora. En su función de traductora al esloveno y al español y del euskera, del catalán y del gallego desempeña un papel de mediadora entre los espacios culturales esloveno, ibérico e hispanoamericano. Como traductora e intérprete le interesa apasionadamente la cuestión de la lectura y la interpretación de los textos, y como editora cómo contagiar con el virus de la buena literatura a cuantos más lectores sea posible. 55 6 Stanka HRASTELJ (1975) 7 7 Autora de dos libros de poesía ( Tonos bajos, 2005; Señor, tenemos algo para usted, 2009) y de una novela ( Juegos, 2012), ha sido incluida en varias antologías tanto eslovenas como extranjeras y ha participado en más de cincuenta festivales y veladas literarias. Por su novela ha sido galardonada con el premio Modra ptica. También ha sido organizadora y moderadora de distintos eventos literarios, así como selectora de encuentros literarios. Además, es traductora de poesía serbia, croata y bosnia. Es miembro de la Asociación de Escritores Eslovenos y presidenta de la asociación cultural Liber. A partir de 2009 es autónoma y vive en Krško. 8 Marinka, la protagonista de la novela Juegos (2012), de Stanka Hrastnik, tiene mucho tiempo libre después de perder el trabajo que siempre había deseado tener. A pesar de sus intentos de entretenerse con sus recuerdos y la lectura, no puede conciliar la paz consigo misma, de ahí que decida empezar a trabajar en una revista del corazón. Pronto se da cuenta de que tampoco esto podrá satisfacerla, dado que los temas de la revista no la interesan en absoluto. Esto provoca una pérdida de contacto con la realidad. La protagonista pronto empieza a padecer una esquizofrenia a la que se agarra de tal manera que cada vez se cierra más en su mundo, lleno de voces y delirios, intentando, a la vez, mantener el contacto con la realidad, haciendo como si no le pasara nada. A lo largo de la novela la autora expone las luchas íntimas del individuo con la esquizofrenia, en lo cual entreteje lo trágico y lo cómico, dejándole al lector la decisión sobre los acontecimientos que siguen a la cura de la enfermedad. Acerca de los derechos de autor dirigirse a: stanka.hrastelj@gmail.com (Stanka Hrastelj) Acerca de la traducción: marjeta.drobnic@guest.arnes.si (Marjeta Drobnič) 9 10 11 11 Rosas Has engordado un poco, ¿verdad?, soltó Erik mientras yo estaba bajo la ducha y él se lavaba los dientes, tal vez un poco, no me he pesado, le digo, pero no lo sé con exactitud, un kilo setenta, en un mes, desde que no voy más al trabajo y no hago ejercicio, echo un poco de menos el deporte, aunque el trabajo es lo que más echo de menos en este mundo, pero no quiero encontrarme con antiguos compañeros, por eso está bien como está, ya se me ocurrirá algo a nivel individual, tal vez hacer yoga, no lo sé, tengo que ver si hay algo libre, será difícil, pues febrero es mitad de la temporada para este tipo de cosas, Erik, ¿esta noche toca la exposición de Polič? Esta noche, sí, pero no vamos, Irena tiene el estreno a las seis, y la exposición estará abierta por lo menos hasta mayo. La representación de Irena no me interesa ni lo más mínimo, sé que han hecho una comedia, y, si no es una comedia, es un melodrama, una fórmula tril ada, no me apetece ir, los papeles principales siempre se los reparten los mismos, ya veo que en el escenario aparecerá el mismo tipo torpe de siempre con su defecto de pronunciación, el público hace esfuerzos durante toda la velada, aguzando el oído porque no se le entiende, y, sin embargo, después de la representación le aplauden porque es un funcionario del barrio, luego siguen las charlas de varios presidentes y representantes, después los actores expresan sus agradecimientos uno tras otro, a los patrocinadores, a los donadores y al bodeguero que 12 una vez trajo dos litros de tempranil o a los ensayos, a las amas de casa que han hecho algún bizcocho para los actores, a la compañera de la asociación que ha hecho un par de fotos para el archivo, la gente aplaude, está encantada, la pésima representación se alarga y convierte en un desfile exhibicionista, preferiría ir a la exposición, estimo las obras de Polič, lo sigo desde hace años, desde que nos conocemos, aunque no me había imaginado que se desarrol aría así, cada exposición suya me asombra, me gusta su manera de plasmar las capas de distintos colores, las de arriba más claras, descubriendo las de abajo y al mismo tiempo velándolas, los colores no se irisan, no se mezclan, los tonos se modelan con las capas de color que hay debajo, en el fondo no puedo describir su trabajo, se trata de arte figurativo, pero pasa a lo abstracto, eso es lo que me gusta, sobre todo me gusta poder ser capaz de reconocer lo que investiga, cómo cambia su actitud hacia el espacio, también sé que se ha esforzado de forma excepcional para esta exposición, ha presentado su candidatura para ser miembro de la Asociación de Pintores Eslovenos, yo preferiría mucho más escuchar al comisario artístico y ver los cuadros a estar sentada en el comedor escolar debajo del escenario, Erik, si salimos pronto, podemos acercarnos y comprarle un ramo de flores a Irena antes de que empiece la función. En la floristería, nos encontramos con mi jefe, con mi ex jefe, estaba comprando rosas para su mujer, me imaginaba que un día antes o así le habría comprado a su amante algo mucho más valioso, es posible que se 13 trate de alguna regla que nadie ha escrito, por el precio de una décima parte de lo que cuesta el regalo para la amante hay que comprarle un regalo a la esposa, un diez por ciento, entonces como si fuera una propina, a un camarero le damos una décima parte de lo que figura en la cuenta, pero las rosas no son baratas, ¿le habrá amenazado la amante con dejarlo? Lo pensé de forma descarada, tal vez fui muy injusta con él, tal vez su mujer y él tenían un aniversario de boda o el a celebraba su cumpleaños, veo que caigo en pensamientos muy feos hacia determinadas personas, si hay algo de el as que me molesta, y a Irena sólo le saco defectos, por eso tampoco me puede gustar su interpretación, aunque hay que reconocer que realmente actúa mal, mi jefe es un hombre bien correcto, no tengo nada que reprocharle, pero podríamos habernos saludado sólo con un hola, ¿qué tal?, no fue necesario decirme que me echaban de menos, que todos me echaban mucho de menos, que no era lo mismo sin mí, podría haberse saltado estas palabras simplemente, y también la pregunta de si había cambiado de opinión sobre la propuesta que él me había hecho, yo preferiría que Erik y yo viviéramos en otra parte, es sumamente desagradable encontrarse con ex compañeros, anoche soñé que Erik lo llamaba por teléfono, rogándole, suplicándole que encontrara algún puesto para mí, lo que fuera, aunque fuera en una ventanil a de información, hasta que no surgiera algo mejor, no sé si de hecho grité, pero sí grité soñando,grité como para romperme las cuerdas vocales, no volveré, no 14 quiero volver, no volveré nunca más, Erik se despertó, me dijo: todo está bien, Marinka, sólo ha sido un sueño, aquí estoy, vuelve a dormirte, al día siguiente no se acordaba de nada, por eso no sé si realmente había gritado o no, a la mujer de la floristería le dije qué ramo más bonito ha hecho usted para el señor, por favor, ¿podría hacernos uno igual? 15 Películas Empecé con las nuevas para continuar después con las antiguas, con las más nuevas, pero me salté las más recientes, las que aún están echando en los cines, tomé una lista de directores de cine y señalé a ciegas un nombre con el lápiz, y me salió Naberšnik, o sea, El desayuno de los gal os, de 2007, le dije a Erik que iba a empezar con los agentes secretos, porque me acordé de una tarjeta de Navidad con Happy 007, nos reímos, era menester encontrarle un punto gracioso a ese detal e, aunque es triste, y amargo, día tras día mirar al vacío, limpiar aunque todo está limpio, vaciar los armarios e inspeccionar cada prenda de vestir una por una, separarlas y hacer montones, uno para Caritas, uno para tirar, uno para el reciclaje en trapos del polvo, lavar de nuevo las cosas aún servibles, secarlas, plancharlas, doblarlas, colocarlas otra vez en los armarios, y colgar nuevas bolsitas de lavándula, seguir limpiando, tomar gajos de limón y eliminar la cal en la cocina y en el cuarto de baño, decir: ¿sabías qué milagros puede hacer un limón común y corriente?, cuando Erik llega a casa, se esfuerza en mostrar interés y dice, no me digas, efectivamente, no lo sabía, y además es ecológico, reírse forzosamente de estas ocurrencias que ni siquiera son ocurrencias, qué triste, cambiar las macetas de las plantas, salpicarlas con un bálsamo, dejar en remojo la cubertería, en agua caliente con bicarbonato, pulirla hasta sacarle el bril o como debe ser, revisar todas las 16 cajas de zapatos, limpiar los zapatos, embetunarlos, sacarles el bril o, impregnarlos, pegar etiquetas en las cajas, escribir Erik invierno, Erik deporte, Marinka tacón, Marinka l uvia, pensar que todo esto no tiene sentido, pues los zapatos cambian de caja y las etiquetas producirían una confusión perpetua, poner otras etiquetas, tener buenas ideas para escribir frases y citas en latín de gente famosa, levantarme de las cajas y buscar entre los libros, por Internet, copiar frases, Age quod agis, según una definición, todos somos americanos, Žižek, Variatio delectat, Ubi vinci necesse est, expedit credere, llorar por estar haciendo una cosa tan deplorable, l orar rodeada de cajas y zapatos, no responder al teléfono, no abrirle la puerta al cartero, ir a la tienda con Erik, no salir de casa si es posible, si no es urgente, quedarme por la mañana en la cama hasta que todo el cuerpo me duela de estar tumbada, decirme qué maravil oso poder revolcarme en la cama por la mañana, aunque no es maravil oso, es amargo y es superfluo, Erik me dijo míralo todo de otra forma, como si fuera un regalo, ahora tienes la oportunidad de hacer todo lo que deseabas, pero antes te faltaba el tiempo, trata de ponerme de buen humor, aunque la idea no es mala, es perfecta, de verdad puedo hacer algo así, pero dentro de mí no estoy contenta, no sé alegrarme de una forma sincera, tengo demasiada tristeza acumulada bajo la piel, no me acuerdo de nada que pueda hacer, ¿tienes alguna idea? Puedes ver, por ejemplo, todas las películas eslovenas y, así, averiguar por ti misma si realmente no 17 valen nada, como dicen, pero si yo nunca he dicho tal cosa, lo sé, Marinka, también podrías hacer otra cosa, ir a un curso de caligrafía, asistir a clases de español, o hacer algo más dinámico, kick boxing, o empezar a estudiar la cábala, ¡qué sé yo! La idea de las películas eslovenas no es tan mala en realidad, le digo, él se deja convencer, pero en el fondo yo no quería engañarle, sólo que por un tiempo, por lo menos un poco más, no me gustaría tener mucho contacto con la gente, las películas las puedo ver sola, las veía por la noche, Erik me dijo que sería mejor durante el día, cuando él no estaba, para estar así un poco juntos por la tarde, pero no soy capaz, no puedo ver películas por la mañana, como si estuviera en un sesión de cine matutina, las películas son para verlas por la noche, elegimos una y la vemos juntos, luego Erik se va a dormir y yo veo la siguiente, y así sucesivamente, después de Naberšnik le toca a Lapajne, Cortocircuitos, Susurros, hacia la una de la noche me sirvo una copa de vino tinto de un monasterio cartujo de Suiza que Polič trajo hace algún tiempo, Komposition V, merlot, cabernet sauvignon y shiraz, de barrica, salí al balcón, todo estaba tranquilo todavía, la noche me parecía muy bel a, el aire olía a fresco, la luna era vieja, menguante, las noches siguientes serían, entonces, cada vez más oscuras, cada vez más negras, tintas como el vino, si las noches son tan negras como este vino, me reí para mis adentros, no será tan terrible, pero sí lo fue, cada día era más negro que el anterior, es verdad que los días eran también más largos, pero eso no me ayudaba, y, además, el cartero empezó 18 a dejarme en el buzón las respuestas a mis solicitudes de trabajo, no cumple con el perfil que buscamos, hemos elegido a otro candidato, le tendremos en cuenta en nuestra base de datos, no reúne las condiciones, gracias por habernos expresado su confianza con presentarse, le falta experiencia en nuestro campo de trabajo, lo sentimos, lo sentimos, gracias, gracias,saludos cordiales, que tenga un buen día, atentamente, en seis semanas recibí una sola respuesta en la que ponía que me convocaban a una entrevista, fui, estaba muy nerviosa, en el fondo se trataba de la primera entrevista en mi vida, pues cuando obtuve mi primer trabajo en el ambulatorio, ya estaba todo apalabrado antes, el puesto de trabajo me esperaba, pues necesitaban a alguien con mi preparación y mis conocimientos, en realidad habían esperado con ganas que me licenciara, o sea, al salir de la facultad, me metí directamente en el laboratorio, aquel a primera entrevista sólo fue una formalidad, pero ahora me esperaba por una parte la incertidumbre y por otra un puesto de trabajo bastante bobo, empleada en la ventanil a de la inspección técnica de vehículos, pero sí era un trabajo aceptable para ir tirando mientras no encuentre otra cosa más bien como creada para mí, cuando llegué, había delante de la puerta una cola larga de mujeres, la mayoría era más joven que yo, la secretaria en la sala de recepción nos dijo que habían invitado a la entrevista a todos los candidatos que se habían presentado, setenta y tres, esperé más de una hora, luego entré en un despacho donde, en el lado opuesto 19 de una mesa larga de conferencias, estaban sentados dos hombres jóvenes y una mujer mayor en el extremo derecho, me acerqué con la mano derecha extendida, buenas días, Marinka Paternoster, primero le ofrecí la mano a la mujer, las mujeres tienen preferencia, me lanzó una mirada fea, cruel en realidad, pero a mí me pareció que dar la mano al presentarte en una enrevista era de lo más natural, hasta indispensable, hay que mostrar los buenos modales, pensé, con dificultad aceptó mi mano, luego me disculpé por no saber qué rango tenían los dos hombres en la empresa, si podían decírmelo, por favor, los señores empezaron a titubear incómodos, pero me dijeron sus nombres y que los dos eran directores, la mujer me lanzó una mirada aún más fea y dijo que eso ahora no era relevante y que más tarde tendría la oportunidad de hacer preguntas, luego me dijo que enumerara mis experiencias laborales, señora, pero mi solicitud ya incluía un currículum con referencias, tal y como exigía la convocatoria, y el a expulsó el aire por la nariz con brusquedad como diciendo qué más da, comprendí perfectamente lo que estaba pasando, podrían haber seleccionado antes los candidatos más apropiados y sólo invitar a unos cuantos a la entrevista y elegir entre el os, pues ser empleado en la ventanil a de la inspección técnica de vehículos es un trabajo bastante sencil o que puede desempeñar cualquiera, la empresa tiene dos jóvenes directores, es obvio que han invitado a todos a la entrevista para que el os dos les echen una mirada, porque, de todas formas, van a ser el os dos los 20 que van a elegir, y no el a, la jefa de recursos humanos, también el a era consciente de eso y hacía lo único que le estaba permitido, las candidatas competíamos para obtener el trabajo, para caerles bien a los directores, y el a podía humil arnos delante de el os, de una forma legítima, de hecho, su trabajo consistía en inspeccionar a los candidatos, encontrar sus puntos flojos, hacer todo lo mejor para la empresa, qué cosa más grotesca, qué farsa, me era obvio que yo no tenía ni la más mínima posibilidad de obtener ese trabajo, tenía ganas de decirles a los directores: hoy están entrevistando a tantas chicas tan capaces y tan guapas, ¿acaso no podrían primero buscar entre el as a otra jefa de recursos humanos?, sería una cosa muy impertinente de mi parte, y miserable, sobre todo miserable, naturalmente no les dije tal cosa, por la noche tocaba ver las películas de Damijan Kozole, primero Eslovena, Erik se fue a dormir, y yo me puse la siguiente película, El trabajo libera, y sólo cuando vi el título en la pantal a, me di cuenta de su significado, qué casualidad, El trabajo libera, y cuando terminó, la vi otra vez, y luego otra vez, y el final de la película me entristecía cada vez más, y salí al balcón, la luna iluminaba la noche, me parecía que lo más fácil del mundo sería inclinarse profundamente por encima del borde del balcón. 21 El árbol genealógico Te echo de menos, me dijo Erik, al terminar de ver juntos la película, no se levantó para irse a dormir como la noche anterior, se quedó sentado en el sofá y dijo que me echaba de menos, cal é, me habría gustado decirle aquí estoy, ¿cómo puedes echarme de menos?, pero mantuve silencio, pues en sus palabras también escuché otras cosas que no había pronunciado, escuché una frase de hace unos diez años, deseo dormirme todas las noches con tu cabeza despeinada sobre mi pecho, esta frase se repite desde entonces, todos estos años, como un estribil o entre nosotros, aunque con poca frecuencia para que no se convierta en una frase hueca, Erik la repite, la cambia a veces con decir estoy contento de dormirme con tu cabeza despeinada sobre mi pecho, pero ahora no puede decir la frase de esa forma, pues hace semanas que no hemos ido juntos por la noche a la cama, tal como lo hacíamos durante años hasta ahora, yo, antes de acostarme, me quedo unas horas en la sala delante de la pantal a y veo películas, convencida de estar ocupada con algo, pero esto no es una ocupación, no es una actividad y no trae ninguna satisfacción en la vida, sólo voy alejándome de mí misma y, al mismo tiempo, me aparto también de Erik, de nosotros, qué afición más estúpida he escogido. Voy al cuarto de baño, en silencio, abro la ducha y me digo a ver si el agua me quita de encima el cansancio, si me despoja de las últimas semanas, de todas las noches perdidas, de las horas 22 malgastadas, no sacaré más montones de deuvedés, pero tampoco voy a cortar con las películas, pues ya ha sido suficiente mi corte con el trabajo que tenía, que baste con eso, de ahora en adelante sacaré películas en cintas de VHS, viejas historias cubiertas de polvo, Baile en la l uvia, Carnaval, La balada sobre la trompeta y la nube, La lucha en el sumidero, este tipo de películas, tendré que esforzarme para encontrarlas, ir a por el as a la Academia de Teatro, Radio, Cine y Televisión, a Ljubljana, salir de casa, moverme del piso, es eso lo que Erik tenía en mente cuando me dijo que me buscara una ocupación, y voy a hacer algo más, le voy a escribir un correo electrónico a mi madre, le voy a pedir que me ayude con el proyecto, cuando el a y mi padre se mudaron para siempre a Dalmacia, dijeron que sólo les interesaba tener paz y su huerto, estaban hartos de aulas y salas de profesores, de maestros, de padres y de alumnos, dijeron que querían descansar los oídos del ruido escolar, no tener ni ordenador ni televisión, sólo libros, el huerto y el uno al otro, con mi madre, sin embargo, me carteo de vez en cuando por corréo electrónico, cuando sale a la ciudad para pasar un momento por la biblioteca y navegar por Internet, esto lo hace a escondidas de mi padre, por lo que conozco a mi padre, él también hará de las suyas, tal vez tenga en su despacho un portátil escondido y ensaya con el AutoCAD, la l ave del despacho siempre la l eva consigo y no le permite entrar a mi madre, siempre han tenido un montón de cosas escondidas el uno ante el otro, mi madre siempre dice que si quieres tener un 23 buen matrimonio, tienes que tener por obligación tus propios secretos, no lo sé, esta fórmula valdrá para el os, pero Erik y yo nos hemos planteado las cosas de otra forma, no tenemos secretos, le voy a mandar un mail a mi madre y le voy a pedir que me escriba los nombres y los datos de nacimiento de todos nuestros antepasados que recuerde, que me apunte todos los datos que pueda, todo lo que se le ocurra, todo lo que le venga a la memoria, lo que pueda recordar, bodas, funerales, mudanzas, y que papá también haga lo mismo, haré un árbol genealógico, iré al archivo y buscaré nuestras raíces del pasado, a ver hasta dónde puedo l egar, tal vez hasta los tiempos de Napoleón, me hace ilusión ya sólo pensar en los fragmentos menudos que aparecerán y que iré acoplando como si fuera un rompecabezas, me traslada al pasado de hace quince años, cuando, en el Instituto, Hana me contaba que su padre investigaba la historia de su familia y que el a le ayudaba, sonaba fenomenal, esa misma semana fui de visita a su casa para saber cómo se le quitaba el polvo a la historia, en la pared habían pegado un póster, al pie había fotos de el a y de su hermano, encima de el os, fotos de su padre y de su madre, encima de cada uno sus padres respectivos, abuelos de Hana, y encima de cada uno otros dos nombres, fechas de nacimiento, y alguna que otra foto esparcida, más alto, en la zona de la cima, había lugares sin ocupar, rastros que se perdían, pero que no estaban perdidos, el padre de Hana iba