Juan de Dios LUQUE, Antonio PAMIES & Francisco José MANJÓN (2000), Dicciona- rio del insulto. Barcelona: Ed. Península. Ya van siendo numerosos los trabajos que han publicado juntos estos tres lingüistas y profesores de la Universidad de Granada, sobre todo de carácter fraseológico, y tanto desde sus aspectos teóricos en libros y artículos, como en el orden práctico, con la edición impresa y en CD ROM de léxicos, glosarios y diccionarios. De esa colaboración salió en 1997 El arte del insulto (Ed. Península), una obra que, pese a parecer presentada en cla- ve de humor, analiza en profundidad los mecanismos léxicos, retóricos y psicológicos del insulto, sobre la base de un corpus propio de varios miles de unidades en varias lenguas. El éxito de la empresa animó a los autores a complementar el trabajo teórico con un Diccionario que reúne más de cuatro mil entradas, con definiciones y, en casi todos los casos, etimologías y ejemplos de usos reales, extraídos tanto de la prensa como de textos literarios españoles de varios miles de unidades españolas de diversas épocas, donde abunda y se manifiesta briosamente el denuesto; pero también de la oralidad cotidiana, en la que, como es sabido, el español de a pie se prodiga sin recato en aquello de malde- cir al prójimo y a su parentela. Por lo demás, se añaden interesantes explicaciones sobre los procedimientos tropológicos y numerosas variantes. Así, al hilo de una atenta y concentrada lectura, nos encontramos con perlas de honda raigambre castellana y con formas novísimas, y nos enteramos de que un beato es, ade- más de meapilas, un cagacirios; que un chupenáguer es un borracho filosofante y pelma- zo; y el tonto de toda la vida, que casi nunca reconocemos en nosotros mismos, pero que solemos ver en casi todas partes, queda algo peor parado si además sabemos que es un gaznápiro o jayuelo. Y no digamos si afinamos, y el tontolindango celiano y tontivano lo es también de capirote, de escaparate, de mojigata, de remate, del bote y del haba, y has- ta del carajo, del pijo y del culo. Si subimos un tranco, un gilipuertas de diseño tiene más de giliflautas o de gilote que de gilipollas perdido o gilipollón integral, aunque nunca se sabe ... El caso es que para Góngora se trataba de un simple gofo. A veces, no necesitamos salirnos de una página para definir y de paso poner verde al objeto de nuestra inquina, sin dejarle la menor salida honrosa. Así, podemos opinar de nuestro enemigo que, además de un gárrulo y un pelaustrán, es un fallute, faltón y fanfarrón, sin que nada impida que pueda igualmente ser un fantasma y un faramalla. Curioso es el fenómeno de las variantes formales derivadas, por ejemplo de "puta", unas treinta y tantas, aun sin haber incorporado la de "putifino". Son casi doscientas sus va- riantes semánticas, como changadora, cotorrera, churriana o pucha. De ahí probable- mente el hijopuchi, tan malagueño y que no encontramos aquí, aunque viene recogida una veintena de variantes de hijos de su santa madre. El hideputa cervantino, cuyo va- lor admirativo también se mantiene vigente, deviene por lo fino hijo póstumo o, en su versión motera, un hijoputa montao en un ruido, según el mismísimo Lázaro Carreter. La entrada putón desorejado nos viene así explicada: Puta en grado superlativo, mujer extremadamente indecente y desvergonzada