al archivo episcopal y buscaba al í los nombres, los nombres de los trastatarabuelos y las trastatarabuelas 24 de Hana, entonces me dije a mí misma que algún día yo también investigaría mi propio árbol genealógico, recordé la sensación con la que contemplaba el póster, si me pongo a hacer el mío, el nuestro, tal vez vuelva a ser feliz como una niña, tal vez eso me traiga la alegría y me ayude a distraerme de las respuestas negativas a mis solicitudes de trabajo, yo también iré al archivo episcopal y tocaré libros centenarios, leeré anotaciones centenarias, encontraré los nombres, a mi propia gente, mi propia sangre, esto es lo que haré, mañana mismo le escribo un mail a mi madre, deseaba que las últimas semanas se fuesen con el agua y dejasen lugar a semanas nuevas, diferentes. Cuando me dirigí al dormitorio, Erik estaba al í, junto a la puerta, sonriente, me abrazó fuerte, me susurró al oído, no me diga, madame, que tiene la intención de meterse en mi cama, no protestará, monsieur, en absoluto, madame, l evo tiempo observándola, me gusta desde hace tiempo, madame, durante todos estos largos días he estado esperando y anhelando su cercanía, durante largos días he estado aguardando y ahora está usted aquí, mon amour. Erik se quedó dormido, yo no podía, trataba de recordar las fechas de nacimiento de mis abuelos, las fechas de bodas, después mis pensamientos pasaron a las historias que me había contado mi abuela sobre cómo sus bisabuelos construyeron un caserío, el primer apel ido de aquel a familia era Ambrož, tuvieron tres hijas, dos se casaron con hombres de pueblos vecinos, mientras 25 que su abuela se quedó en casa y se malcasó con un tal Hočevar, y este, mi tatarabuelo, era un borracho, la bebida le costó perder casi todos los bienes, su abuela hizo las maletas y se fue con su hija a vivir al pueblo de Hrastnik, trabajaron las dos en una fábrica de vidrio, empaquetaban vasos, la hija se crió al í y encontró a un muchacho trabajador y honrado, se casaron y se fueron por unos años a Alemania, él trabajaba en una mina junto a la frontera francesa, hasta mi abuela preparaba comida para unos cuantos mineros, en Alemania nació su hermano, los demás hijos nacieron en Eslovenia, la pareja era trabajadora y ganaron bastante dinero, volvieron a la casa de el a, trajeron el tercer apel ido, compraron terrenos que mi tatarabuelo había perdido, un pedazo de tierra tras otro, pero aún faltaba mucho para recuperar todos, por eso las parcelas están tan dispersas, me dijo mi abuelo a modo de disculpa, algo es, pensé, es parte de mi historia, parte de mi relato, son los datos con los que podré contar en la investigación de mi genealogía, pero qué hago con otras historias, dónde, en la genealogía, se anota que yo peinaba a mi abuela, el a se sentaba en la sil a en medio de la cocina, se quitaba el pañuelo, yo le deshacía la trenza canosa y peinaba su pelo largo y delgado, qué feliz me sentía con aquel a tarea, con poder tocarla, la toqué en tan pocas ocasiones, me parecía una falta de respeto, me parecía indigno molestarla, la admiraba de cerca, pero sin tocarla, incluso la trataba de usted, mi padre la trataba de usted, todos tratábamos de usted a los dos, a el a y a mi abuelo, así que lo de 26 peinar era, para mí, un privilegio grande y distinguido, pero peinar a la abuela no entra en la genealogía, estas cosas no se apuntan, se guardan en un lugar profundo de uno mismo y no se cuentan a nadie, y cuando yo ya no esté, no quedará ni una anotacion ni un recuerdo de aquel hecho, ni de sus palabras que nunca entenderé, pobre Marinka, que tú tengas que peinarme. 27 Suerte A lo mejor no significa que encontrar un trébol de cuatro hojas te traerá suerte, a lo mejor significa, simplemente, que te fijas demasiado en el suelo, que no andas muy derecho, que te falta orgul o, no lo sé, ¿hubo alguna vez un gran personaje, alguien como Alejandro Magno, Julio César, Gengis Kan, que además de cambiar la geografía y la historia presumiese de su colección de tréboles de cuatro hojas?, abriendo la puerta del coche, vi el trébol, lo arranqué y lo puse entre las páginas de mi agenda, me fijé en la fecha de hoy y vi que justo hoy hace un mes desde que abrí el primer registro civil en el archivo y en todo el mes no he llegado muy lejos, ¿o sí?, tal vez me parezca ahora así, ya que llevo un tiempo haciendo un paso hacia delante y dos hacia atrás, cuando las cosas ya no se mueven para nada, cuando hay tantos cal ejones sin salida abiertos, pero por otra parte, pensándolo bien, esto no es verdad, sí he l egado lejos, a todos esos Hočevar in Ambrož les he encontrado nombres, fechas de nacimiento, fechas de boda y fal ecimiento, el número de sus hijos, hermanos, he encontrado otros trece apel idos que han venido a formar parte de la familia, me quedé asombrada al ver con cuánta frecuencia morían los niños antiguamente, he visto que en muchos casos los hombres eran bastante más jóvenes que sus esposas y que se casaban a una edad muy tardía, también he descubierto que mis padres son parientes, tercer grado de parentesco en línea recta, 28 como se dice, que son primos lejanos como dice Erik, mi abuela diría hijos de primos, mi madre no lo sabía y mi padre dijo que algo sí que le sonaba, eso me facilitó el trabajo, de repente dos ramas se juntaron en una, lo cual es muy corriente, dijo el archivero, ya sabe usted cómo eran los de la Casa de Habsburgo, pues sí, pero en su caso se trataba de conservar la sangre azul, le dije, ya, ya, dijo él, pero ésta no era la única razón de matrimonio entre personas que eran deudos cercanos, después me fijé con más detenimiento en las anotaciones de los registros de matrimonio, era verdad, no era nada raro que los clérigos pasaran por alto el parentesco de segundo grado, ¿qué les impulsaba a tal cosa?, he descubierto también que un tío tatarabuelo mío vivió y murió en Estambul, reflexioné sobre él, ¿qué le había llevado hasta al í?, ¿cómo se vestía al í?, ¿qué lengua hablaba y en qué lengua soñaba?, he visto que había tías solteronas que vivían con la familia, tal vez no había dotes para el as y por eso se quedaban solas, he visto que los Ambrož tenían una criada que a los dieciséis años había dado a luz a un hijo ilegítimo y que él luego también se apel idaba Ambrož, ¿el señor de la casa era su padre?, ¿cómo se miraban la señora, su mujer, y la criada?, a lo mejor los dueños adoptaron al niño, sí, esto no es poca cosa, en absoluto, pero ahora poco a poco diré que es suficiente, que no voy más al á, he estado abriéndome camino a duras penas entre esas escrituras difícilmente legibles, entre las páginas estropeadas, anotaciones pálidas, hasta he aprendido leer otra letra, la gótica de manuscritos, he ido al archivo donde siempre 29 he tenido la sensación de que un hombre me mira con un desprecio total, al í estaba todos los días, sentado todos los días en el mismo sitio, los del archivo me contaron que era un famoso estudioso de genealogía, que investigaba apel idos y creaba árboles genealógicos, también por encargo, que podía dirigirme a él y él me ayudaría, no les dije que estaban muy equivocados, que él no podría ayudarme, pues en mi caso no se trata de mis antepasados, sino de mí misma, tengo que salir de casa y hacer algo, por lo menos dos o tres días a la semana tengo que salir del piso y hacer esto, para que no me atrape la tristeza, y el genealogista no podría hacer esto en mi nombre, pero poco a poco será suficiente, quisiera detenerme, me gustaría levantar la cabeza de nuevo, fijar mis ojos en un punto que sobrepase la altura de los tréboles, Erik y yo, así como Hana y su padre, hicimos un póster gigante de mis antepasados, lo pusimos en el suelo del salón y lo contemplamos en silencio durante unos minutos, Erik señaló los nombres en el lugar más alto del póster, mira, estos nacieron todavía como siervos, tampoco debieron de ir a la escuela, probablemente no sabían ni leer ni escribir, y aunque había podido encontrar a mis parientes de la época de José II y aunque ahora mi marido y yo contemplábamos sus nombres, tenía la sensación de que ante nosotros sólo había algo abstracto, una lista de unas treinta personas, y de que sus huesos y su carne y su corazón, todo lo humano de el os, se habían secado y reducido a un nombre, apel ido, fecha y lugar de nacimiento, fecha y lugar de defunción. Traducción de Marjeta Drobnič 30 31 32 Katarina MARINČIČ (1968) 33 33 Defendió su tesis doctoral sobre la obra de Honoré de Balzac en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Liubliana, donde desde hace más de veinte años imparte clases sobre la literatura francesa de los siglos XVIII y XIX. Autora de cuatro novelas: Teresa (1989), Jardín floral (1992), La armonía disimulad a (2001) y Siguiendo la pista de sus palabras (2014), y de un libro de cuentos, Sobre tres (2005). La novela La armonía disimulada, que trata la Primera Guerra Mundial, fue galardonada con el premio esloveno de novela más importante, el Kresnik, la colección de cuentos Sobre tres obtuvo el galardón Fabula y en 2014 la novela Según sus palabras el premio Tamiz, con el que los críticos literarios condecoran el mejor libro de narrativa del año. La armonía disimulada se publicó en 2008 en su traducción alemana, mientras que con el libro de cuentos ocurrió en 2014 en francés y macedonio. 34 La novela de Katarina Marinčič Siguiendo la pista de sus palabras (2014), a través de un escritor ficticio, comenta las autobiografías de tres protagonistas: del escritor Karl May, de un comerciante rico y aficionado a la arqueología, Heinrich Schliemann, y del jefe del servicio de contrainteligencia, un tal P. que reside en un país desconocido. A cada personaje le corresponde una forma narrativa propia – la historia de May en forma de drama, sobre los intereses culturales y las constataciones generales sobre la vida de Schliemann leemos en forma de hexámetros, entremezclado con la narrativa, y P. se nos revela en la forma de sus memorias. Paralelamente conocemos a Pavel, un escritor, y, además, en el texto aparece una mujer que durante la puesta en escena comenta un texto dramático que ha escrito Pavel. En su última novela Marinčič, de una manera sutil y con apreciable sentido del humor, investiga las posibilidades de la escritura autobiográfica y sus posibles falsificaciones. Acerca de los derechos de autor dirigirse a: Založba Modrijan Poljanska cesta 15, Liubliana, Eslovenia Persona de contacto: Metod Bočko metod.bocko@modrijan.si; Tlfn. +386 1 236 46 09 Acerca de la traducción: marjeta.drobnic@guest.arnes.si (Marjeta Drobnič) 35 36 37 37 En el corazón boscoso de la tierra que no vamos a nombrar aminora poco a poco el chaparrón. Se desemboca en un eco largo, pues ahora, en verano tardío, el fol aje parece de brocado. Las cosas descompuestas se empapan, la tierra negra bebe con ruido, pero la impregnación tiene sus límites. Por encima de otros olores se extiende ya el de agua limpia: por encima de lo podrido, del vaho de los musgos, de la salicina, de las hierbas y del hierro ablandado, ya el olor a nada. El bosque es de frondosas, pero muy oscuro. La claridad viene desde el suelo; no se mezcla para convertirse en color pastel, no se trata de una cortina de humo en un teatro; sólo se al ana y se eleva. Cuando este plano llega a cierta altura, se abren espacios grises entre los árboles: de momento se hace evidente que el bosque no es intransitable. El bosque está vacío. ¡Una trola, lo de la respiración y de los susurros de las copas enormes de los árboles! Los árboles no susurran, no tienen almas, sus almas inventadas son una proyección de las humanas. Y al escritor – se l ama Pavel – le fastidia tener que proyectarse a ese paisaje tan frío: lo mismo que, en caso de que tuviera que entrar de verdad en el bosque lluvioso, le fastidiaría tener que poner el pie en la tierra mojada. Reconocer que el bosque es desalmado les parece una impertinencia sólo a causa de cierta clase de poesía. A quién no se le ha ocurrido alguna vez (cuando sintió leves estal idos en la parte trasera de su cráneo, debidos, 38 pues, a los problemas con la columna que le toca padecer a cualquier intelectual) que, al fin y al cabo, el mundo, nuestro universo, no existe. Por ejemplo: hemos l egado, hemos apagado el motor, el volante ha temblado antes de quedarse quieto, las manos han permanecido flojas en el volante y, en un enorme aparcamiento medio vacío, nos hemos preguntado: ¿Pero qué…? No nos preguntamos nada más, pues cualquier cosa más sería algo. Después, El a interviene en la reflexión del escritor. Pavel se la imagina como si la observara a través de los prismáticos: sus ojos agudos, metidos en sus cuencos muy cerca uno al otro; sus bigotitos; su pequeño hocico que suele olfatear en silencio, pero que a veces se abre con estridencia, enseñando lo blanquecino (sus chil idos brotan de partes más blandas de su cuerpo). Corretea de un tronco al otro, trozos menudos de tierra saltan desde debajo de sus patitas. Tiene fuertes garras de ave; debajo de su piel rosada están las articulaciones resbaladizas, alambres vivos. Tardaba muchas horas en ponerle un nombre, en vano. ¿Nutria, marta, coipo, comadreja, rata? El nombre no importa, la conoce. Conoce la cresta engominada a lo largo de su espalda; conoce la velocidad del rayo a la que las gotas se deslizan de su pelaje; conoce su tórax menudo, su corazón que borbota entre sus transparentes costil as, conoce sus tripas, los remolinos alrededor de sus tetil as, los pelos entre sus patas traseras, de color insípido y aplastados como el cabel o de un cartero debajo de su gorra. 39 O de un supervisor; o de un despachador; o de un encargado; o de lo que tengan en los países del Este. La lluvia no la descalabra. A pesar del chaparrón, el a corre como si en su cuerpo fluyera la corriente eléctrica. Este animal no para ni siquiera dentro de su guarida, aún durmiendo se revuelve sin cesar para, cada vez, hacerse un ovil o: se relaja y chil a otra vez, ahora como si fuera la última; y vuelta a empezar, una y otra vez. O bien, sí, acaba calmándose. Entonces jadea de manera superficial, observando extrañada el Acontecimiento. Mueve las garras, pero no con espasmos, sino más bien como con relajación. Sus crías incontables y babosas son de color coral o. (Pavel presupone más de lo que quisiera saber.) En días secos, todo es diferente: el asco da lugar al miedo. Como no hay susurros, el vacío se manifiesta con retumbos. Bel otas, hayucos y castañas rebotan del suelo como pelotas de tenis. La roedora se mueve como un resorte de goma, siete gigantes caminan con ruido a través de la maleza del alma del escritor. Un día seco, el novelista y la roedora se encuentran. El animalito se abre camino, tiene un empuje fantástico, el monte bajo oscila. De repente se acaban las hierbas, la criatura forestal aparece en un claro, el literato y el a se encuentran cara a cara: un enfrentamiento descrito ya muchas veces en la literatura. Ahora, la corriente atraviesa el cuerpo de él, sus músculos se aflojan y unas centel as argénteas bril an ante sus ojos. Los dos quedan paralizados, después él se mueve instintivamente: hunde 40 su cabeza entre los hombros, se tapa los ojos, hace un ademán en el aire. Si fuera un rastreador, tiraría su cuchil o y acertaría, prendería fuego, la sujetaría con una lanza y la tostaría. El dominio de los instintos es una condición previa para sobrevivir en el mundo salvaje. Pero, así, El a tiene la oportunidad de huir, y desaparece en un instante. Después de una breve reflexión, Pavel la seguirá, pero no la seguirá exactamente sino que pisará el vacío y descubrirá que el bosque es calvo, todo salpicado de claros. Quedará parado una y otra vez en sus faldas, observando. (¿Dónde, en el fondo, se encuentra en esta descripción introductoria? ¿En un extremo o quizá en un camino del interior del bosque, en un surco producido por un tractor después de la última lluvia?) Las chozas de los guardias forestales y las carboneras están bien escondidas, camufladas por densos arbustos. Aparecen como un misterio esperado, como una huel a aún caliente de hechos prohibidos. Al principio creemos que el humo proviene de un fuego apagándose que alguien ha dejado con prisa. Pero nos equivocamos, no hay ni ha habido prisa, todo es como debe ser, el humo forma parte de un proceso antiguo. Y llega el supervisor, el encargado, el despachador, el guardia forestal, tiene piernas arqueadas y lleva botas ajadas, se sienta en un tocón junto a la choza, se parte un trozo de tocino adobado con pimentón, se lo mete en la boca, más bien al fondo, y mastica. Entre los bosques hay poblados. Sin animales domésticos, sólo con alguna gal ina o algún pato, el val ado sirve todavía, la acidez 41 impregna los huertos. Las casas están hechas de barro, la humedad las hace firmes. De una choza así, empujan a una mujer afuera, hacia la l uvia, hacia la niebla o tan sólo hacia las hormigas rojas para que se vaya y recoja la leña menuda para hacer fuego. Seis hermanos mandan a la hermana a recoger [la broza, a juntar la leña menuda para hacer fuego. Y el a va y sus pies llanos y descalzos pisan la tierra con fuerza indiferente. Es fuerte, avanza con rapidez. Sus pechos son alforjas, llenas de arena, no oscilan, no tiemblan, el peso granulado tira de el a hacia abajo. Los dientes superiores empujan el labio hacia una nariz larga; si alguien escuchara detenidamente, oiría los silbidos de su aliento a través de la hendidura entre sus incisivos. No está enfadada, le importa un bledo. Al regresar, entra por la puerta podrida, se detiene con las piernas bien separadas en el suelo aplastado, tira el haz de leña hacia la lumbre. Después toma su pequeño cazo con lunares: un cazo de medio litro, con el esmalte saltado en el fondo, el descasque se parece, al tocarlo o verlo, a un ojo de gal o. (Pavel podría escribir que toda la historia está en este cazo, y no mentiría. Pero un escritor honesto no trata de escabul irse con metáforas.) En el cazo se hará una pócima. ¿Qué puede prepararse la gente en medio del bosque, de qué vive? Una infusión de liquen con miel; liquenes tienen un sabor limonero, la miel sabe a bosque; vinagre de manzana con 42 agua caliente y miel; una comida gelatinosa con leche agria, pues habrá leche en casa, seguramente; una bebida con levadura; un cocimiento con comino. Los hermanos vuelven a fastidiarle, le exigen otra vez que haga unos mandados, ahora no lo hacen por necesidad, sino para divertirse. Que aderece el val ado, que alambre la cancil a para que los zorros no entren en el gal inero (¿y si está vacío?), que vaya a recoger las castañas que les sirven como jabón. Mientras tanto, la pócima se le enfriará. Ahora se opone. Con su mano pesada golpea la mesa. Un solo grito de su pecho colgante es suficiente para amansar a los seis hermanos. Traian, el mayor, que ya tiene calva, niega lentamente con la cabeza y respira como si sintiera una presión en el estómago. El escritor se ha inventado más de la mitad de estas cosas porque no tenía más remedio. No estaba satisfecho con ninguno de los testimonios. Tenía la sensación de que su nuevo libro había de empezar en un bosque. Aunque presiente que no será suficiente, le gustaría hacernos entender, sin embargo, que el libro empieza en el bosque literal y no metafóricamente. Por el momento, su mente no se ocupa del dictador ni de su mujer ni del fugado jefe de servicios de contrainteligencia, que en un momento de soledad, dentro del fuselaje de un avión de carga, en un punto sobre el Atlántico, palpó en sus adentros 43 un bulto de literatura, y habló de sí mismo en tercera persona como si no supiera mucho. Ha de empezar en medio de un país profundamente verde sin nombrar. El escritor podría impresionar con facilidad, ¿lo ven?, con escribir un país profundamente verde. Sólo que hay algo que lo incita a buscar expresiones más extactas: como si realmente estuviera en la falda del bosque, oliendo su humedad e, incluso, temblando de frío. Su situación es la siguiente: hasta que no se le aparezcan las escenas, no tiene ganas de escribir; cuando se le aparecen, tiene la sensación de que casi tendrá que hacerlo. También hay ilusiones de varias clases que intervienen. En el paréntesis, siempre aparece una y otra vez la visión de que la escritura será como nadar, una gran libertad. Pero pocos artistas nadan, ejercer la natación es, para la mayoría, un suplicio. ¿No es verdad que, una vez, incluso el tenorista más famoso del siglo veinte reconoció con abatimiento que siempre tenía miedo antes de actuar? Ho sempre paura, dijo fijando sus ojos en la cámara, ojos como extraídos de un icono íconos, como piedras semipreciosas opacas y bril antes, incrustadas entre las arrugas esquemáticas. El día en que enterraron a ese hombre milagroso en Modena, Pavel estaba sentado junto al Lago de Garda, cerca de la pequeña ciudad de Sirmione. Tres aviones 44 atravesaron el cielo velado, desprendían humo en colores de bandera italiana; fue precisamente cuando le l egó un mensaje sobre el nacimiento de un niño y pensó, aún con el teléfono en la mano y con un sentimentalismo genuinamente eslavo, que el bebé sería una persona feliz: en absoluto por la bandera tricolor, sino por la suavidad dorada del lugar en el que había aterrizado la primera noticia sobre él. Se acordó con ternura de la integridad del artista fal ecido. Sí, suena ridículo, porque había sido realmente inmensamente íntegro. Pero el quid era otra cosa: en Luciano Pavarotti no había nada seductor, sólo había luz, ninguna historia, sólo aquel a vida que había vivido en realidad. Pocas vidas alcanzan vivir sin historia. Si la religión de la naturaleza tuviera sus santos, probablemente serían así. El escritor ha contado demasiado, su trama tiende a trasladarse al lago. A lo mejor podría meter al cantante en la narración como ejemplo de contraste: los héroes de la presente novela no son santos. Pero contrastar ni siquiera ha de ser importante. Los principios son dos, piensa Pavel, de la misma forma que hay dos clases de lugares. Algunos surgen de la memoria, algunos se labran con dificultad con la ayuda de la imaginación. Los primeros son imagenes bril antes y planas, los segundos paisajes lodosos, llenos de olores y voces. También podría tratarse de un pequeño bosque en Alemania, en una zona con mucha agua. Los gnomos de este bosque son muy auténticos y torpes, obras maestras de tal as de madera populares. Entre los árboles delgados hay 45 una fuente, el agua sale de la roca y pasa por un tubo a un tronco ahuecado. Junto al manantial hay un banco pequeño y sencil o. No muy lejos de al í, una hondonada en la que se deposita la hojarasca, al borde de este hoyo hay unas rocas cubiertas de musgo. «Al í, Minna, ¿lo ves?», señala el joven Heinrich con el brazo estirado. El brazo es aún infantil, pero ya fibroso, y tiembla de impaciencia. Pero la impaciencia no va dirigida a Minna. Heinrich para de tanto en tanto y espera de forma sistemática. Mientras espera, mira el trayecto de los pies de su compañera como si considerase la posibilidad de que hiciera un paso torpe y se torciera un tobil o. El a es más fuerte que él, sana, de mejil as lisas y rosadas, de ojos tranquilos y acuosos. Ha comido ya muchas carpas en su vida apenas empezada. No resopla nada, sólo está mareada por el calor y la caminata por el suelo mul ido. Heinrich se queda sin aliento, pero no tiene calor, él nunca tiene calor. «Aquí, Minna», añade con brusquedad cuando alcanzan la hondonada. El rostro de Minna se turba, sus facciones enrigidecen; echa vistazos alrededor con disimulo como si no tuviera el valor de reconocer que no sabe por qué aquí exactamente: no hay nada irregular en la hondonada. Heinrich saca una navaja pequeña de su bolsil o, la abre, se pone en cuclil as para alcanzar la piedra y la raspa para separar la musgosa capa. Iracundo, asiente con la cabeza; Minna se pregunta para qué, temiendo que la 46 pil e mientras trata de adivinar la razón. «Entiendes, ¿no?», le pregunta él. «Ah, sí,» dice el a de seguida con un suspiro. «La superficie lisa demuestra que se trata de piedras labradas.» Minna cree que la ha desenmascarado, pero después se da cuenta de Heinrich mira hacia lo lejos, de que quiere persuadirse a sí mismo, no a el a. «Podemos sentarnos donde la fuente», sugiere él. «¡Ah! ¡Sí!», responde la chica con decisión. «Un momento», dice él; limpia su navaja con un pañuelo y la guarda, sacude el pañuelo y lo dobla con esmero. La lleva hacia un asiento sencil o, la deja sentada, se sienta a su lado y se levanta en seguida. «Lo he leído, Minna. Se supone que en nuestro bosque hay un tesoro enterrado, un tesoro de tiempos remotos. Cosas valiosas. Joyas y cálices de oro.» «Cálices de oro. .», repite Minna. Durante un momento se miran fijamente a los ojos; los dos tienen los labios separados, respiran por la boca. «Sí, cálices de oro», susurra Heinrich, atrapado en la confianza infantil. ¡Oh, dulces recuerdos, oh, susurros del límpido manantial! Después, el chico alarga el mentón, junta las manos en la espalda y ríe con sarcasmo: «Por supuesto que a muchos les oirás decir que son cuentos chinos. Pero yo estoy seguro de que el tesoro 47 está aquí cerca. Un día lo levantaré. ¡Imagínate qué victoria!» Dice: «¡Imagínate!», pero no controla si Minna se lo imagina de verdad. El a ahora se siente a gusto, está sosegada, llena de confianza. «¡Imagínate, la vergüenza que pasarán todos, quedarán en ridículo y yo seré famoso y rico!» Minna suelta una risita. Y el joven continúa sin cambiar la voz, aún ex cathedra: «Quisiera que entonces estés a mi lado. ¿Te gustaría?» «Sí, me gustaría», dice la chica pausadamente. Heinrich asiente con la cabeza: guardará su respuesta en su infalible memoria. En realidad la marcha ha sido muy corta, en realidad no estaban solos: desde el jardín detrás de la casa del párroco se oían las voces de sus hermanos que jugaban con la pelota. En realidad Minna dijo: «Bueno, sí.» Su ropa olía a harina, crujía por exceso de almidón. La casa del párroco, donde vivía Heinrich, tenía olor a colinabo cocido. Ahora viene la parte difícil, piensa Pavel. El héroe no contó nada concreto sobre la casa de su infancia. (Seguro que no habría mencionado el colinabo: tenía una visión del mundo completamente diferente.) Sobre sus padres nil nisi bene: ¿no mostró así su buen gusto, en gran medida? Y tampoco se trata de una historia familiar, en absoluto. En cuanto empiezas la 48 frase con madre, ya insinúas algo. (Su madre murió cuando todavía era niño. La recordaba como una mujer silenciosa y pálida.) La casa era grande y muy tediosa. Como las casas luteranas, podría escribir. En medio de aquel lugar tedioso, Pavel observa de repente algo pintoresco. En la chimenea arde un fuego agradable. El padre del héroe, pastor Schliemann, está sentado en un sil ón, calentándose. Parece ya bastante entrado en calor. Su cabeza oscila, revela y vuelve a ocultar una mancha grasienta en el cabezal. El pastor mira como si tuviera un instrumento óptico medio roto al fondo de sus ojos: pierde el foco y lo capta una y otra vez, por un momento. Cuando lo capta, una expresión de sorpresa alegre acude a su boca y hasta alcanza cierta perspicacia a la altura de sus cejas; la claridad sale de sus pupilas celestes. A la criada, que anda por la habitación, esto le gusta muchísimo. El chico espera otra cosa. Espera el ablandamiento, el sonido ambarino que surge de la garganta de su padre cuando la nueva capa de la bebida se une con suerte a las anteriores. Esta voz es también la luz: no un bril o del queroseno entre los intervalos sobrios sino una brasa dorada de una alcoholización estable. (En sus memorias, el héroe lo l ama un entusiasmo solemne: lo mismo que nunca diría colinabo, tampoco diría borrachera.) «Ven, hijo», lo llama su padre. Con una voz suave y ambarina, con plena resonancia, nunca alcanzada en el pupitre, se pone a contar sobre los 49 griegos con un entusiasmo solemne. En toda la historia no había habido un guerrero como Aquiles –muchos eran valientes, pero él era intrépido de una manera sobrenatural: tampoco era un hombre común, era divino–. Pero ahora estaba ofendido. Dijo que no participaría en la batal a. Sabían que, sin él, lo tendrían difícil. Y se reunieron y se dirigieron a él para persuadirlo. Les invitó a su tienda. Les agasajó con carne asada. El banquete duró mucho tiempo, mucho vino llenó las gargantas, Aquiles permaneció inamovible. «¡Oh, a su tienda!», se ilusiona el joven Heinrich. ¡Oh, el lujo de los lugares donde una tienda es suficiente! ¡Oh, el lujo de la tienda en la que caben tantos hombres! ¡Oh, un banquete en la tienda bajo un cielo estrel ado del sur! ¡Oh, escudos pesados, pieles de oveja, puñales y pinchos, oh, el chischás, los chasquidos! ¡Oh, el olor a carne asada, oh, vino denso y dulce, oh, grasas y hierbas! ¡Y en medio de ese lujo el guerrero más valiente, ofendido, testarudo y sarcástico! ¡Astuto Odiseo, venerable Príamo, noble Héctor! ¡El rey Agamenón! Sus historias se entretejen como el vel ocino. Heinrich escucha, su interior se ensancha. El hexámetro, agrega el pastor, encaja con precisión en el espíritu del idioma alemán. Aquel o dura una hora o dos, tanto que la tarde se hace noche, después se agota lentamente y se extingue: no el hexámetro, no la historia, no el calor en el interior del jóven, sino el sonido suave y ambarino. La resonancia es sustituida por silbidos entrecortados, el entusiasmo 50 solemne es suplantado por el fastidio. (Sería más propio decir por la aflicción. ) El ritmo ya no es el mismo. «Y el viejo fue a pedir el cadáver de su hijo. Rogó. Rogó y rogó. . Y nada. Nada. Nada, lo ves.» Así es la cosa, el destino, fatum. Nunca sabremos con exactitud qué asunto de su destino era lo que, al anochecer, le hacía sol ozar al pastor. Eran golpes duros, era una deshonra. ¿Cuán grande era la injusticia, cuán grande el papel de los caprichosos dioses? ¿Era verdad que el pastor desfalcaba los caudales de la iglesia o los mortales se lo tomaban a mal porque era como era: un hombre entregado a la vida? «Toma ya, toma ya», decía la criada que siempre andaba por la habitación. Se acercó a su señor, le puso la mano en el hombro y lo sacudió levemente. Él agarró su cintura, dejó de sollozar, rió con estridencia. «¡Trae la comida, mujer, y, antes, me apetecería un poquito de cerveza!» El chico se inclinaba hacia el fuego, apretando los ojos. Escuchaba los chasquidos en la chimenea, el murmul o atenuado del humo que salía, estal idos de tanto en tanto cuando cedía la madera quemada. Pensó en Odiseo: en cómo había labrado una cama matrimonial de un enorme olivo y había construido, al í mismo, un dormitorio alrededor del lecho. La casa de Schliemann se desmoronó como un alpende putrefacto. Heinrich pasó tres meses felices en la escuela media clásica, después fue obligado a pasar a 51 un centro de enseñanza media y, pronto, se acabó todo el dinero para sus estudios y la oscuridad envolvió su joven existencia. Y ya lo vemos barriendo el serrín en una tienda de comestibles, calculando con desprecio infinito la ganancia diaria del dueño junto a una candela derretida, tiritando en un altil o atravesado por las corrientes de aire. Tirita de frío, y también porque está furioso, tirita de aflicción infantil mezclada con la estúpida cólera masculina: lo peor es que en su alma sólo hay ablandamiento y temor, mientras que su mente está l ena de pruebas como si quisiera comparecer ante un tribunal. Y, aquí, el Dr. May interviene en nuestra narración. Pregunta: «¿Qué es lo que acaba de decir? ¿Que la oscuridad envolvió su joven existencia?» Pregunta susurrando, con una intensidad hipnótica. «Lo que ha dicho es psicológicamente impropio. Una persona joven es un ser de alma, no un ser de mente, el alma no necesita luz, la oscuridad es su ambiente natural.» En un cono oblicuo de luz, el Dr. May atraviesa poco a poco el escenario, a paso suave deslizándose por tablas de pino recién alisadas, de color amaril o pálido; sale del fondo para aparecer justo en el borde. Tiene la mirada fija en lo alto. No echa un vistazo a la sala donde bril an los glóbulos; no aguza el oído, no escucha el tintín de las monedas, el murmul o, los carraspeos; no se inclina hacia el público del que sale un olor ácido a cabal os en una noche de verano. 52 Parpadea con la mirada en lo alto, fijándose en la luz fuerte, sus ojos azules lagrimean, hace muecas. El Dr. MAY es un hombre de figura menuda, l eva un traje de cazador, de cuero, del color de las tablas de pino; tiene un sombrero de alas anchas colgado en la espalda, un col ar de colmil os del oso gris al cuel o y los flecos cuelgan de sus hombros; lo de «cazador» se refiere, en su caso, al Viejo Oeste y no a la tierra que no vamos a nombrar. Cuando se endereza, engancha el pulgar de su mano derecha en la correa que el cruza el pecho y susurra: Estábamos sentados junto al fuego. La luna se había puesto ya, reinaba una oscuridad profunda. Tal oscuridad impenetrable se forma sólo en un entorno salvaje donde no hay ninguna vivienda humana ni cerca ni lejos. Es casi imposible que, en estas tinieblas, una persona discierna algo, sobre todo si está sentada junto al fuego de la acampada, con la luz de las llamas cegándole. Pero con la práctica y la concentración, podemos conseguir que la pupila siga las órdenes de nuestra voluntad. Yo mismo había adiestrado mi vista tanto que podía percibir el bril o de un metal, fuera un rifle, un tomahawk o una navaja, hasta en la oscuridad más densa. Esta aptitud mía me ha salvado la vida muchas veces. De repente, oímos un susurro detrás de nosotros. Ninguno de mis compañeros lo había oído, pero yo lo había percibido con aún más claridad de la necesaria y también sabía que el que se arrastraba a través de la maleza no era un animal nocturno. A ras del suelo bril aba un cuchil o de caza, metido entre unos dientes 53 resplandecientes, un poco más arriba un par de ojos ardientes que sólo podían ser humanos. El indio veía en la oscuridad, pero no contaba con esa capacidad en un hombre blanco. Pensaba que podía acercarse inadvertido. ¿Qué podía hacer yo? ( Se interrumpe, abre los brazos y sonríe. ) Si el acechador hubiese notado que lo había visto, habría huido. Yo lo habría perseguido en vano por el bosque oscuro en medio de la noche. Lo pensé todo en un momento. Muy quieto me quedé sentado, removiendo las brasas del fuego con un palo como si no tuviera ni idea del peligro. No volví la cabeza, pero sí la vista de ángulo ancho. Con los años y con ejercicio desarrol é a la perfección también esta aptitud. El salvaje se acercaba por mi derecha. Había decidido que yo sería su primera víctima, creyendo, probablemente, que yo era el más peligroso. Yo estaba al acecho, pero esperando. Cuando lo noté justo a mis espaldas, me volví como un rayo y lo agarré por el cuel o, lo apreté contra el suelo y lo dejé inconsciente con un golpe en la sien. Mis compañeros se quedaron boquiabiertos. Arrastré al huésped no convidado hasta el fuego para que pudiésemos verlo. Era aún joven, de tez lisa, pero en sus facciones se dibujaba una expresión de desprecio inconmensurable, y en su frente se reflejaba un firme orgul o. Lo registré y le quité la bolsa medicinal. «Ahora tenemos seguridad», dije. «Sin esto no huirá, preferiría morir antes de volver deshonrado con los suyos.» Sólo entonces Carter y Johnson se recuperaron de 54 la sorpresa. «¡Hombre! ¡Amigo! ¿Cómo, diablos, ha hecho esto?», exclamó Carter. Johnson rió. Risitas encantadas surgen como susurros también de la sala. Estamos en uno de esos teatros alemanes que figuran entre las creaciones supremas de la ingeniería occidental; la acústica no tiene comparación, los susurros del escenario se oyen hasta en el lugar más recóndito de la galería. El DR. MAY reposa, parece que el reconocimiento le agrada. Pero, al mismo tiempo, está algo inquieto como si no hubiese expuesto todo lo que le turba el corazón. Baja los brazos, da un paso hacia la sombra y dice con una leve vacilación: He referido muchísimas veces, en torno al fuego de la acampada, la historia sobre una estrel a l amada Sitara y a muchísimos hombres duros se les empañaron los ojos al oírla. (Con más decisión.) Esta estrel a, igual que la Tierra, gira alrededor del Sol y es una verdadera imagen refleja de nuestro mundo. Sólo que en Sitara, la tierra firme no se divide en varios continentes, sino que al í hay un solo continente bañado por un solo océano. En las llanuras junto al mar se encuentra el país de Ardistán. La vida en Ardistán es dura: el clima es malo, la tierra es pantanosa, el aire está lleno de vapores infectos. Los habitantes de Ardistán viven en la miseria. En la zona alta está el país de Genistán. Al í, el aire es critalino y refrescante. Los habitantes de Genistán viven en prosperidad y se dedican a las ambiciones más altas. (Pausa.) Así es el destino. Ardistán para unos, Genistán 55 para otros. La mayoría se resigna con su sino. Pero en Ardistán hay almas que se sienten atraídas por las alturas. Un alma poética siempre se siente atraída por las alturas. La mía también se sentía así. Nací en el seno de una familia pobre, mis padres eran los más pobres de los pobres. Pasé los primeros años de mi niñez en la oscuridad: una enfermedad, consecuencia de las míseras condiciones, recubrió mi mundo con una impenetrable manta de la ceguera. Y, sin embargo, mi alma infantil creció y floreció en la oscuridad. Cuando, gracias a unas buenas personas, recuperé la visión, no sabía ya de repente dónde me encontraba. Fueron necesarios largos años y largos viajes para reencontrar la verdad. (Apasionadamente.) Ah, sí, he viajado mucho, mucho, muchísimo. He escrito sobre mis viajes en mis libros que tuvieron bastante éxito. Pero sólo pocos han llegado a comprender mi obra. En realidad he estado contando una y otra vez una sola historia: la historia sobre el enfrentamiento entre el Hombre, Dios y el Diablo. Porque este enfrentamiento es, según mis convicciones, la esencia del mundo. En la sala se produce un silencio incómodo. Desde el fondo del escenario se oye una carcajada diabólica. El DR. MAY vuelve la cabeza con ímpetu. Carraspeos en la sala. El DR. MAY empieza a retroceder cara al público. Mirando por encima del hombro, sale del cono de luz, después también de la media luz en medio del escenario, y acaba fundiéndose con el trasfondo negro. Lo cierto es que, en este momento, el escritor piensa 56 en el agente desertor, y también en el dictador y en su esposa. (La capital del país sin nombrar en una noche de octubre en los años setenta del siglo veinte: el Ardistán más bajo, si es correcto siquiera hacer comparaciones en este contexto.) Traducción de Marjeta Drobnič 57 58 Miha MAZZINI (1961) 59 59 Terminó sus estudios de posgrado en Guionística en la University of Sheffield (Inglaterra) y sacó su doctorado en Antropología de la vida cotidiana. Es profesor titular de guión en la Academia de Teatro, Radio, Cine y Televisión (AGRFT) de la Universidad de Liubliana y es miembro regular de Academia de Cine Europeo. Es autor de más de veinte libros (en diez lenguas distintas), experto en informática y autor de nueve manuales, autor de diez guiones grabados y cinco cortometrajes, y ha sido galardonado con varios premios literarios, entre ellos el premio estadounidense Pushcart a un cuento corto, incluido en muchas antologías en el extranjero. 60 La novela de Mazzini Paloma negra (2013) se ubica en el periodo de postguerra y pone en el primer plano al coronel David, que a pesar de estar acostumbrado a la violencia, de repente ya no puede seguir firmando las órdenes de ejecución, rompiéndose bajo el peso de la conciencia. A causa de este cambio y para castigarlo, las autoridades lo mandan a un pueblo apartado en el que la vida transcurre entre las películas mexicanas y el contrabando. Al principio parece que David puede controlar la situación, pero su autoridad empieza a venirse abajo a causa de los recuerdos de su niñez y del secreto que surge de su vida pasada. A Mazzini en esta novela le interesan las cuestiones ideológicas y su influencia en la vida del individuo. A pesar de tratar temas de un pasado colectivo que plantea como un conflicto individual, su reflexión una y otra vez se orienta hacia el futuro. La novela es fruto de la investigación del autor sobre el éxito de las películas mexicanas en la antigua Yugoslavia en el periodo de postguerra, llenas de diálogos y de mezcla de géneros, abarcando temas históricos, psicológicos y filosóficos. Una novela polifacética con un final abierto. Acerca de los derechos de autor dirigirse a: miha.mazzini@gmail.com (Miha Mazzini) Acerca de la traducción: barbara.pregelj@guest.arnes.si (Barbara Pregelj) 61 62 63 63 Los vecinos habían ocupado sus asientos antes de las siete, aunque el rojizo sol todavía estaba vacilando. En las primeras líneas los jóvenes, los campesinos en medio, los hombres de Mihael por detrás. David se sentó al lado del proyector. Tiraba las colil as a la hierba, de manera que era difícil distinguirlas de las flores de margaritas. Se agachó y quitó una flor. Durante unos segundos la estaba observando antes de evocar en la memoria los pétalos que solía arrancar al inicio de su adolescencia, a escondidas, en el sótano, después de haber encontrado en una novela el juego de me quiere, no me quiere. Sabía que se trataba de una estupidez, pero aun así no podía contenerse. En pleno Trieste no crecían margaritas, así que tuvo que andar bastante hasta encontrarlas. Y luego tampoco se atrevía a quitar ninguna porque pasaban a su lado los transeúntes. Hacía como si tuviera que atarse los cordones y atrapó una con los dedos nerviosos, de manera que rompió la flor. Durante un cuarto de siglo no se había acordado de esto, aunque el presagio parecía prometedor. Llevaban coqueteando en el Corso, una vez lo hicieron en la iglesia, no obstante ahora apenas podía recordar su cara. Cabel os muy rubios in una piel que pedía un parasol sobre la cabeza. El resto era un vacío. ¿Logró sobrevivir la guerra, seguiría viviendo en Trieste? Quizá en este mismo momento estaba paseando por el Corso o bien estaba yaciendo en uno de los cementerios triestinos, tal vez cerca del Fouché, el revolucionario convertido para quien el general no pudo encontrar ninguna palabra buena. Napoleón le había parecido un 64 ángel del mal imperialista y su ministro de policía con su tipo raquítico, cara estrecha y prolongada, un hombre de sombra que edificaba las escaleras para su marcha de dictador. Fouché había construido un estado de chivatos y espías en el que cada uno desconfiaba del prójimo, donde los secretos estaban tejiendo una red que a través de círculos y nudos desembocaba en las manos de un solo hombre. Cuando una tarde de noviembre estaban hablando en la casa del general y el piso ya estaba tan repleto del humo de tabaco que las caras aparecían de entre las brumas azuladas como la costa en los meses de abril, el profesor reconoció: “¡Había escupido sobre su tumba!” Y David no se atrevió a decir que Fouché quemó públicamente sus archivos antes de tumbarse en el lecho mortal. Abrió la boca y el resto del cigarril o se cayó sobre la hierba aplastada. Su propia membrana mucosa le parecía de papel y la lengua un tajo de madera clavado, intentando huir ante el eructo agrio del estómago. Todavía no podía evocar la cara de su primer amor. Solo se acoraba de una sensación de fatalidad, de un deseo vehemente de estar con el a, de una conciencia de no poder seguir sin el a. Quizá fue bueno que jamás llegaron a hablar, de ahí que no pudiera pedirle lo imposible dado que hubiera obedecido su deseo sin pensar, por muy dañoso que fuera. Toda aquel a emoción ardiente que entonces juraría que le impregnaba hasta la última célula, se evaporó, dejando detrás de sí tan sólo un resto mezquino del recuerdo. Algo temblaba en el 65 fondo del estómago y crecía hacia el corazón. Tardó en reconocer la sensación. Un anhelo por la mujer de la que no había quedado casi nada. Temeroso y de manera rápida, dispuesto a echarse atrás en seguida, se dejó llevar por el efecto como si hubiera metido al agua tan solo un dedo; a la vez se daba cuenta que no anhelaba aquel a mujer sino una vida distinta. Los recuerdos nostálgicos de amores pasados no eran sino las vidas que no habíamos vivido. “Empecemos,” dijo justo en el momento cuando pasó a su lado Aleksej quien no pudo evitar echarle un vistazo a David. El mensaje de sus ojos fue eliminado por la penumbra. Echaron en marcha el motor y el proyector alumbró la tela en la parte lateral del camión. “¡Ooooo!” se extendió entre los espectadores quienes lograron divisar un monte muy parecido al suyo que llevaba encima escrito “Paramount”. Siguieron los escritos y unas historietas de la vida militar en blanco- negro, mientras que desde la trompeta, fijada en el techo del camión, rechinaban los violines. No figuraban los nombres de los actores, así que David no pudo saber si le había cumplido el deseo de Ana de ver a Pedro Armendáriz. A continuación se observaba una imagen de la estación de ferrocarril y en su centro, una luz, una mancha temblante que se hacía cada vez más grande, que echó mucho humo, se acercaba cada vez más para convertirse en un tren que entró en la estación, l evando consigo también el sonido de las trompetas que 66 sustituyeron el de los instrumentos de cuerda frotada. Un suspiro común, las cabezas se inclinaron hacia atrás, tirando detrás de si a sus propietarios. Del tren empezaron a bajar los soldados y desaparecer en un sitio en la puerta del camión. En la pantal a ponía “México 1919”, y debajo, en subtitulo “MЕKCHKO 1919”. David esperaba escuchar los silbatos, tal y como sucedía en otros sitios adonde mandaron la copia con subtítulos en la lengua errónea, pero aquí la copia no pudo compararse a nada y el cirílico fue aceptado como parte integrante de la película. Los cuerpos se unieron en la magia y se inclinaron hacia delante, la pantal a cambió en un imán. Se acordó del sermón de Mihael sobre los peces; delante de él estaba naciendo una manada. Mientras estaba en la isla, al menos una vez al día se fue al otro lado, a la hora de la soledad, para ver los peces. También él admiraba la bel eza de muchos en uno y disfrutaba de los espectáculos que le preparaban a Tito en ocasión de sus cumpleaños. La muchedumbre en el estadio, los movimientos que demostraban que el pueblo era el cuerpo y el líder, la cabeza. Un pensamiento que percibió casi una semana antes del encuentro decisivo en Belgrado: yo era el que podía domar las células malignas. En seguida lo reprimió para olvidarlo. ¿Acaso la ruptura no se produjo de una manera abrupta sino que llevaba madurando durante tiempo? Se anunciaba en pensamientos diminutos que se quedaban fuera del alcance de la atención y se apagaban con demasiada rapidez, como unos pabilos fuera del 67 campo de visión. Del tren bajó una mujer muy bien vestida y se dirigió a la izquierda, más al á del borde del camión, a la oscuridad. David estaba observando las coronil as de los espectadores que por respeto antes del inicio dejaron sus sombreros en las rodil as. Estaba tentado a levantarse y ver si tenían todos, como uno, abierta la boca. Dejaron de fumar. Las luciérnagas de los cigarril os se estaban apagando una detrás de la otra y no había ninguna que se encendiera de nuevo. David se parecía a sí mismo un doble espectador. Una parte se estaba hundiendo en la película sobre el oficial que condenaron por error, pero que a pesar de todo no quiso huir, dado que procuraba cumplir la orden, aunque esto significase l evar a cabo su propia ejecución; y la otra parte se le estaba rebelando al primero expresando su asco por todo: la patética llevada al extremo, la música, las imágenes de los personajes, los ángulos de la cámara, y todo. La exuberancia, convertida en la banalidad que quería tapar la simplicidad: la muerte l egaba sin violines pomposos. Esto lo habrían de saber también los vecinos. David estaba escuchando el español, leyendo a la vez su traducción en el cirílico. Aunque el público no era capaz de hacer ni lo primero ni lo segundo, al final estaba fijando la mirada en la parte alumbrada que el estal ido del conmutador redujo a la oscuridad con mejil as totalmente mojadas. Pasó bastante tiempo antes de que la mitad de la luna ganara las consecuencias de la luz 68 artificial y David pudiera divisar las espaldas y las cabezas. De las montañas bajó una ola de viento que le hizo sentir frío en las mejil as. Miró en la dirección contraria del operador, disimulando que estaba buscando otra caja de cigarril os. A escondidas y de modo rápido se limpió los ojos con la articulación del índice y bajó el dorso de la palma esperando haberse quitado todo el líquido. Apenas en este momento se dio cuenta de que había l orado; la razón totalmente serena, no obstante los conductos lagrimales obraron por su cuenta. ¿Por qué ya no veía sino las rupturas, la desagregación en dos partes, evocando con anhelo las imágenes de la unidad? Durante la película hubiera jurado tener reacciones distintas de los vecinos, pero acaba de darse cuenta de que también él formaba parte de la manada de los espectadores que poco a poco se estaba despertando del hechizo, se estaba descomponiendo en partes integrantes, empezaba a moverse, moverse en el asiento, rasgarse y quitarse las lágrimas. “Perdón,” dijo alguien de las primeras líneas cuya voz sonaba joven, “¿pero de qué han hablado?” “También yo quisiera saberlo,” añadió una voz de la parte trasera. “Sí, sí, sí. .” se expandía de boca en boca. El operador escupió sobre su zapato, sacó un pañuelo del bolsil o y empezó a lucir la piel. “Solía escupir sobre el suelo,” dijo, “pero no merece la pena. Aquel a muñeca no merecía su dinero. Tenía problemas con la espalda.” 69 Uno de los ayudantes ya estaba rebobinando los discos. “¡Ana!” gritó una voz joven. “¡Ana! ¡Ana!” empezaron a decir los demás. Un cuerpo menudo se levantó y casi desapareció en la sombra del camión. Dijo algo, pero sus palabras fueron tragadas por el murmul o de la muchedumbre. “¡Pssss!” se extendió entre los vecinos y los últimos silbidos ya cayeron en un silencio total. “Voy a traducir,” dijo, “voy a leer y traducirlo. Pero mi voz no es lo suficientemente fuerte. .” « “Voy yo,” gritó alguien y salió corriendo. Estaban esperando. El operador volvió a poner el primer disco y encendió un cigarril o nuevo. Bostezó y se inclinó hacia David: “Hemos vivido una guerra civil. Llevamos diez años escuchando lo distintos que somos. Pero desde que llevo haciendo esto he llegado a la conclusión de que somos iguales del todo. Pon una película mexicana y dejará de importar tu nacionalidad y tu religión. Y no ha devuelto el libro aunque en la biblioteca se lo estaban reclamando constantemente.” La tal a del hombre volvió corriendo y le entregó a Ana algo grande. “¿ME OIS BIEN?” se escuchó su voz. Asentían y empezaron a dar vueltas hacia el proyector. “¡Otra vez! ¡Otra vez!” empezaron a murmurar, y a continuación exigirlo cada vez más alto y decidido. 70 David pudo distinguir los ojos de la última fila y sonrió al ver la miradas que todavía nos han despertado del todo y tampoco tenían la intención de hacerlo. “Bueno,” dijo el operador. El motor se puso en marcha, tosió y cogió el ritmo. El proyector alumbró las caras que cerraron los ojos y se dieron rápidamente la vuelta. Ana se puso al lado de la puerta del camión, se dio media vuelta hacia la pantal a, sosteniendo con las dos manos una especie de embudo. Los soldados estaban saltando del tren y desapareciendo dentro de el a. “México 1919,” dijo. * * * Esta vez David disimulaba rasgarse con el índice izquierdo por la barbil a hasta finales de la película. Unas cuantas veces frotó lo que a lo largo del día creció de su barba y luego movió la yema del dedo arriba a la izquierda de la mejil a hasta el párpado. Estaba mojado. * * * “¡Más! ¡Más! ¡Otra vez! ¡Más!” “Bueno,” dijo el operador, “qué remedio. Hay cosas que hace falta repetir hasta el infinito. Como con la primera novia.” Tuvieron que interrumpir la sesión de medianoche porque se había acabado el combustible. David le ayudó 71 al ayudante a verter el contenido de los bidones al depósito que parecía que había dejado el ejército inglés. El ayudante se fue mientras que él se quedó al otro lado del camión. Estaba sentado apoyando la espalda en la rueda y observaba la luna. Antes de la muerte el oficial condenado sólo quería cantarle algo a su madre en su cumpleaños. El público ya en voz bastante alta murmuraba la melodía mientras que algunos ya empezaban a imitar las palabras en español que estaban uniendo de manera inadecuada. En la espalda le apretaba el eje de la rueda y sentía el perfil profundo del neumático sobre los hombros. Inclinó la cabeza y dejó que la nuca se enfriara en la faldil a metálica. Al lado del mar, la luna le parecía más suave. Aquí se levantaba sobre él clara, arrugada y machada, le estaba mostrando su cara adolescente. Le entraron ganas de fumar, pero se contuvo. Sentía plenamente el momento en la inmovilidad de si mismo y del entorno, el pasar del tiempo sólo lo marcaban los sonidos de la película. “¿Seriamos felices si fuéramos capaces de detener el tiempo?” Se sonrió ante su propio pensamiento extraño pero no lo evitó sino que se permitió seguirlo:“Supongamos que cinco veces en la vida tuviéramos la posibilidad de pararlo y volver a arrancarlo cuando nos cansáramos de disfrutar el momento. ¿Será que cada segundo suceden demasiadas cosas y por eso la sensación principal de nuestra vida sea la de no poder atraparlo?” se preguntó y al instante se asombró: “¿Acaso tengo la sensación de no haber atrapado las 72 cosas a tiempo?” Se paró y esperó. Solamente podía percibir la lucha entre el verano y el invierno - de vez en cuando bajó de los montes un viento que le enfrió la mejil a izquierda y desde el val e, a su vez, la primavera devolvía la caricia. De repente, una sensación de espereza en la lengua. Un rato de confusión, luego se dio cuenta de que se trataba del recuerdo del primer beso. Una de las trabajadoras en la fábrica donde trabajaba su padre, una aprendiza, había notado cómo le observaba y empezó a visitar a su padre con más frecuencia quien se alegraba de su atención pensando que David durante las vacaciones no tenía nada que hacer. Venía durante la pausa de merienda y abandonaba la fábrica a través del almacén. Las trabajadoras estaban sentadas en el rincón de la sala de producción, en los bancos estaban desenvolviendo desde los cestos lo que habían traído, y un día la aprendiza faltaba. Cómo le latía el corazón y qué presión sentía en las sienes al abrir la puerta del almacén y cómo estaba moderando el paso en el laberinto de los paletos de colores. ¿Acaso estaba enferma? No. Todavía algunos días después se asombraba de lo áspera que era su lengua. “Acaso todas las lenguas femeninas son así? Tal vez sólo le había parecido?” Nunca más había tenido la oportunidad de comprobarlo con el a, tan sólo dentro de un año empezó a constatar que más bien se trataba de una excepción. “¡Ay, ay, ayay!” cotorreaba la bocina sobre él, rechinando en niveles más altos. 73 Sacó los cigarril os del bolsil o, intentando concentrarse. ¿Le estaba ablandando la película o más bien fue la música? Se acordó de Tolstoi de quien se decía que huía ante la música porque le hacía l orar y le quitaba toda su gran energía. Devolvió el paquete en el bolsillo. Aunque fuera la música - no fue esta porque era demasiado exagerada y banal. Más bien era una promesa de la existencia de una música aunque no la había oído y tal vez jamás oiría. La música que a uno le quitaba todo lo que le había puesto la evolución: las abstracciones, la razón, las alienaciones y hasta las emociones complicadas. Y agarraba la misma médula del oyente y le sacudía hasta romper a l orar a pesar de estarse riendo; se echaba a reír el que estaba de luto e interrumpía los preparativos de suicidio, si acababa de despedirse de la vida. Hasta la persona más apática a pesar de sus miedos y dudas podía darle la vuelta como a un guante; era más potente de todo por ser momentánea, inalcanzable, vuelta en silencio.Inspiró el aire como si jadeara. Las dudas, el miedo y los violines mexicanos. Un momento de silencio cuya grandeza era una promesa de otros momentos parecidos, más extensos. ¡Ay, la música! Ya no pudo permanecer sentado. Saltó en la necesidad de entretenerse, huir de la enorme tristeza de la despedida del momento de amplitud, así que le echó un vistazo a la cabina. El otro ayudante estaba durmiendo, empujando las suelas sucias hacia su cara. 74 Miró furtivamente a través de la carrocería donde se estaba moviendo la espalda de Ana. Sus manos con dificultad sostenían el megáfono y su voz sonaba cada vez más ronca. Se acurrucó justo delante de la parte delantera y miró entre el faro subido y la carrocería. Constató rápidamente de que no había ningún peligro de que alguien se reparara en él. Los ojos de los vecinos estaban fijados en la proyección, las bocas abiertas, las caras empapadas de lágrimas reflejaban el temblor del fuerte foco de luz delante de el os. ¡Qué parecido tenían! El operador mencionaba las diferencias entre los pueblos y las nacionalidades, entre las culturas y las ideologías, pero David pudo observar todavía más: la reducción de las diferencias entre los hombres y las mujeres, entre los jóvenes y los viejos. Ivan le estaba agarrando a Mihael, cubierto con su brazo, y no había deferencias en el éxtasis entre un retrasado mental y una persona normal. El efecto de la película le sorprendió. Él había visto muchas en sus años estudiantiles y puesto que se acostumbró, fueron escasas las películas que lograron atraparle. No pudo recordar si su primera visita al cine con su padre le había provocado el mismo entusiasmo. Quizá era demasiado joven. En su recuerdo más bien estaba el verano, el movimiento de la pantal a en el cine de verano, gran escrito en la entrada CAFFE CIRILLINO y además, como no se le había ocurrido antes, una estrel a de cinco puntos sobre la entrada a la sala lateral. 75 ¿Un pentagrama? Intentaba consolidar el recuerdo, pero se le estaba deshaciendo en la niebla como un flan. Se acordaba del campo de jugar en la cal e vecina, del padre quien empujaba el columpio, de los paseos, ¿acaso todo esto fue anterior al ritual de cine de los miércoles? La sesión era la única posibilidad de verle a su padre sin cartera de piel en la que llevaba los documentos de contabilidad. Tal vez por eso de repente con la mano izquierda libre le estaba dando a su hijo los golpes en el hombro, advirtiéndole ante las ilusiones: ante todo lo que parecía ser distinto de lo que fue en realidad. El padre afirmaba que las películas nunca le habían impresionado demasiado. Al ver algunas tosía y se meneaba los ojos mientras que los demás espectadores sol ozaban en los pañuelos, y al final siempre concluía con: “Ya, otra mentira.” En las escenas con besos chasqueó, indignado, y se lanzó a hablar en italiano en voz un poco más alta: “E solo fantasia, tutti si trovano!”Una indignación grande lo tuvo que incitar a hablar la lengua que odiaba, y que sin embargo tuvo que utilizar para hablar con su mujer y su jefe. “Un esloveno erguido,” llamaba su postura y tal vez por eso al dueño de la fábrica solo le asentía y cuando estaba con su mujer, se limitaba a cal ar. Después de la sesión fueron a tomar té y zumo a la cafetería de San Marco en la plaza principal donde un camarero en librea recibía los pedidos con las cejas levantadas. El padre resumió la película con la explicación de los trucos y los engaños utilizados por los creadores, 76 y mientras tanto sacó el reloj del bolso, cada vez más enojado por tener que pagar por las invenciones. Después de echarle la última mirada al minutero se levantó y durante el camino a la casa de vez en cuando se dejaba l evar por la emoción, poniendo las palmas en las fachadas y empujando con fuerza: “¡Esto es la realidad!” solía decir. Una vez el os. . el padre. . ¿l egaron antes?. . ... ¿Humo? Un dolor en la parte izquierda del costado, al lado del corazón. David tocó la parte dolorida y la sensación poco a poco se fue desvaneciendo en la palma de la mano. Tenía una sensación rara, como si volara, alterado, como si a través de él transcurriera una débil corriente. No pudo acordarse qué era lo que pensaba. El padre, el cine, ¿y luego qué? Otro pinchazo en el costado. Al oficial de la película lo llevaron al lugar de la ejecución. El público se inclinó hacia delante y como uno negaba con las cabezas. “No, no, no, no, no,” se extendió entre el os. No pudo quitar la mirada del efecto que ejercía la historia sobre la gente: podía volverles en uno. En un protoser que hace mucho se había descompuesto y que había empezado a individualizarse. Con el o, empezó a sentir miedo y el coraje a la vez. Las religiones y las ideologías, pensó, no son sino historias que intentan volvernos a nuestro metaestado; la única diferencia entre el os y la película de la pantal a 77 estribaba en que estaban concientes del deseo de cambiar el mundo. Los escritores narraban sus historias esperando que les creyéramos mientras que los curas las narraban exigiendo ser creídas. ¿Acaso el profesor que se encontraba delante de su círculo de alumnos, cuyo primer y más fiel miembro era precisamente David, observaba las caras igual de radiantes, hundidas en un mundo nuevo y más justo que su historia dibujaba en su imaginación? ¿Tal vez el hechizo de su publico le l evó hacia delante, de manera que dejara su profesión para convertirse en el revolucionario profesional? ¿Formación en Moscú, persecuciones, prisiones? Y todo lo que uno tiene que vivir para poder levantarse ante la muchedumbre y confirmar la creencia en su propia historia. Y creía, claro, todos lo creían. De veras habían cambiado el mundo y hasta poco también David creía que l egaron a hacer realidad la historia. cambiado el mundo y hasta poco también David creía que llegaron a hacer realidad la historia. Volvió a surgir en su memoria el recuerdo de Fouché con su tumba escupida que asimismo cambiaba el mundo al crear un estado policíaco; pero la historia le juzgó y condenó sin alegar en su defensa si al obrar tuvo presente el resultado final o bien éste se le aparecía sobre la marcha, porque de otro modo no pudo ser. La historia es la primera sustancia, levadura de corazones y alimento de almas, pero cuando llega a ser madura y su tiempo pasa, cuando empieza a perder su poder, las ligaduras tienen que hacerse visibles y reales, cadenas y porras una y otra vez. “¿Acaso sólo hemos 78 dado otra vuelta, será que dentro de cien años escupirán sobre nuestras tumbas?” Los pensamientos que el mes pasado David ni siquiera hubiera podido imaginarse, aunque tuvo la sensación de que se estaban anunciando. En los paseos cada vez más largos por la isla, en las observaciones exaltadas de las manadas de los peces, en el anhelo y envidia de su unidad. En la irritación hacia los subordinados, en el encender más frecuente de los cigarril os, en las noches en vela. Se escuchó el disparo, de la bocina gritaba una mujer. Se le unió el gemido de la parte femenina del público. El rostro de María fue relajado y ablandado por la identificación con la desgracia ajena, igual que otras caras. Le escoció la mejil a golpeada. Esto no estaba bien, de veras no estaba bien. La paz de la noche mientras esperaba la ejecución, aquel vacío de la habitación se estaba desvaneciendo. ¿Volvía a los tiempos de la confusión, volverán todas las dudas, incertidumbres, vacilaciones y una sensación general de desgracia? Con sus historias revolucionarias el profesor le daba sentido y sólo este podía unir toda la cantidad de piezas de las que estaban compuestos nuestro cerebro, nuestro pensamiento y las emociones. Después del desfile de uno de mayo perdió el sentido, como si una mano desconocida furtivamente le hubiera dado al conmutador. Quedó la nada, después de esta empezó a crecer el caos. En el fondo del estómago percibió una sensación que reconoció en seguida. El miedo. Le envolvió el pelvis 79 y se dirigió hacia el intestino. Se retiró detrás del camión y cubrió el rostro con las palmas de las manos. Ana dijo que ya no podía más, dejó el embudo sobre la capa, se escuchó un sonido de metal y la sacudida le traspasó. “¡Más! ¡Más! ¡Más!” estaba escandiendo el público. Volvieron a sonar los violines. “¿Es posible que alguien de veras esté solo del todo?” se preguntaba David. Se acordó de una conversación con un oficial americano en una cafetería en medio de Trieste que no dejaba de ponderar: “¡El individualismo! ¿Y vosotros, los yugoeslavos, quienes sois? ¡Casi Rusos, pero no asiáticos, no obstante sí Eslavos! ¿Qué significa un individuo para vosotros?”David se acordaba también de las conversaciones con oficiales rusos, de la misión de Moscú, y era verdad que todos sonaban parecido; pero a la vez los americanos con su individualismo tampoco se diferenciaban tanto de el os. “Mira a ver las películas rusas,” dijo el oficial americano y levantó su mano izquierda en alto. “¡El colectivo y de nuevo el colectivo! ¡Un protagonista colectivo! ¡Y mira nuestro Hol ywood!” saltó el brazo como si echara un lazo. “¡Un vaquero, un individuo, un individualista! ¡Hasta la maestra al final de la película le sobra, prefiere cabalgar hacia el occidente por ser tan individualista!” La risa empezó a sofocarle y torcerle las palabras, tuvo que repetirlas varias veces antes de decirles para que pudieran entenderse: “¡El protagonista individual 80 hasta prefiere masturbarse a formar un colectivo con una mujer!” Después de varios vasos de aguardiente explicó su teoría sobre la lucha en el mundo que según él se l evaba a cabo entre el principio del hormiguero que veía en el hombre un elemento del organismo mayor, de la voluntad común, y el principio de los individuos que entraban a la sociedad concientemente para aprovecharse de la misma. “¿Y por qué está usted aquí? le preguntó David. “El sueldo, las mujeres, el alcohol, el mercado negro,” respondió sin vacilar. “¿No por la lucha antifascista? ¿Por la libertad?” El oficial empezó a reírse tan intensamente que casi dejó de respirar. Brindaron y a final de la noche estaban conforme que a veces las mejores obras son fruto de peores impulsos y vice versa. Los dos vieron obras heroicas y infamias en todas partes de los aliados, indistintamente de su ideología y origen. El único punto de la discordia borrachera fue la pregunta qué época estaba por venir - ¿la colectiva o la individualista? Acordaron un encuentro en el mismo día del año 1960. Si venía solo uno, habría de brindar al alma del otro. Y si no hubiera venido ninguno de los dos, la camarera no podría saber que en el pasado vivía gente que se formulaba las preguntas que la trascendían. 81 * * * El dolor por estar acurrucado le sacudió a David. Se extendió, se despidió con la mirada de la luna y se fue a dormir. En la cama miraba delante de sí durante rato, y en la somnolencia se acordó de su llanto inconciente durante la película y lo mezcló con la conversación con el oficial americano. Semidormido soñaba que estaban de nuevo en la misma cafetería hablando, apretaban con la mano derecha los vasos que ponían sobre la mesa demasiado fuerte, bofeteaban con el os la mesa, cubierta con un mantel de tela.De repente se unió a la conversación otra persona, el padre que no dejaba de corregirse y limpiarse las gafas, se le estaba rociando como si acabara de entrar en un sitio cerrado del paisaje invernal, aunque todos llevaban la ropa de verano. El padre seguía repitiendo: “¡La realidad, la realidad! Yo soy un luchador por la realidad!” y asentía con tanta fuerza que las gafas se le resbalaban por la nariz. El americano gritó “Hi-yo, Silver! Away!” y David se hundió en el sueño. Traducción de Barbara Pregelj 82 83 84 Sebastijan PREGELJ (1970) 8585 Se licenció en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Liubliana. Desde 1991 publica sus cuentos en revistas literarias. En 1996 salió su primer libro de narrativa Burlones, profanadores y juradores en falso, al que siguieron dos libros de cuentos cortos: La flor de Cirila y Cerdos sin margaritas. Es autor también de cuentos cortos policíacos; sus cuentos figuran en antologías alemanas, eslovacas, polacas e inglesas. En 2004 salió su primera novela, Los años de gracia, a la que siguieron En la terraza de la Torre de Babel (publicada también en su traducción alemana), El hombre que cabalgaba el tigre, Bajo la estrella feliz (traducida al alemán) y, en 2014, La crónica del olvido, novela que ha sido muy bien recibida tanto por los lectores como por los críticos literarios. En colaboración con Gašper Troha escribió Caminos literarios por Liubliana, que salió también en una traducción inglesa bajo el título Ljubljana Literary Trail. Sebastijan Pregelj es miembro de la Asociación de Escritores Eslovenos. Vive y trabaja en Liubliana. 86 La novela La crónica del olvido (2014), que a primera vista podría considerarse una novela sobre la vejez, la demencia y sobre el paso del tiempo, pone en primer plano a un octogenario relativamente ágil, un abogado jubilado que después de mudarse a una residencia de ancianos no tiene que enfrentarse con los problemas que suelen acompañar la vejez. Es capaz de cuidar de sí mismo en su piso, y además ni le falla la memoria ni tampoco su cuerpo. Pero a lo largo de la novela, que transcurre como una vuelta atrás, ya que la narración empieza con su propio entierro, el lector se da cuenta de que el protagonista tampoco puede evitar las huellas cada vez más notables del tiempo, a pesar de procurar evitarlas. Los días monótonos que pasa entre sus compañeros, entregados a su destino, de repente los rompe la llegada de una señora atractiva que se muda a la habitación vecina. Además, empieza a visitarlo un desconocido que le recuerda los problemas de la vida exterior y a la gente que se queda al otro lado de la pared invisible de la demencia. Acerca de los derechos de autor dirigirse a: Spregelj@gmail.com (Sebastijan Pregelj) Acerca de la traducción: marjeta.drobnic@guest.arnes.si (Marjeta Drobnič) 87 88 89 89 La extraña compañía A mi funeral ha acudido un conjunto extraño de personas. Desde lejos se ve que la gente reunida no casa. O sí, quién sabe. Tal vez casa más justamente por sus diferencias. No lo sé. La variopinta compañía, no son más de veinte personas, forma un semicírculo. Delante de el os hay una tumba abierta, en el nicho de hormigón hay una urna. En la urna hay un puñado de cenizas. Es lo que queda de mí. La gente que se ha reunido me era querida. A cada uno de el os le quería a mi manera. Conocía a algunos desde hacía mucho tiempo, a otros desde hacía poco. Pero el tiempo no significa mucho. Konstanca está delante de todos. Una mujer guapa, alta, arropada con un abrigo negro que resultaría demasiado grueso a mediodía, cuando la temperatura puede alcanzar hasta veinticinco grados o más, pero por la mañana no está de más. En la mano derecha sostiene un pañuelo de seda con el cual se seca las lágrimas. Cada tanto alza la mirada al cielo, como si estuviera buscándome por al í arriba, después la baja otra vez para clavar los ojos en el suelo. A su lado está Rina, su hija. Ha venido porque no quiere que su madre esté sola en un día como este. Teme por el a. Cree que la pérdida y el vacío que he dejado no son buenos para el a. Su madre le ha contado muchas cosas sobre mí los últimos meses, cosas de nosotros, de los planes que tenemos. Rina no tomaba muy en serio 90 a su madre, pero no se lo dijo. Ni siquiera le insinuó que lo que contaba era difícil de creer. Estaba contenta de que su madre a su edad había conocido a alguien, estaba contenta de que su madre, mientras vivía en la residencia, había obtenido a un nuevo amigo y que así no tenía tiempo de ampararse en el pasado. Antes de que Konstanca llegara a la residencia, a Rina le preocupaba cómo se adaptaría su madre a la nueva casa, aunque habían hablado de el o un sinfín de veces y estaban de acuerdo en que no había otra solución. Además, Konstanca estaba sana y fuerte, sólo que le fal aba un poco la memoria y tenía achaques que llegan con la edad y no son nada especial, si uno sabe aceptarlos. A Rina le preocupaba sobre todo que su madre no encontrara una compañía adecuada, que no congeniara con la gente de la residencia y no se relacionara con el a y, por eso, se encontrara más o menos sola y aislada. Tenía miedo de que se ensimismara y poco a poco se perdiera en sus recuerdos. Después resultó que su miedo había sido innecesario. Konstanca hizo nuevas amistades y cada vez tenía menos tiempo. Últimamente hasta consultaba el reloj mientras Rina estaba de visita. Cuando Rina le preguntaba si tenía prisa, el a le contestaba que no, y, al mismo tiempo, le rogaba que se quedara un poco más. Rina lo entendía y le entraba la risa. Estaba feliz y no tenía preocupaciones. Ahora vuelven los miedos y las preocupaciones. Rina siente cómo se envuelven alrededor de su cuel o y bajan por su columna hasta l egar a la pelvis y siguen su camino a lo largo de sus 91 piernas hasta la planta de los pies. Sin embargo, nunca lo confesaría. Prefiere hacer las visitas más largas a su madre en el futuro e intentar así entretenerla y distraerla contándole sus historias. A una distancia de unos pasos está Adam. Cuando lo conocí era un pasante de abogado, ahora es director de un bufete. A Adam lo quiero como si fuera mi propio hijo. Adam desvía su mirada hacia Rina con frecuencia. Le interesa quién es esa mujer, aunque en realidad sabe quién es. Le gusta. Entre Adam y Rina hay un montón de gente mayor. Delante está el calvo Maks, metido en su chándal verde. Debajo del brazo sostiene un tablero de ajedrez. Dice entre dientes que todos caemos como figuras de ajedrez. Una partida mala. Pero no nos vamos a rendir, dice con determinación. A su lado está Franc, una especie de asistente del conserje. Franc no deja de pensar con insistencia en las tareas que le esperan en la residencia. Hay muchas cosas que hacer. Espera que el funeral no dure demasiado. Espera que después del funeral no le obliguen que vaya con el os a tomar café. Aunque sí le apetecería tomar café, pero no junto al quiosco del cementerio municipal donde el café huele a crisantemos y sabe a muerte. Empiezan a sonarle las tripas. Tiene hambre. Piensa en que la empresa funeraria no tiene en cuenta a la gente viva, sino sólo a los cadáveres. Si pensaran en la gente viva, los funerales no tendrían lugar a una hora tan temprana. ¿Cuándo quieren que desayune la gente? 92 Al lado de Franc está Bernard, pintor, y se le acaba de ocurrir que no estaría mal incluir en su obra un nuevo ciclo con el título de Estamos aquí. Vivos. Un hombre puede oponerse a la muerte, está pensando. ¡Mira nosotros! Siente un impulso en el pecho, le pican los dedos. Le gustaría correr a casa, colocar un pedazo de cartón en el cabal ete y en seguida ponerse a pintar. Pintaría rostros de gente viva. La muerte ganará al final, naturalmente, reconoce para sus adentros, pero hasta entonces puedo pintar a muchos vivos. Y los cuadros permanecerán y darán testimonio de nuestra existencia. Al lado de Bernard está la enfermera de turno que esta mañana ha sido asignada como acompañante. Es la primera vez que la veo. No sé cómo se llama. Parece simpática y paciente. Detrás de la enfermera de turno hay más gente. Se mantienen un poco más lejos porque la muerte junto a la fosa estaría demasiado cerca. A la izquierda de la fosa está Musa, cocinero de Sudán, que dice que el mejor plato es el que no está vacío y que el amor sabe igual en todas partes. A su lado está Rabia, de Pakistán. En las mejil as tiene unas rayas luminosas, hechas por lágrimas. A su izquierda, Makemba Alisa de la República Centroafricana. Makemba Alisa está tragándose las lágrimas. Al rato, su mano derecha busca con tanteo la mano de Rabia. Luego las dos mujeres permanecen agarradas de la mano, como si se dieran ánimos y fuerza la una a la otra. Detrás de Makemba está Joseph, filipino, que hace unos días reparó el televisor. El televisor es viejo pero 93 había funcionado impecablemente durante mucho tiempo. Todas las noches, cuando se cerraban las puertas y se apaciguaba la vida, Musa se sentaba ante el televisor y veía programas de cocina. Los veía hasta muy entrada la noche. No podía creer cuántos había, le encantaban las emisoras donde distintos chefs de todas las partes del mundo se pasaban cocinando todo el día. Cuando el televisor dejó de funcionar, Musa se descompuso. A nadie le comentó que echaba de menos la televisión, pero todos lo sabíamos. Su mirada se había vuelto triste, sus palabras eran esporádicas y secas. Hasta la comida que preparaba tenía otro sabor, se había vuelto amarga. Franc y Joseph abrieron el televisor e inspeccionaron el interior del aparato. Primero, Joseph encontró en Internet los dibujos del aparato y luego la tienda que vendía piezas de repuesto, y al í las pidió. Al cabo de menos de una semana, el cartero trajo un paquete pequeño. Ahora, con el televisor reparado, Musa se queda viendo los programas de cocina hasta muy entrada la noche, tal como lo hacía antes. Al lado de Joseph está Luminita. Luminita viene de Rumanía. Figura en el registro de personas desaparecidas. No ha hecho nada para que los funcionarios que se ocupan de diversos registros de personas, crean lo contrario. Me dijo que no quería cambiar de condición, y, menos ahora, cuando, al cabo de mucho tiempo, volvía a respirar y pensar con más alivio, ahora, cuando, después de mucho tiempo, sentía otra vez que estaba viva. Me dijo que se sentía como si hubiera metido todo lo que le 94 había pesado en una maleta grande y la hubiera dejado en una consigna de la estación de ferrocarril, y hubiera tirado la l ave desde el puente custodiado por cuatro dragones de bronce al río, donde se la hubiera tragado un pez que más tarde hubiera sido devorado a su vez por otro pez más grande, y éste por otro más grande y así sucesivamente, del río al mar y al océano. Luminita sostiene en la mano derecha un ramo de flores de verano que ha recogido esta mañana en el césped detrás de la residencia. La posición de la mano le produce daño en la muñeca. Al lado de Luminita está Vesna, la trabajadora social que nos había mandado el Centro. Una mujer joven que no tiene ni veinticinco años y que parece tener aún menos edad, de rostro y cuerpo infantiles. En medio de la cara tiene unos ojos grandes y asustadizos, parecidos a los de una corza. Hace unos meses terminó la carrera, pero como no puede encontrar trabajo, igual que la mayoría de los jóvenes, trabaja de voluntaria. De esta forma espera obtener experiencia y a lo mejor, más adelante, una oportunidad para encontrar un trabajo fijo. Vesna y Luminita han conectado mucho durante las últimas semanas. Vesna parece menos cohibida y a Luminita la he visto más sonriente. Vesna tiene ganas de hacer pipí. Se pregunta si tiene una inflamación de la vejiga. Antes de salir de casa, fue al baño, pero ahora tiene que ir otra vez. Qué molesto. ¿Dónde podría encontrar un rincón íntimo entre estas tumbas? Al í está un hombre joven, apartado de todos. Se 95 queda de pie durante un rato, después se dirige a un banco cercano y se sienta. Desde al í contempla a la gente reunida. Si la mujer de limpieza, Aida, hubiese venido a mi funeral, se acordaría de él, pues por lo menos una vez lo había visto salir por la mañana temprano de mi habitación. Pero no sabe quién es. No se lo he contado. Ni yo mismo sé quién es. El hombre parece satisfecho. Piensa que todo acaba saliendo más o menos como es debido y que, de alguna forma, todo llega a encajar. Cuando se oye salir la música funeraria de los altavoces, las mentes se paralizan. Todos miran con ojos ausentes, todos están esperando a ver qué pasa. Uno de los cuatro hombres uniformados que están detrás de la tumba se acerca al micrófono y pronuncia unas palabras por obligación profesional. Luego echa un vistazo a los presentes como si estuviera comprobando si alguien desea decir algo más. Cuenta mentalmente hasta treinta. Como nadie da un paso hacia adelante, se vuelve hacia los hombres que están detrás de la tumba. Les indica que se pongan a su lado. Permanecen de pie, quietos. Uno de el os sujeta un asta de madera con la bandera nacional, la blande varias veces sobre la tumba abierta. Luego la enrol a alrededor del asta, y los hombres se van. La gente que se ha reunido permanece un rato absorta y en silencio. Cada uno se pregunta por su cuenta si esto se ha acabado y pueden irse o deben quedarse un rato más por cortesía o qué hay que hacer. La gente mayor está cambiando de postura, como si sintiera frío en las plantas de los pies, como si en los 96 zapatos se les infiltrara el frío que, en el fondo, es el miedo. Esta mañana, la muerte no ha ido en su busca, sino que el os han entrado en su jardín, como si hubiesen venido a desafiarla, como si hubiesen venido a invitarla que vuelva a pasar por casa. En general piensan que estoy bien porque ya lo he superado. A la gente no le da miedo la muerte, le da miedo el dolor de los últimos momentos. Y tienen miedo porque no saben adónde van y cómo es al í, si hay algo al í siquiera, y si no hay nada, ¿qué pasa entonces? Para mí, que he cruzado el umbral entre el aquí y el al á, ha salido todo bien, según el os, teniendo en cuenta todo. Además he tenido suerte. He muerto durmiendo. La gente desea morir en el sueño, pero la mayoría no tiene esa suerte. También Makemba Alisa, Rabia, Musa, Luminita y Joseph están cambiando de postura, el os también tiritan de frío matutino. La única que permanece quieta, inmóvil, es Konstanca. Rina tiene paciencia. Está a su lado, esperando. De tanto en tanto, Adam dirige su mirada hacia el as. Ha decidido acercarse, saludar a Konstanca y conocer a la mujer que está con el a, pero no ahora mismo. Debe esperar un poco más. Traducción de Marjeta Drobnič 97 98 Breda SMOLNIKAR (1941) 99 99 Es una de las plumas más curiosas de la literatura contemporánea eslovena. Empezó a escribir a los diecinueve años y en 1963 se estrenó con la novela juvenil ( Niños, la vida sigue; El pequeño mosaico de los nombres; Capullos), en la que ya empezó a tratar tabúes poco tratados hasta aquella fecha. En plena época del socialismo y de los camaradas, empezó a publicar sus obras con una edición de autora para el público adulto bajo el pseudónimo de La Señora, provocando escándalos por tratar temas políticamente incorrectos relacionados con la época de entreguerras y de la Segunda Guerra Mundial. Aunque su prosa sorprendía por su expresión lograda ( La balada sobre la leche salvaje, Cuando moría Stob, Stob muerto, La balada sobre Stob), la autora fue en los años ochenta condenada a una pena de prisión de tres meses. En 1998 fue invitada por escritoras suizas a residir allí un mes, donde en el monasterio de Ittengen escribió la novela Cuando allí arriba los abedules empiezan a echar hojas, que salió publicada el mismo año. La obra desembocó en un juicio, debido a que cinco mujeres reconocieron a su difunta madre en la protagonista. La autora fue procesada durante ocho años hasta que el Tribunal Constitucional por fin anuló todas las sentencias condenatorias que obligaban a la autora a retirar su obra de todas las bibliotecas y las librerías de Eslovenia. Como protesta por la censura a la que estaba siendo sometida, Breda Smolnikar mientras tanto había seguido publicando. 100 En 1999 publicó Cuentos dorados de Depala vas, una novela de 600 páginas que fue quemada junto con la novela prohibida. En 2004 publicó El más dorado cuento de Depala vas, que está encerrada bajo llave e incluye materiales del proceso penal cerrado al público levantado contra ella. En 2006 publicó la encriptada, tartamudeante y asustadiza novela Cccuaaando aaallí aaarriiba los abeduuuules eeeempieeezan a eeechar hojas, junto a la misma novela contada por la autora y grabada en un cd. 101 La novela Cuando allí arriba los abedules empiezan a echar hojas (2007) arranca antes de la Primera Guerra Mundial y con las migraciones masivas a los EE. UU. Entre los emigrados se encuentran también la muy ágil Rozina (Pasa sería su nombre traducido al español) y su compatriota Brinovc (Enebro sería su apellido en español), que se casan y enriquecen haciendo aguardiente en los tiempos de la Ley seca. La narración empieza a la mitad de los acontecimientos, con los negocios de Rozina después de la Segunda Guerra Mundial, la cual impidió a la pareja volver a los EE. UU., donde habían dejado a su primera hija, con una mirada atrás a través de la cual conocemos sobre todo a esta protagonista excepcional (también dentro del marco de la literatura eslovena): una comerciante, una mujer de negocios y una mujer apasionada que vivía su papel de ama de casa como algo muy limitador pero lo hacía bien porque todo lo que se proponía lo hacía con creces. A pesar de enfrentarse a unas situaciones precarias y difíciles, en las que Rozina no le tiene miedo a nadie y ayuda a otros que sufren todavía más que ella, esta mujer de espíritu vivo, que siempre es capaz de vencer su destino, después de la muerte de su marido, vuelve a los EE. UU., donde sigue trabajando para que los suyos no sufran la pobreza. Una potente novela escrita en una sola frase de la que emanan alegría de vivir y erotismo, con un final abierto, sobre una mujer emprendedora, una verdadera “hija de sus obras” que supo convertir todos los obstáculos en ventajas. 102 Acerca de los derechos de autor dirigirse a: smolnikar.breda@t-2.net (Breda Smolnikar) Acerca de la traducción: barbara.pregelj@guest.arnes.si (Barbara Pregelj) 103 104 105 105 a los capitanes les gustaba trabajar con ella, les divertía su dureza y su firmeza en aquel lejano y extraño Sušak, con curiosidad se acercaban en su bote a la costa donde se encontraba fanfarroneando, luciendo la joyería de oro con sus tacones altos, con su mejor vestido, firmemente decidida a que no iba a dejarse engañar, lo intentaban, claro que lo intentaban, pero ella no les dejaba, pues nada, decía, lo venderé a otros, mañana vienen los de Finlandia, tan barato no os vendo ni las alubias ni las setas, y estas pasas de mierda las lleváis donde queráis, decía, aunque en realidad se le apretaba la garganta y temía que los tipos volviesen al barco que extraño, pesado y lejano flotaba allá muy hundido en el mar, con su depósito lleno de pasas y de higos y de limones y de naranjas que Ro¬zina ansiaba tanto; las muestras en bolsitas que los capitanes y marineros llevaron a la tierra firme para que ella pudiera con la nariz, la lengua y las manos apreciar la mercancía, las tiró descuidadamente ante el vacilante capitán y mientras tanto entre los dientes molía la mercancía extraña y dulce de Grecia, secada por el cálido sol del sur, y en un gesto de desprecio encorvaba los labios hacia abajo, diciendo no los compro a este precio, se le salía el corazón del pecho porque no sabía cómo iban a reaccionar los hombres a este gesto suyo, si mañana no me lo compran los finlandeses, me llevo las alubias, dijo, las venderé a precio de oro en Hungría, y con vosotros ya no hablo, dijo, mirando su lujoso reloj de oro que se había comprado hacía años con el dinero de la ley seca en los Estados Unidos,cuando con su marido a escondidas fabricaban 106 aguardiente y lo vendían, el chófer Pretnar estaba a su lado, callado, tenía miedo porque los marineros grandes y rechonchos tenían fama de ser peleadores y si estaban bebidos eran peligrosos, sin embargo Rozina no los temía, ya se había dado media vuelta como si fuera a irse, pero se inclinó hacia el bolso que tenía a sus pies y que lo había dejado allí al probar la mercancía griega de las bolsitas, el gran medallón en el collar largo y grueso oscilaba al inclinarse hacia el bolso, lentamente introdujo la mano, los diamantes en el reloj de oro brillaron con ostentación, los pendientes atildados del traje tradicional, los más grandes que tenía y eso que tenía varios pares, centellearon al corregirse su exuberante pelo rizado y negro; se inclinó, entonces, hacia el bolso y sacó su último triunfo, la botella de un litro de licor casero, aquí tienes, dijo, para no perder en vano tu tiempo conmigo, y le ofreció la botella de aguardiente, sin pensar él cogió la botella, le sacó con los dientes el tapón de corcho, lo cogió con la mano y en seguida empezó a tragar el aguardiente de Rozina, para el cual podría afirmarse que en toda Carniola no había igual, efectivamente, el aguardiente era el último triunfo de Rozina, cuando había podido embrujar con él todos los Estados Unidos, también lo haría con este peludo hombre calzonazos, toda erguida le dio la espalda, espera, mujer, me lo llevo, dijo el capitán, bajo mis condiciones, dijo Rozina con la voz levantada antes de darse la vuelta, con una voz que no toleraba objeciones,va pái sto diálo, dijo cuando de nuevo pudo verle la cara y con la botella en la mano recogió con la otra mano las bolsitas que ella le 107 había tirado a sus pies, gamó to kerató mu, los marineros se inclinaron hacia delante para echarse sobre ella, pero él sólo rió, escupió al mar, tirándola de nuevo las bolsitas que ella cogió con agilidad, gamó to Hristó, hizo un gesto a los marineros para que se retirasen, palii pústes, volvió a reír, negó con la cabeza y se dirigió con sus hombres hacia el bote gruñendo su gamó to kerató mu, pues tú si que te atreves, murmuraba Pretnar, tieso de miedo, no obstante ella sólo sonrió secamente y dijo, cállate, no te metas en mi negocio; una sola vez estuvo en peligro, pues uno de los marineros, el más grande y el más fuerte, un hombre gigante, quiso tocarla mientras negociaba con el capitán, hizo un guiño a los suyos, se puso detrás de su espalda cuando se descuidó por un momento, la cogió por detrás toda pequeña y menuda, la agarró, le abrió violentamente la blusa de manera que los botones volaron por el aire y cogió sus senos, le acarició los pechos y con su cara peluda se acercó a su cuello, los marineros se pusieron alrededor de ellos, se inclinaron, pues, paliomalákas, dale, dale, le incitaban, cuando de repente ella se sacudió en el estupor y en el horror, dejó caer su bolso al suelo de manera que las manzanas que llevaba para la merienda rodaron por la costa, pegó un grito conmovedor y le mordió en la mano, el marinero saltó como si le hubiera mordido una víbora, tirándola al suelo, skatá, los marineros se alejaron, se callaron, se quedaron quietos, convertidos, todos, en ojos salidos, en sus bocazas se divisaban unos dientes amarillos, rotos por la caries y unas lenguas hinchadas, ásperas de color gris verdáceo, desde la abierta 108 blusa dominical de Rozina que yacía en el suelo asomaba el pecho y de por debajo de la falda ancha los muslos, los marineros hambrientos se pusieron de piedra, dale, dale, pero ella ya cogió con una mano el zapato, con la otra se ordenó la blusa, pegó un grito, Ma¬ría de Brezje, ayúdame, se levantó de un salto, casi voló hacia el marinero y comenzó a pegarle con el tacón del zapato con tal ímpetu y velocidad, saltando con torpeza y con un pie descalzo, que el gigante, sorprendido ante su salvajismo, empezó a dar marcha atrás y cuando ya se encontraba cerca del agua, enardecida por la lucha se tiró hacia él, se paró por un rato como si pensara qué hacer con él, y luego chocó contra él con todo su cuerpo, gritando, ya ajustaremos las cuentas, ten, ten, aquí tienes, y lo tiró como un saco vacío al agua que por su peso el agua del mar lo expulsó muy alto, de ahí que tan tierna y menuda se dio la vuelta en un segundo con la mano levantada con el zapato hacia los otros que boquiabiertos y asombrados se encontraban inmóviles y les gritó, alguien más quiere bañarse, por un segundo se percibió la hostilidad y estaban preparados para echarse sobre ella, pero su coraje los mantuvo a distancia, su mano pequeña decía que no habría rendición, que era capaz de tirarlos a todos al mar aunque ella misma no supo nadar, y al momento siguiente ya se echaron a reír y se reían a carcajadas, de manera que se doblaban golpeándose las rodillas,riéndose de su compañero que mojado salió del agua costa abajo, aquí, donde ella le tiró al agua, era imposible, ya que el agua era muy profunda, pues se encontraban en el puerto, hablemos a solas, le 109 dijo al capitán cuando volvió a ponerse el zapato y dejaron de reírse, y le ayudaron a recoger las manzanas caídas, y también los botones, les mandó con una voz tan seria que en seguida empezaron a buscarlos y cuando se pusieron de acuerdo y se estrecharon las manos, el capitán durante un rato mantuvo su mano pequeña en la suya, se puso serio, pues antes la boca se le encorvaba constantemente y la miraba como si la viera por primera vez, pues jamás se había divertido tanto, jamás había visto una mujer así, y dijo si algún día tienes ganas, solo tienes que decírmelo, el precio no importa, le sacó en seguida la mano, cogiendo el zapato, tú también quieres, alzó la voz, con mucho gusto, dijo, pero de otra manera, si Brinovc lo supiera, nunca la hubiera dejado andar entre tales salvajes 110 111 112 Dušan ŠAROTAR (1968) 113113 Es escritor, poeta, guionista y fotógrafo. Estudió sociología de la cultura y filosofía en la Universidad de Liubliana. Ha publicado las novelas Descenso a pulmón libre (1999), Bed and Breakfast (2003), Billar en el hotel Dobray (2007) y Panorama (2015); los libros de cuentos Punto ciego (2000) y Nostalgia (2010) y la nouvelle Quédate conmigo, alma mía (2011). También publicó los libros de poemas Paisaje en modo menor (2006) y La casa de mi hij o (2009), y la colección de ensayos Ni tierra ni mar (2012). La traducción de su novela Panorama obtuvo el Premio de los Lectores “César López Cuadras” 2017 (Sinaloa, México). Acerca de los derechos de autor dirigirse a: dusan.sarotar2@yahoo.com (Dušan Šarotar) Acerca de la traducción: mariafferre@gmail.com (María Florencia Ferre) 114 Quédate conmigo, alma mía, es uno de los libros más singulares de Dušan Šarotar. Un joven judío de Lendava, que es uno de los pocos sobrevivientes eslovenos del campo de concentración de Auschwitz, y Ela, la bella hija de un artesano de estatuillas de Šalovci, Prekmurje, viajan en un barco que zarpa desde Europa hacia Canadá después de la guerra. Dos almas errantes, despojadas de sus familias, de sus amigos y de todos sus bienes, rodeadas por un clima de ensueño donde hay sitio para sus antiguos miedos y para despuntar sus esperanzas. Los une la herencia espiritual del fotógrafo judío Julius Schönauer, a quien han conocido en otro tiempo y cuyas fotografías de las nubes causaron una gran impresión en los dos. Ambos tratan de hallar el “milagro del vidrio azogado” –el narrador en sus fotografías, Ela en sus diarios– y es eso lo que los acerca de un modo peculiar e irrepetible hasta que el barco atraca y se interrumpe su intimidad. No sabremos si separan por pura casualidad, cuando Ela se pierde en la multitud durante el desembarco, o si acaso saben que no es posible repetir ni reproducir el milagro del maestro, y que deben crear ese milagro del vidrio azogado con sus propias vidas. El fotógrafo judío Julius Schönauer, a quien el autor dedica este libro, nació en 1894 en Lipovce. En el año 1928 se mudó con su familia a Šalovci, donde instaló su atelier de fotografía. Utilizaba la técnica de impresión sobre placa fotográfica de vidrio. En abril de 1944 fue deportado a Auschwitz junto a otros judíos de Prekmurje y allí fue muerto el 22 de mayo de ese año. 115 116 117 117 Alma es la palabra más bel a que recuerdo de la infancia. Ahora parto, con un pensamiento que trato de alejar de mi conciencia como a un pájaro invisible que me picoteara los ojos: es seguro que no volveré jamás, pues aunque dios me diera la esperanza de volver a ver el paisaje en el que tanta bel eza se descubrió a mi alma –y sé que ese día sería feliz–, aquel a bel eza, sin embargo, seguramente ya no estará en mi corazón. Toda bel eza perecerá; todo lo que he creado en la dicha, es pisoteado y enterrado. Si alguna mano una vez encuentra una de mis imágenes perdidas y la levanta hacia la luz, como yo mismo, tímido y embelesado, lo hice mil veces con los primeros rayos de la mañana, sólo espero que en aquel vidrio finamente azogado vuelva a ocurrir el milagro que yo contemplaba con fruición infantil. Pues qué podría ser más bel o para un hombre a quien le ha sido dado ver el misterio que se delinea en la oscuridad del mundo interior, como si se contemplara un sueño. Busqué mucho tiempo un nombre para esta rara bel eza que bril aba en el vidrio gris, hasta que escuché la voz, la palabra más bel a que me enseñaron aquí: alma. Ahora quisiera pensar sólo en el a. Hasta que pueda atrapar la luz en el ojo o hasta que en alguna otra parte algún recuerdo me despierte la sensación de que hay bel eza en otro lado, mi alma estará aquí. Cada vez que la penumbra plateada me enceguece, sin reflejo, sólo queda ese pensamiento ineludible, el pájaro que estoy dispuesto a recibir. 118 Que así sea, quédate conmigo hasta el final, alma mía. 1 Pasó toda la noche pensando en el barco que vería a la mañana siguiente por primera vez. Era como si la gran expectativa que tenía dentro de el a le hubiera vuelto a abrir por un momento los ojos curiosos de la niñez, con los que alguna vez había intentado conjurar el mundo lejano, más bel o y más justo, que yacía en algún lugar al otro lado del océano. Al menos así es como quería, en su alma inocente, retratar a su antojo las palabras que tantas veces escuchaba entre los adultos, que a menudo venían a su pequeño, invisible reino, insignificante para el mundo exterior, así se imaginaba las cartas en los grandes sobres blancos con una línea azul en el borde. También a el os les había llegado hacía algunos inviernos –y dónde estará ahora aquel a nieve, pensaba el a, fue poco antes de navidad, como ahora– una carta igual con una estampil a inusual. Estaba dirigida personalmente a su padre, lo cual mencionaba su difunto padre hasta bien entrada la primavera a los pocos visitantes que pasaban por su casa. Su nombre estaba escrito en el sobre con grandes letras, escritas despacio y con orgul o, como escriben aquel os para quienes la escritura no es una tarea cotidiana; sin embargo esas letras excepcionalmente bel as atestiguaban que habían 119 sido escritas por una mano orgul osa, dura; una mano que trabaja duramente, pero que mueve un corazón tierno, en el que hace mucho palpita una nostalgia que no puede esconderse. Sin embargo, ya no podía recordar a estas personas, aunque ahora quería tener consigo de nuevo todos aquel os rostros, vivos y muertos, para no estar tan sola en esta larga noche. Pero se acordaba aún de todas las palabras, misteriosas entonces y tan bel as para su alma infantil, que su padre leía en voz alta a toda la familia, con algún pudor, serio, como si no leyera la carta de un pariente lejano que se ha acordado de él en un país remoto, sino como si en sus manos tuviera algo inventado, imaginario, novelas, como a él le gustaba llamar a estos escritos. En general leía libros, habitualmente siempre compraba alguno. Cuando iba de compras a Sóbota, entonces con todo lo demás siempre traía orgul oso un libro a casa, pero exclusivamente de los libros para niños. Decía que era para mí, pero ahora sé que esto lo alegraba a él más que a nadie, recuerdo que siempre leía tarde por la noche, mucho después de que yo ya estuviera profundamente dormida. A el a se le ocurrió, como una revelación, como algo que no iba a poder comprender, que esta era su pasión oculta: el tiempo que no tiene devenir. Su padre era un hombre concreto, pensaba el a, 120 inclinado a las palabras y hechos concretos. Los últimos años, había sostenido a la familia sólo con tal as de madera pintada, esculpía estatuil as, imágenes de santos, cruces para sepulturas, crucifijos domésticos, y también marquetería para armarios, respaldos de camas, y puertas de entrada, dios lo tenga en su gloria, murmuraba el a. Para él hasta la Biblia era como una novela, en la que de todos modos creía, pues toda la terrible historia, que nos golpeó también a nosotros, querida mía, no puede ser simplemente inventada, me decía a menudo, a diferencia de los escribientes que hoy en día escriben fantasías sin corazón y sin fe. El milagro es el amor que llevamos dentro. “También tú, mi pequeña, debes l evarlo dentro,” decía en voz baja, muy baja, para no despertarme, por si dormía. Pero yo no dormía. Como no duermo ahora, como hace mucho no duermo. Por aquel a navidad, cuando llegó la carta, se acordaba el a, cayó mucha más nieve de lo usual; cubrió hasta las ventanitas de su cálida casa. Su padre empezó a palear nieve desde temprano y abrió el camino hasta el pozo y el establo, por último quitó la nieve de las ventanitas, y el a de nuevo vio su rostro con una sonrisa amplia, enrojecido por el frío, en el que relucían los bigotes helados. La estaba mirando con cristales de hielo en los ojos, hundido hasta el cuel o en lo blanco, y la saludaba como si estuviera ya entre los ángeles sobre las 121 nubes. Se le encogió el corazón al pensarlo, pero no había dolor sino calidez; estaba de nuevo por un momento con él y con aquel a carta que tanto tiempo estuvo colgada sobre la estufa en un marco de madera con la fotografía de el a. Sólo esto le quedaba. “Oh, dios mío,” decía el a, pero los labios estaban inmóviles, secos y helados. Estaba acuclil ada en el sofá del rincón, inmóvil, con el cuerpo tal como había quedado por la noche, contra el muro frío. Se parecía a las estatuil as de madera que su padre tal aba en otros tiempos. Con las manos endurecidas por el frío, envueltas en una larga pañoleta tejida, trataba de alisarse el pelo. Miraba por la ventana alta, rota, iluminada por la luz temprana que atravesaba la bruma sobre el mar. Bajo el alto cielorraso, como en las catedrales abandonadas de las que sólo había oído hablar, volaban pequeños pájaros. Entonces se dejó oír por primera vez la sirena del barco, que estremeció todo su cuerpo. Sentía que había l egado el momento tan esperado, pero que ahora le provocaba verdadero temor. En la gran bodega donde habían encerrado a los pasajeros por la noche, seguía reverberando la primera sirena cuando se la oyó por segunda vez. Ahora el sonido, esa trompeta celestial que llamaba a la resurrección, estaba más cerca. Aunque hacía ya mucho que no leía la terrible historia, como decía su padre, ni escuchaba los sermones dominicales en la iglesia –así eran los tiempos actuales, decían muchos, 122 más concretos, sin cuentos para niños– ahora la invadía el verdadero, real, piadoso temor, que no conocía hasta este momento. Porque… qué puede ser más pecaminoso, si crees en el milagro del amor. Caminaba y navegaba en pos de este milagro hasta su muerte. Fue hacia la fila larga y silenciosa de los iguales entre iguales y se aproximó lentamente hacia la luz fría que entraba por las puertas abiertas. Eran parecidos unos a otros, como si todos hubieran crecido en la misma gran familia, envueltos en sobretodos oscuros, cubiertos con gorras de lana, sombreros viejos, pañoletas usadas y pañuelos de duelo; con las manos heladas llevaban baúles de madera y ataditos, llenos de esperanzas y miedos solamente. Hablaban, pero nadie entendía a nadie, aquí, en este hangar helado, sucio de carbón, del que no podían huir ni siquiera los pájaros, se alzaba ahora el camino a Babilonia, porque aquí se escribía otra vez la historia terrible. Si hubiera tenido adónde, habría dado la vuelta y habría huido, pero todo lo que tengo está aquí, pensaba, cuando salió a la luz. Soplaba un viento helado que la calaba hasta los huesos, más hondo que las manos borrachas y groseras de la noche anterior, las que había olvidado en el acto cuando vio lo que le pareció el barco más grande del mundo. Tenía suficiente dinero para pagar el viaje y en la maleta que había hecho su padre con sus propias manos, un trozo de aquel a carta y junto a el a una fotografía, 123 nada más, pero era suficiente para terminar el triste camino que la traía hasta aquí, como esperaba, y casi suficiente para empezar un viaje del que no podía saber nada. Sonó la sirena, pero ahora ya no le daba miedo. Sólo oía aún la campana del barco, que golpeaba en cubierta; intuía lo que significaba, aunque era la primera vez. Fue con la multitud, se apuró por el puerto hacia el largo muel e sobre el que flotaba un humo espeso y sofocante de las altas chimeneas. El hol ín se le metía por la nariz y los ojos, tal vez lloraba, pero ahora nadie notaba lágrimas ni risa; sabían que ahora sonaba sólo para el os. Se detuvo en el extremo del puente largo y angosto del barco, un tris antes de pisar la cubierta. Se volvió, vio tan sólo diminutas siluetas que corrían al á abajo en el imponente puerto. Todos tenían sombreros y gorras en las manos extendidas y saludaban insistentes hacia el barco que ya estaba temblando bajo los pies de el a. El humo rodaba lentamente en lo alto de las chimeneas, el viento lo traía en una larga y espesa línea hacia la bruma que se disipaba sobre el mar. En la oscura superficie rumoreaban remolinos y espuma, y el a sentía que el barco se elevaba, como si el monstruo fuera a salir volando hacia el cielo en cualquier momento. Dejó la maleta sobre la cubierta y con la pañoleta de su madre saludó como si l evara el último adiós a la multitud que se alejaba lentamente. Entre el os se agrandaba el mar. Seguía saludando aún cuando la costa de su vida 124 pasada se había escondido tras la niebla; le parecía -ahora que estaba parada junto a la barandil a, en lo alto sobre el mar que la había llevado a lo desconocido como una hoja de papel en blanco-, que el pasado se había escondido de verdad, había quedado en algún lugar lejano fuera de el a, pero aún no sabía que no podemos huir jamás de aquel os que llevamos dentro. Miró durante mucho tiempo la línea invisible que separa la tierra del cielo. El viento y el rocío helado que venía desde el mar golpeaban su cuerpo cansado, pero a el a le gustaba, sentía una libertad que antes no había conocido. Sentía que podía volar. Y no estaba sola, sabía que alguien en algún lugar la miraba, pensaba en el a, ahora que la llevaba el viento helado a través del mar embravecido. Sentía la mirada que había buscado durante tanto tiempo. Tenía que ser algo más, un misterio que volvía a aparecer en el a. 2 Los pasajeros con sus maletas, bolsos y grandes paquetes en las manos se desperdigaron por las numerosas cubiertas que se abrían una sobre otra hasta las imponentes chimeneas de las que salía un humo cada vez más espeso. Hasta los oficiales de uniforme azul oscuro, que en silencio recibían a los pasajeros en el puente del barco y controlaban sus pasajes y documentos 125 personales, hacía mucho que habían cumplido con su tarea, y ahora probablemente se templaban junto a una cerveza en el salón de oficiales. En algún lado al á arriba, donde el a no podía ver, oía los remolinos del viento helado y los ecos de tacones metálicos en los pasil os de hierro. Son marineros, pensó, el os me van a poder ayudar. Ni bien subió a bordo los vio. Marineros en humildes overoles grises, con gorros de lana en la cabeza y sin ningún grado o insignia obedecían en silencio las discretas órdenes de los oficiales. El a los observaba mientras los oficiales revisaban cuidadosamente los papeles de los pasajeros y entretanto escrutaban a cada pasajero, y más aún a cada pasajera, como notó enseguida. La inquietó en especial el detal e de que algunos pasajeros metieran dinero en los bolsil os de los oficiales cuando les revisaban los papeles. Sobre eso reflexionaría mucho después, pues ahora que había logrado embarcarse creía ingenuamente que la esperaba un mundo mejor, más justo, más bel o, sin sobornos ni privilegios. Puesto que era esa la promesa, la creía y esperaba que así fuera. Aún escuchaba vivas las palabras de la carta y la voz seria de su padre que le rogaba que fuera buena y obediente en el gran mundo, y así sería la gente buena con el a; todo esto resonaba en su cabeza cuando cerró los ojos. Estaba asustada, porque sabía que no tenía en el bolsil o más que para un poco de pan sin el cual probablemente se moriría en este barco helado. Inmediatamente después del control de papeles, 126 los marineros cumplieron la orden de conducir a los pasajeros al interior del barco. La mayoría de el os arrastraba su equipaje por las estrechas escaleril as y los oscuros corredores a las profundas e invisibles entrañas del barco; otros, que evidentemente habían dejado caer algo en los bolsil os de los oficiales, fueron acompañados a otra parte. Los marineros cargaron sus equipajes sobre sus fuertes hombros y subieron rápidamente por los pasil os exteriores muy arriba. Desde al í oía ahora sus pasos. Aunque no tenía dinero, intuía que los hombres en atuendos grises estaban simplemente dispuestos a ayudar a una mujer aterida de frío a la que los oficiales habían dejado esperando en cubierta hasta la noche. Luego, cuando miraron sus papeles, en los que no había ningún error, el oficial de barba oscura y gorra de piel en la que bril aba una gran insignia, la miró a la cara. Recordó que entre los labios tenía un cigarril o. Al mirar sus ojos apretó fuertemente el cigarril o en la lengua húmeda, como si se lo quisiera comer. “Qué linda eres”, murmuró, y es lo único que el a entendió. La siguió mirando mucho tiempo, hasta que sólo ardía la colil a en su boca, luego volvió sobre sus talones y desapareció entre los pasil os del barco. El a se quedó al í parada, afuera, sola, hasta ahora, completamente aterida de frío y perdida. Pensaba que el oficial volvería pronto y le indicaría el lugar, que la enviaría a alguna de las numerosas cubiertas, donde viajaría tranquila, pero debió abandonar esta idea 127 muy pronto. Sabía que no había pagado, no había dejado nada al oficial de la gran insignia reluciente y de barba oscura, lo cual en ese momento le pareció de lo más razonable. Sin embargo, cuando hubo pasado en el viento unas cuantas horas, empapada por la bruma y con las manos heladas, con la izquierda, que se aferraba a la maleta de madera que había hecho su padre con sus propias manos, y con la derecha, que aún se agarraba de la barandil a congelada, lo puso en duda. Como un pájaro negro, la picoteaba la idea de que tal vez habría debido ofrecerle algo de todos modos a aquel oficial. Al menos algo, pensó, aunque no fuera dinero. Pero lo que le ofreciera le habría parecido a ese oficial de insignia lustrosa demasiado poco probablemente, qué podía ofrecerle el a. Tal vez la maleta, vacía sin duda, pues qué haría un oficial naval con unos simples trapos de mujer, eso sin duda no se lo l evaría a su camarote, pensó, y aparte de la ropa sólo había en la maleta ese trozo de la carta, escrita y dirigida personalmente a su padre muerto y enviada mucho tiempo atrás y claro, escrita en una ínfima lengua extranjera que este oficial seguramente no entendería aunque ya había recorrido mucho mundo. Además de eso sólo tenía consigo la fotografía seguro le habría gustado al oficial naval, pensó el a, pero no se la habría dado aunque hubiera tenido que viajar sin pan y a la intemperie. Qué habría podido darle al oficial, o a cualquiera 128 en este mundo, para que el viaje fuera más tolerable, se preguntó de nuevo probablemente. Pero entonces no quiso admitir que ya conocía la respuesta. “Qué linda eres”, oía de nuevo, como si el viento siguiera dispersando las inusuales palabras que hacía tanto tiempo no oía por las cubiertas del barco. Ahora tenía de veras frío, sentía que los huesos se le helaban y crujían como en el mar de hielo se quebraba y viraba el casco de hierro del barco. Caminaba por el lugar como si quisiera olvidar el pensamiento que la carcomía. Miraba hacia lo lejos afuera del barco, hacia atrás, fuera del rumbo. Pero dondequiera que mirara la escena era la misma -olas, bruma, nubes oscuras-. Le parecía que el mar era sólo un pensamiento, la historia terrible, como decía su padre muerto, verdadero sólo en su cabeza. El oficial del uniforme azul seguro le enviaría a un simple marinero para que le señalara al menos con el dedo el camino por los fríos y ventosos corredores donde no podía ir sola; todos tienen alma, cómo iban a dejarla aquí sola, se dijo de pronto, recobrando la esperanza. Tiene que ser así, tiene que ser… se convencía. El barco se adentraba en la noche, se oía arremolinarse el viento, que l evaba la bruma por las cubiertas anchas. Las bombil as colgadas encima de los pasil os exteriores temblaban como luciérnagas cada vez que una ola helada golpeaba el casco. 129 Se acordaba de las noches en que se sentaba en el umbral de la casa y contemplaba a las luciérnagas pasar por el aire suave, como si por un instante flotara entre las estrel as que palpitaban sobre si pequeño mundo, que parecía seguro. Nada nos puede pasar a nosotros dos, nadie puede quitarnos esto, se decía entonces, cuando se refrescaba el cuerpo caliente, que aún tenía el aroma de las palabras de él. Sin embargo, ambos presentían ya, sobre todo él, Julius, fotógrafo paisajista que solía hablarle sobre la bel eza, y entonces en él ya se veía algo reconcentrado, un presentimiento inimaginable para ambos todavía, un terror sin nombre de que el cielo y las estrel as que la l evaba a contemplar, se cambiaran, se oscurecieran a pesar de la secreta felicidad de los dos. Como si sólo el os dos, Ela y Julius, vieran ya en el cielo lo que inevitablemente iba a ocurrir. Sentía flotar en el a un bel o pensamiento, como si se separara suavemente de su cuerpo frío, que se había quedado pegado al casco de hierro. Estaba parada en el muel e y saludaba hacia el barco, que lentamente desaparecía en el horizonte; sabía que en el barco estaba el a también, pero aquel o que perdura lo había dejado en la costa, oculto en la niebla que pronto cubrirá cada una de las huel as que dicen que hubo aquí alguna vez belleza. No había ni un alma viva, como si el barco huyera sin tripulación. Si aquel que tal vez de verdad velaba por el a estaba 130 ahora junto a el a, veía que aquí podría morir, en silencio y a la vista de nadie, del mismo modo que habría vivido si no hubiera ocurrido aquel o que la lanzó al camino, como a muchos, que seguirán andando por mucho tiempo con la historia de sus vidas, de la que hablarán sólo en humildes cartas dirigidas a parientes lejanos. Sin embargo el a, que ya no sueña en su cuerpo helado, hablará de otra manera. Su historia no se olvidará, porque en los ojos que ahora con ternura y curiosidad miran a la distancia, se intuía la libertad. Su dulce rostro resplandecía, había algo más, como si se mirara la foto más bel a atrapada en la cámara de un maestro singular. Cuando sus pensamientos estaban ya lejos del barco, sintió que no tenía a nadie a quien decirle nada, pero ya no tuvo miedo, cuando el imponente barco desapareció tras el horizonte como si una gran mano hubiera atrapado una luciérnaga. La vida de Eli desapareció entonces en la bruma. Con cada racha de viento vacío, húmedo y frío -como si por su cuerpo huesoso pasara la misma oscuridad que se posaba sobre el mar abierto- se iban también sus relatos. Una racha más, una ola submarina, y sólo quedaría el pensamiento, que no muere. 3 Abrió los ojos. Sabía que había dormido mucho, 131 como si después de una década, descansara por primera vez. Estaba desnuda, tendida en una litera angosta colgada con una cadena de la mampara del camarote. La alegró ver las nubes blancas viajando por el cielo azul. Las veía a través de una pequeña ventana circular bajo el techo. Le parecía que el casco de hierro del barco ya se había templado; afuera bril aba el sol. No podía ver el mar, pero se imaginaba que estaba calmo, azul oscuro y muy profundo. Tan lejos de tierra firme, de casa, pensaba, no he estado nunca. Ni siquiera cuando su padre le leía la carta que probablemente había viajado desde más lejos que donde ahora navegaba su barco, había soñado ni se había imaginado qué tan lejos era en verdad. Así que ahora, aún antes de levantarse del camastro y mirar a través de la ventana, no podía anticipar si en el cielo habría tal vez pájaros o si sería sólo el azul infinito que en alguna parte se junta con el cielo, lo que sí podía imaginar con facilidad porque había nacido en el borde de una l anura que a lo lejos también se juntaba con el cielo. Así que, pensó, ahí afuera se ve algo más, tal vez en el horizonte ya se vea la tierra sobre la que leí que es más bel a y más justa. Soñaba despierta, tenía un vago recuerdo, pero no se acordaba de verdad cómo y cuándo había llegado hasta aquí, a este camarote estrecho y bajo. No sabía tampoco quién la había desvestido, cuánto tiempo había estado ahí tendida, pero no le daba ni miedo ni vergüenza. Porque nada había dado, nada había ofrecido; lo 132 único de lo que se acordaba con certeza eran las palabras del oficial de uniforme azul con barba oscura y la gran insignia reluciente, que le había dicho que era linda. Sólo eso. Por ahora. Cerró suavemente los ojos, pero no estaba oscuro. En su rostro, en el pelo aún húmedo, como si en él hubiera quedado atrapada la niebla, tal vez la de ayer, tal vez la de una década entera, también en su pecho y en sus piernas encogidas, se había posado la luz. Iluminaba en lo profundo del cuerpo de Eli, o ardía en el a y bril aba en el lugar, cuando la penumbra empezó a apoderarse del estrecho camarote del barco, y se fue rápidamente al mar abierto. El barco navegaba en la oscuridad; en las cubiertas altas, en los angostos pasil os exteriores y en las entrañas ocultas de las profundidades titilaban lamparitas, pero eso el a, que soñaba, no lo sabía. Soy el barco, pensó. Después estuvo lejos . Veía el barco, una pequeña mariposa nocturna que volaba en la noche sorda, sin olas, sin viento y sin nubes. Unos días antes de navidad llegó una carta en un sobre blanco con borde azul. La trajo el cartero; dijo que estaba dirigida a mi papá, lo que por supuesto enseguida leí también, cuando la recibí en la puerta. Recuerdo que había vuelto a empezar a nevar con fuerza. La cal e, que subía escarpada desde el pueblo hasta nuestra casa en la montaña, estaba cubierta de nieve. La huel a de la bicicleta del cartero había desaparecido como si nadie hubiera venido 133 aquí en mucho tiempo. Miré junto al pequeño cuerpo del cartero hacia el cementerio que se extendía en la falda, un poco más abajo, las cruces y los ángeles estaban blancos. Me preocupó mi padre, que esa semana era la segunda vez que viajaba a Sóbota en tren. Iba a vender sus imágenes de santos tal adas, sus adornos para árboles de navidad y sus angelitos blancos y dorados, que las señoras de Sóbota regalaban a sus amigas y a los niños. Cuando tomé la carta en mis manos, ya respetuosa, pensé que papá se alegraría seguramente cuando por la noche volviera a casa cansado y aterido. Sabía que también ese año me pondría bajo el arbolito un libro para niños, envuelto en el grueso papel rojo que conseguiría en lo del tendero Mayer, el judío, como le decían, que tenía su tienda en el centro de Sóbota. Justamente con él tenía un acuerdo de negocios mi papá: para las fiestas le entregaba sus productos artísticos, como l amaba el tendero Mayer con entusiasmo a las bonitas imágenes navideñas. Los días previos a la navidad, el señor Mayer las ponía todas en su gran vidriera, justo sobre la cal e principal de Sóbota; mi padre se regocijaba en silencio y aprovechaba las ventas. El grueso papel de envolver rojo era el regalo del tendero por los prósperos negocios que hacían los dos en el corto período de las fiestas. Mi padre dijo discretamente al tendero que tal vez podrían acordar una oferta adicional, pues mi padre también era versado en la tal a de santos y diversos patronos de iglesia, así por ejemplo estaba dispuesto a hacer para el señor Mayer una imagen de mayor tamaño de San Nicolás, patrono de la iglesia parroquial de Sóbota, o una imagen de 134 María con el niño, y por último, aunque no por eso menos importante, podía ofrecerle al tendero la estrel a de David, por supuesto en color amaril o. La pintaría su esposa Ana, mi mamá, que es muy cuidadosa y precisa para esta tarea tan sensible, como usted sabe, decía mi papá. “Porque,” agregaba mi papá de un solo tirón, “aquí hay muchas iglesias”. “La niña estará contenta con el regalo de su papá,” decía el tendero Mayer, y apoyaba el libro bien envuelto sobre la mesa. “Todos los santos que he puesto en los altares de las iglesias de nuestro pueblo”, decía mi papá en lo de Mayer, “los pinta a mano mi esposa, que tiene sensibilidad para los colores,” repetía. “Si sale en viaje de negocios o con la familia en un paseo por las afueras, vaya a ver alguna de esas pequeñas iglesias o capil as. Ya sabe que en las iglesias luteranas no hay, aunque los papistas hoy día encargan cada vez menos,” decía mi padre. “Ya no hay paz en la bodega de Dios, como decimos por acá, se siente que llega el mal también a estos parajes. Perdóneme, dejemos eso ahora que estamos en tiempos de fiestas. El sábado me gustaría volver a venir, con usted se puede hablar, espero que nos pongamos de acuerdo también para las próximas fiestas,” seguía mi papá. Entonces, cuando llegó la carta, nuestro árbol de navidad ya estaba cortado, sólo faltaba adornarlo; yo estaba feliz, después, por la noche, papá pondría bajo el árbol un nuevo libro, envuelto en el grueso papel rojo. Por entonces ya casi había perdido la fe. 135 “Llegó desde lejos, fue enviada ya antes del invierno, rara vez entregamos cartas que llegan desde tan lejos, por eso vine personalmente,” dijo el jefe de correos de Šalovci que seguía parado en la puerta. No respondí. Caían capas de nieve, cada vez más grandes. “Sólo vine por esta carta. Esperaría en su casa a que escampe, me va a costar bajar hasta el val e en bicicleta, aunque me esperan abajo.” “Mi papá llegará de Sóbota cuando venda los santos y los angelitos,” dije, y cerré la puerta, porque estábamos las dos solas, yo y mi mamá enferma. Se levantó y puso los pies en el suelo de hierro del barco. Estaba oscuro, oía las rachas de viento y los quejidos del hierro. En alguna parte, abajo en el interior del barco, se oían ruidos como si los marineros rompieran hielo a los hachazos. Se paró en puntas de pie y miró a través del ojo de buey, afuera había tormenta. Gruesas gotas caían por el vidrio.El barco llora, murmuró. De nuevo tenía frío, estaba completamente desnuda. Recordaba el sol y las nubes blancas, pero no podía saber cuándo los había visto. ¿He soñado? Lo primero que probablemente adivinó fue que su maleta había desaparecido, con los vestidos; no alcanzó a pensar en la carta y la fotografía que estaban en el a. Tenía sed, mucha sed, como si hiciera semanas que 136 no probara el agua. En la penumbra encontró un lavabo pequeño, se inclinó para beber. Abrió el grifo, que tenía un pico de goma colgando de la llave. Corrió un hilo de agua sucia de mar. Vomitó bilis. Con esta agua ni siquiera podía lavarse, tanto menos saciar la sed. Tenía que salir del camarote, al aire libre, aunque estuviera desnuda y descalza. El corredor era muy angosto y largo, pensó que conducía de una punta del barco a la otra. A los dos lados del pasadizo se sucedían angostos camarotes, todas las puertas eran de hierro y estaban entornadas. Lejos hacia adelante -le pareció que el corredor bajaba, probablemente hacia la cubierta inferior-, la única lamparita alumbraba colgada del cielorraso. Se envolvió con una manta sudada y mugrienta, la única que encontró en el camarote vacío. Primero quería saciar su sed, tomar agua fresca y limpia, después iba a buscar a un marinero, tenía que encontrar uno en cualquier momento, pensaba, pues sabía que la tripulación era numerosa. Los había visto cuando abordó el barco. Pediría amablemente a uno de aquel os hombres en ropas de trabajo grises, que tan resignadamente cumplían las órdenes de los oficiales, que la ayudara a encontrar la maleta. Seguramente habría quedado afuera, o ya la habrían llevado estos honestos hombres al camarote que la esperaba probablemente en alguna otra cubierta, se consolaba. Cuando llegó hasta la única lamparita, se detuvo. 137 Veía tan sólo un túnel vacío que se perdía en la oscuridad. Si ahora quisiera hal ar el camino de regreso al camarote que había dejado, difícilmente lo encontraría: todas las puertas eran iguales. Aunque estaban numeradas, lo cual sólo notaba ahora que estaba bajo la luz, no recordaba el número del camarote del que había salido. Si debía volver, golpearía en cada puerta, en algún lado estaría el camarote vacío, de eso estaba convencida. Golpea siempre y espera con paciencia, que te l amarán, le decía su padre. Subió por las escaleras que encontró en el corredor paralelo, también oscuro y largo. Le parecía oír voces, palmas que se confundían entre los golpeteos que provenían de lo profundo del barco. Siguió la voz con determinación. Aún no encontraba a nadie, lo cual no le preocupaba todavía. Estaba parada en lo alto de la escalera, pero al í no había ningún pasaje. Abrió una pequeña puerta de hierro; pensó que vería la cubierta o más al á, el mar abierto. Tras la ventana había una oscuridad cerrada. En el borde del marco se juntaba la espuma. Estaba en lo profundo del mar, en algún lado en el fondo del casco del barco. Apoyó el rostro suavemente en la oscura ventana, se le detuvo la respiración. Un rostro lívido con los ojos muy abiertos la miraba del otro lado, lentamente se hundió en el mar oscuro y frío sin fondo. Traducción de María Florencia Ferre 138 139 140 Aleš ŠTEGER (1973) 141 141 Es autor de varias colecciones de poesía, de ensayos y prosas literarias. Entre sus proyectos más notables está la creación y dirección del festival de poesía Días de poesía y vino que se lleva a cabo anualmente en Ptuj, la performance literaria Escrito en el sitio, que tiene seis ediciones (Liubliana, Minamisoma, México, D. F., Belgrado, Kochi, Solovki). Ha traducido al esloveno a poetas de la talla de Gottfried Benn, César Vallejo e Ingeborg Bachmann. Ha sido traducido a varias lenguas; en español se han publicado sus libros de poemas Protuberancias (Guadalajara, Arlequín, 2005) y El libro de las cosas y los cuerpos (Guadalajara, Arlequín, 2014) y las prosas cortas Berlín (Valencia, Pretextos, 2011). 142 El humor y la intriga se entretejen en esta primera novela del antes poeta, ensayista, editor y artífice de infinidad de proyectos literarios Aleš Šteger. En el año 2012 la ciudad de Maribor es la capital europea de la cultura y una logia de trece miembros es el pulpo que mueve los hilos de la ciudad. Adam Bely y la bella Rosa Portero van siguiendo el hilo que desmadeja esta sociedad secreta, para dar la absolución a los devotos de la logia y liberar sus almas. En medio del frenesí carnavalesco se sucede un catálogo de fantasmas que va del exceso al vicio y del vicio al refinamiento de la ironía. Absolución es una alegoría del poder y de las banalidades siniestras de nuestro tiempo, que incluso en su más sórdido periplo no deja de ser risueña. Acerca de los derechos de autor dirigirse a: mariafferre@gmail.com (María Florencia Ferre) Acerca de la traducción: mariafferre@gmail.com (María Florencia Ferre) 143 144 145 145 Los que viste afuera son el equipo decisivo. Todos intelectuales. Todos gente joven y comprometida, hartos de la mierda neoliberal. ¿Oíste lo que pasa en la ciudad? Un negoción, eso es lo que pasa. La gente se muere de hambre. Vamos a terminar con esto. Somos unos cuantos. La insatisfacción es muy fuerte. En la ciudad uno de cada dos está sin trabajo. Y estos nos roban en nuestras narices. ¿Qué se piensan, que somos tontos, que somos ciegos? El equipo que viste es el hueso duro de la comisión organizadora de protestas contra esta corrupta administración municipal. El intendente Voda es en mi opinión el político más corrupto del país. Con el dinero que estaba destinado a ayuda social se construyó ese palacio del arte que está un poco más adelante. ¿Ya estuviste ahí? Una galería inutilizable con un enorme salón de bodas en el último piso, con su propio ascensor, oficina y jacuzzi sólo para el intendente. Todo por el precio de un hospital. ¿Sabés lo que significa? Ya sabés cómo se construye acá con el dinero público. Juntan los ladril os en algún lado, después pasa el camión, pero por todas partes hay baches frente a las casas de los políticos; hop, el camión salta y se cae un ladril o en el patio de uno, hop, el siguiente ladril o cae en el patio de otro, y así la vamos llevando, hasta que el camión llega a destino vacío. A la mierda con esta banda, ya van a ver. Ahora es tiempo de carnaval, ya van a tener un buen carnaval. Veo que no has cambiado nada, se sonríe Bely ante la fogosidad de Dorfler. ¡Cómo que no! Cuando nos vimos por última vez todavía era asistente, ahora 146 ya soy decano. No es broma. Tenemos que terminar con estos cotos neoliberales. Lo peor está por venir. El gobierno de la ciudad confirmó hoy la reasignación de inversiones, unos buenos doscientos mil ones de euros. Esto es más que el presupuesto anual del municipio. ¿Para qué? Para la planta de tratamiento de aguas en el distrito hídrico protegido en proximidad inmediata con el centro histórico de la ciudad. Según nuestros números semejante cosa cuesta como máximo un diez por ciento del precio previsto. El os quieren limpiar la mierda de modo tal que las aguas negras se viertan en las napas subterráneas bajo el Calvario. Se van a meter en la montaña y como si esto fuera poco van a construir una playa de estacionamiento para el intendente bajo la montaña vecina, Pirámide, y algún edificio más para la amante del intendente. Y como la construcción en la montaña es imprevisible por la porosidad del suelo, la inversión se va a seguir encareciendo hasta que valga lo que valen todas las almas que han quedado en esta ciudad. No. Acá necesitamos una rebelión, y necesitamos cambios, y todo lo necesitamos ahora. Qué bueno que ustedes los intelectuales de Maribor estén en semejante éxtasis activista… ¿Quiere decir que ya o más 2 x 2 x 2? Ante estas palabras, Dorfler se sonríe con una mueca. Su rostro adquiere una expresión extraña. Rosa se da cuenta en seguida. Was bedeutet zweimal zweimal zwei? pregunta Rosa. 147 Era un juego tradicional entre los jóvenes intelectuales de Maribor, aclara Bely. Hacen falta dos jugadores. Estos dos jugadores se encierran en algún lugar que se abre sólo después de dos días. La tarea de los dos jugadores es entregarse lo más rápido posible en ese lugar al estado mental de un niño de dos años. No se trata tan sólo del habla, sino también del saber, de caminar y gatear, de chuparse el dedo y lamer el piso. A su debido tiempo los participantes se relajan tanto que entran en una especie de estado de regresión, en el que, digamos, se desnudan, se miran los genitales o se chupan la baba del otro. Pelear por los juguetes y hacerse encima es moneda corriente. Para alcanzar el estado de dos años de edad está permitido absolutamente todo lo que ayude en el empeño. Una cámara graba constantemente. Para que al finalizar el juego, los jugadores puedan ver lo que ocurrió en esos dos días. En la medida en que consigan volver de ese estado de dos años de edad, claro. Bueno, algunos todavía juegan ese juego, aunque su popularidad ha disminuido mucho. Ahora, en los tiempos de internet, está bravo. Las grabaciones han empezado a caer en las manos equivocadas y han sido la base de algunas extorsiones.Dorfler saca tabaco y papel para armar de abajo de la mesa; la l ama del encendedor lame un gran trozo de hachís, pica y arma con habilidad. Dorfler lo enciende, da una pitada profunda, se lo da a Bely; éste lo tiene en la mano algún tiempo sin fumar, se lo ofrece a Dorfler de vuelta; lo intercepta el guante blanco de la mano izquierda de Rosa. Rosa inhala profundo, se lo 148 pasa a Dorfler que la mira todo el tiempo por sobre sus lentes circulares. *** [116-120] En Maribor negros no son los ojos, ¡sino los cerdos! dice el hombre que está parado con Kovač. Evidentemente todos menos Adam Bely entienden la alusión, porque ante estas palabras todo el grupo suelta la carcajada. Hoy me lo encontré en la plaza del Castil o. Se paseaban de lo lindo, Maister y dos metros delante de él su chancho negro con correa, agrega el hombre. ¡Qué cosa! El tipo es una verdadera mascota. Algunas ciudades tienen dragones, otras leones, otras más tienen santos patronos; nuestra ciudad tiene a una abogado, y es raro con un cerdo. Por lo que a mí respecta, tendría bien ganado que lo inmortalizaran de alguna forma en el marco de la capital europea de la cultura. Tal vez habría que fabricar algún souvenir de peluche, una postal o un póster con la leyenda Das ist Maribor, dice otro del grupete. Ríanse, pero yo pienso que Maister es un tipo comprometido política y socialmente con el arte, que ofrece a esta ciudad un espejo, dice Kovač. Para empezar, Maister es un abogado de primera con tarifas de primera. Evidentemente se movió de primera con las privatizaciones, porque es inteligente y hábil y de 149 primera, si no, no sería hoy el propietario de tantos departamentos en el centro histórico de la ciudad. That’s a fact!Kovač toma aire en su entusiasmo, el grupete lo observa esperando que continúe con sus reflexiones. Pero no hay continuación de sus reflexiones. Como si buscaran el hilo perdido, los ojos de Kovač vagan por el lugar en busca de la siguiente botel a. El hombre que empezó con la historia vuelve a hablar.Yo puedo confirmarlo. Maister es un abogado de primera. A mí me l evó dos casos, y consiguió que me absolvieran en los dos, a pesar de que eran casos desesperados. Pero a la vez Maister es un fracaso como ganadero. A decir verdad, no sé en qué estará pensando para instalar en su antiguo departamento burgués cerdos jóvenes en vez de personas. Yo lo entiendo, dice una dama de edad con un enorme prendedor sobre el escote un tanto exagerado. ¿No saben acaso qué clase de gente vive en los viejos departamentos burgueses del centro de la ciudad? Las más de las veces son esas que de una habitación hacen tres agujeros.Bajan los techos, destrozan los estucados, queman los muebles, ponen ventanas y puertas de plástico, laminan el parqué y piensan que así han conseguido hacer algo moderno de lo poco que queda en la ciudad de la cultura burguesa. Su nivel es el de los departamentos de monoblocks socialistas. Miren si no lo descuidados que están los jardines en el centro 150 histórico de la ciudad. Yo misma vivo en la cal e de los Judíos. En nuestro patio hubo una vez un primoroso jardín de flores. El vecino del departamento de abajo usa ahora el jardín para almacenar canaletas de desagüe. ¿De dónde saca todas esas canaletas? Son robadas, está claro. ¿Pero qué puedo hacer? Cuando llueve, resuena tanto en la chapa que tuve que cambiar el dormitorio al otro lado del departamento, aunque ya no oigo muy bien. Y mientras tanto el montón en el jardín crece sin cesar. Ahora ya está tan alto que llegó hasta las macetas de flores de mi departamento en el segundo piso. Un poco más y las chapas viejas van a asomar por mi ventana. A veces se juntan abajo mendigos que asan animalitos en brochetas. No sé si son gatos o ratas. Una vez los denuncié a la policía, pero los policías me dijeron que no me preocupara, que en Perú también comen cuises. También me dijeron que hasta ahora la lucha contra el hambre no es delito y que debería darme vergüenza mi falta de sentido de la solidaridad. ¡Sentido de la solidaridad! ¿Oyeron eso? ¡Qué lo parió! Yo les digo que Maister no sólo es un abogado top y uno de los hombres más ricos de Maribor, el tipo es un gran artista. ¿Quién más instalaría en sus treinta y pico de departamentos chanchos en lugar de gente? ¿Y quién, ante las protestas de los vecinos porque los chanchos hacen mucho ruido y huelen mal, se defendería con contratos de locación certificados ante escribano, en los que aparecen chanchos analfabetos como contraparte 151 contractual legal, cada uno con nombre y apel ido? ¡Yo les digo que lo que hace Maister es la mayor performance en la historia de esta ciudad! Se une a la conversación nuevamente Pavel Don Kovač. No sé de qué performance me está hablando, pero el hecho es que al fin y al cabo tuvo que sacar los chanchos, le espeta a Kovač la dama del enorme prendedor, que en ese momento se le da vuelta por el peso y cuelga con la aguja del broche hacia fuera.¿Quién dijo que fue así? Tuvo una inspección sanitaria pero no pudieron hacer nada. Conocía tantos baches en la legislación que podían haber pasado por el os camiones llenos de piernas de chancho durante décadas. Los chanchos gruñían, mascaban el viejo empapelado de las paredes y patinaban con sus pezuñas por el parqué, de modo que los departamentos pronto quedaron como un chiquero; sólo los techos seguían siendo elegantes. Después los chanchos empezaron a desaparecer de los departamentos. En mi opinión los vecinos se organizaron o contrataron a alguien. Los robos se sucedieron y al final le quedó sólo una chancha solitaria. A el a nadie se atrevió a tocarla, agregó la mujer con el lápiz labial un poco corrido y unas gotas de sudor por la frente arrugada, y se acomodó el enorme prendedor. ¡Porque es negra! gritó el hombre. 152 *** [137-143] El cementerio de Pobrežje está ubicado en las afueras de Maribor. En relación con el tamaño de la ciudad es desproporcionadamente grande. El portal de entrada conduce al edificio principal del cementerio por un largo camino empedrado ladeado por filas de árboles. En el edificio, además de una florería, un pequeño negocio y salas mortuorias, está la oficina de administración del cementerio. El cementerio es como Wagner. Sólo en Wagner se encuentra la obra de arte total, en la que se encarnan todas las formas del arte en una unidad indivisible. Desde la música hasta la literatura, la escultura y el teatro. Sólo en Wagner y en los cementerios. La mejor prueba está en la gente. La experiencia catártica de la obra de arte total es una de las principales razones por las cuales vienen tan seguido aquí. Rosa Portero comprueba si el grabador está funcionando. Entre tanto Magda Ornik, directora de la CompañíaFuneraria Maribor, se alisa la falda corta y le sonríe a Bely. Se oye música de fondo, música clásica. ¡Lohengrin! Yo misma elijo la música que se escucha en el cementerio, de acuerdo con el clima, el color de las copas de los árboles y las celebraciones. Si les molesta, también puedo pedir que la apaguen. Bely niega con la cabeza. No hace falta. Si necesitan fotografías para la entrevista, les puedo enviar algunas, o les doy el link del sitio de internet, dice 153 Magda Ornik. La entrevista es para la radio, gracias, no hace falta, dice Bely. Ya lo sé, pero a veces también en las radios quieren fotografías, para poner en la web. Como sabrán, en este mundo virtual las imágenes visuales son cada vez más importantes. Lo que sin duda está mal. Todos sabemos que lo importante es la espiritualidad, no lo material, pero no podemos ir contra el desarrol o tecnológico. ¿Saben que nuestro cementerio fue elegido como uno de los más prolijos de toda la Unión Europea? Y no sólo por su magnífica arquitectura paisajista, por sus arreglos florales y su relación profesional con los clientes, sino sobre todo por nuestra amplia y excelente oferta de servicios.Aquí es posible instalar en cada parcela una pequeña y discreta videocámara a través de la cual los deudos pueden ver la tumba de sus familiares online en todo momento. El servicio se l ama “Presenciemos el descanso”. Sin duda es todo un desafío para nuestros jardineros, que tienen que mantener impecables todas las tumbas en todo momento. Y claro, el servicio no es gratuito, pero estamos convencidos de que tiene un valor agregado para la tranquilidad espiritual de nuestros clientes. También tenemos otro servicio innovador: un parlante con la grabación de la voz del fal ecido. Sin embargo, hemos suspendido este servicio, porque hubo demasiadas quejas por los ruidos, en especial en las fiestas y en el cementerio de animales. Ahí el servicio era muy popular entre los amantes de los perros, pero 154 la reproducción de los ladridos molestaba demasiado a los propietarios de gatos, que tienen a sus adoradas mascotas enterradas inmediatamente a continuación de las tumbas de los perros. Quizá digan que hemos llevado las cosas demasiado lejos, pero hoy la tecnología nos ayuda cada vez más a determinar el lugar en que cada uno está enterrado. Mientras haya un lugar donde los deudos estemos convencidos de que nuestros queridos familiares son bien cuidados, estamos tranquilos con la pérdida. De algún modo es la paradoja de toda pérdida, ¿no les parece? Se recuerda al fal ecido en tanto tenga una tumba. Tan pronto como no hay tumba, tampoco hay más muerto ni muerte.Magda Ornik bebe un sorbo de su té de manzanil a y se queda pensando en lo que acaba de decir. Antes de tener este empleo no pensaba mucho en nuestros lazos con los muertos. Ahora entiendo cada día más a la gente que, por ejemplo, elige nuestro servicio de cremación condensada y de ese modo se une todavía más con sus familiares fal ecidos. ¿Cremación condensada? pregunta Bely. ¿No conocen el servicio? le contesta Magda Ornik y por debajo de sus largas pestañas le echa una mirada seductora a Bely. Se trata de un proceso especial a través del cual, después de la cremación, toda o al menos una parte de las cenizas se compactan y procesan en una piedra de grafito. Los deudos las usan en general como dijes colgantes alrededor del cuel o. Algunos la engarzan en un anil o o en un prendedor. En suma, bajo la forma de 155 una piedra decorativa de alto valor estético se conserva el lazo más inmediato con el difunto. ¿O sea que la gente lleva puestos a sus antepasados de adorno? Así es. Muchas mujeres de Maribor andan con sus padres o abuelos alrededor del cuel o. Y es más frecuente que se decidan por combinar a los padres con sus mascotas fal ecidas.En el último tiempo es especialmente buscado el, por así decirlo, souvenir de la familia extendida, en el que las nueras engarzan como piedra central a su difunta suegra, alrededor de la cual ponen después al resto de los miembros de la familia. La casa ofrece también un joyero experto en este tipo de bijouterie. Hoy las piedras de Swarovski las l evan las adolescentes; las mujeres adultas llevan a sus antepasados. Magda Ornik cambia de asiento; sus largas piernas, el arreglo floral que inunda el cuarto de fragancia a magnolias y flores silvestres secas, fotografías en la pared, donde está Ornik junto al presidente de la nación, el presidente de la Unión Europea, el primer ministro, el intendente y un personaje de la farándula de Maribor. ¿Pero entonces los antepasados que la gente lleva colgados del cuel o no tienen tumba? ¿Tienen al menos un cenotafio? Tienen, sí, sin duda. Sólo que al í no están enterrados sus restos mortales, son tan sólo recordatorios. Bely se inclina hacia Rosa para traducirle la última respuesta de Ornik. Justo entonces se le ve un momento 156 tras la oreja izquierda una larga herida que llega hasta el cuel o del pulóver de Rosa. Bely se queda mirando. Ornik percibe el cambio en el rostro de Bely. ¿Está todo en orden? Sí, sí, claro, murmura Bely. ¿En qué nos quedamos? Por supuesto, en la memoria de los antepasados. Su cementerio es también conocido porque está ubicado parcialmente en la trinchera antitanques de la Segunda Guerra Mundial. Las investigaciones hasta la fecha indican que en la trinchera hay por lo menos 15 mil, o según otras mediciones hasta 50 mil personas, muy probablemente soldados de la ex Yugoslavia. Se trata de personas que fueron asesinadas en forma encubierta al final de la guerra por los comunistas. De algún modo este cementerio yace sobre otro cementerio, de los no identificados, NN. Mire, señor Bely, tendríamos que preguntarnos qué es la memoria. La memoria es sólo lo palpable. Los objetos son la memoria. Las casas son la memoria. Las lápidas son la memoria. Todo lo que l evamos puesto son tan sólo nuestros deseos y frustraciones, nuestra psiquis, no la memoria. Cuando sacamos una placa recordatoria, no hay más memoria. Y si nunca hubo una placa, no hay nada que sacar o borrar. ¿Por qué no dejar que los muertos estén muertos? ¿Para qué envenenar a las nuevas generaciones con preguntas sobre sucesos que ocurrieron hace más de medio siglo? ¿Y los huesos de los muertos? ¿Son también palpables?Dejemos que el polvo vaya al polvo, señor 157 Bely, ¿Para qué desenterrar lo que está enterrado? Todos sabemos que preguntarse por las matanzas de posguerra divide a nuestra sociedad en dos hasta hoy. Todos los políticos, de izquierda y de derecha, saca partido con estas preguntas irresueltas, saca partido de que se sigan descubriendo nuevas fosas y se vuelvan a destapar fantasmas y odios. Si me lo pregunta. . Magda Ornik se inclina y apaga el grabador. Off the record, por favor. Si me lo pregunta, sería mejor pasarle el arado a todos los cementerios cada quince o veinte años, y estaríamos en paz. La gente se acuerda porque va a los cementerios regularmente. Habría que acotar esto, o directamente prohibirlo. Hay dos puntos de vista posibles. Primero: toda nuestra nación es un gran cementerio. Todos sabemos que dondequiera que enterremos la pala nos topamos con una tumba o incluso una fosa común. Los romanos, la Edad Media, las invasiones turcas, la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, las matanzas de posguerra. Eslovenia está en una encrucijada. Aquí todo se conecta y se mezcla y cada época deja sus muertos en el camino. Desde esta perspectiva la única diferencia entre un prado común y corriente y nuestro cementerio está en la conciencia de la gente y en que en uno las tumbas no están marcadas y en el otro sí. En nuestro cementerio usted sabe siempre que está caminando entre tumbas, mientras que nos olvidamos de que plantamos el trigo entre tumbas, plantamos flores y verduras entre tumbas, construimos casas en las tumbas. 158 No queremos admitir que los muertos son abono para las generaciones futuras. Este es el primer punto de vista, quizá un poco morboso. El segundo punto de vista es optimista. Se basa en la vida, en lo que está vivo aquí y ahora. No sé cómo es para usted, señor Bely. Yo estoy feliz de estar viva, de poder levantarme cada día, venir a mi excelente trabajo, ayudar a la gente a tomar con calma sus pérdida con un servicio de gran calidad. Estoy feliz de poder moverme libremente, plantar, trabajar la tierra, poder respirar, saltar. Vivo alegre como un pajarito, la vida es el mayor regalo. ¿Como un pajarito? Bueno, tal vez la comparación no es la más afortunada, pero usted me entiende. No somos mejores que los animales, más bien todo lo contrario. Rosa Portero hace una mueca áspera y furtiva, se inclina y vuelve a encender el grabador. Ornik la mira con desprecio. ¿Entonces usted entiende esloveno? le pregunta Ornik a Rosa Portero. Rosa levanta los hombros. Mientras tanto Bely saca la pluma fuente de su saco. Empieza a moverla al ritmo de Lohengrin. Traducción de Florencia Ferre 159 160 Barbara Pregelj, Marjeta Drobnič, María Florencia Ferre, Stanka Hrastelj, Katarina Marinčič, Miha Mazzini, Sebastjan Pregelj, Breda Smolnikar, Dušan Šarotar, Aleš Šteger Narrativa eslovena actual Edición: Barbara Pregelj Traducciones: Marjeta Drobnič, María Florencia Ferre y Barbara Pregelj Fotografías: Blažka Bučar & https://www.slovenia.info/sl Redacción: David Heredero Zorzo Para la edición española Založba Malinc., Medvode, 2017 www.malinc.si Para la editorial: Aleš Cigale Diseño y maquetación: Blažka Bučar 1a edición electrónica www.malinc.si Kataložni zapis o publikaciji (CIP) pripravili v Narodni in univerzitetni knjižnici v Ljubljani COBISS.SI-ID=293220608 ISBN 978-961-6886-51-2 (pdf) 161