UDK Cervantes Saavedra M. d. 7 Don Quijote .06 EL EPISODIO DEL PASTORCILLO ADRÉS Y SUS COMENTADORES (Q.,I,4y 31) Ludovik Osterc Los siglos XVI y XVII representan para los historiadores españoles tradicionales un período de esplendor económico, político y militar de la monarquía absolutista. Según los investigadores progresistas, en cambio, la época de los Felipes II y III constituye una aguda crisis social, económica, moral y religiosa de la sociedad feudal española. En efecto, los hechos históricos vistos a la luz de los documentos estatales y eclesiásticos de la época y analizados por los modernos historiadores avanzados, como por ejemplo, Antonio Domínguez, Vicens Vives, Fernand Braudel y Pierre Vilar, confirman plenamente la tesis de los científicos progresistas: frente a una nobleza ociosa, parasitaria y retrógrada, un clero fanático, intolerante y reaccionario, defensor a ultranza mucho más de sus intereses materiales que espirituales, una burocracia por todo extremo corrupta, ignorante e inepta, y un rey déspota, santurrón e hipócrita que dilapidada los bienes nacionales en costísimas guerras expansionistas con el único fin de extender su gran imperio so pretexto de acabar con los heterodoxos protestantes y mahometanos, vegetaba un pueblo sumido en la más profunda pobreza, un campo despoblado y talleres abandonados y, por consiguiente, improductivos y un campesinado proletarizado, usado como carne de cañón en conflictos bélicos. Esta situación originó el incremento de la miseria como consecuencia de la inmisericorde explotación de las clases populares por parte de las clases dominantes, el encumbramiento de funcionarios incapaces, aduladores y sin escrúpulos que aceleraron el declive de España. Para enfrentar el gran descontento de las multitudes de indigentes, los monarcas absolutistas implantaron un régimen cerrado, represivo y a todas luces reaccionario, renuente a toda innovación política, científica y cultural. Cervantes sintió en carne propia la decadencia material y moral de su patria. Hijo de un hidalgo venido a menos, alumno sobresaliente del maestro Juan López de Hoyos, soldado aventajado y esclavo en Argel, empleado público y escritor postergado y menospreciado, tuvo que luchar contra la adversidad, la pobreza y atropellos por parte de las autoridades, tanto políticas y judiciales como eclesiásticas, a lo largo de su vida. De toda esta riquísima experiencia vital se nutrió su genial pluma que supo plasmarla en sus obras, sobre todo en el Quijote. En él, a guisa de parodia de los libros de caballería critica, satiriza y rebate el sistema feudal-eclesiástico de opresión tomando partido decididamente a favor de las clases desposeídas, explotadas y marginadas. 49 Uno de los episodios de la magna novela en el cual llega a manifestarse esta postura cervantina de la manera clara e inequívoca, es el del pastorcillo Andrés. He aquí su relación: Después de la graciosa manera que tuvo don Quijote de armarse caballero, se dirigió a su casa para procurarse los servicios de un escudero y proveerse de dinero y ropa. Pero, quiso el azar que, cuando no había andado mucho, oyó voces que salían de la espesura de un bosque, entró en él y vio a un labrador que, además de no pagar la soldada, flagelaba sin piedad a un muchacho que le servía de pastor, atado a un árbol. Don Quijote obliga al desalmado patrón, a quien llama "ruin villano y cobarde", a desatar al muchacho, impide que siga azotándolo y lo conmina a que le pague sin demora el sueldo que le debe. En vano el astuto patrón quiere hacer descuentos al sueldo devengado "en cuenta de tres pares de zapatos y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo", en vano, porque para don Quijote no existen más razones que las del muchacho explotado y vejado. De ahí la contundente réplica de don Quijote: "Bien está todo eso ... pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado; que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis rompido el de su cuerpo; si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado, ansí que, por esta parte, no os debe nada" (I, 4). Bajó el rico labrador la cabeza sin responder, desató al criado y ofreció, so pena de muerte, pagarle sesenta y tres reales - setenta y tres según la edición príncipe -, cuando llegasen a casa, pues no tenía allí dinero. Resistióse Andrés, que así se llamaba el pastorcillo, a ir por miedo a nueva paliza, mas don Quijote replicó: "No hará tal ... basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que el me lo jure por la ley de caballería que ha recibido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga." Protestó el muchacho, diciendo no ser caballero su amo, sino Juan Haldudo el rico, vecino de Quintanar, a lo que respondió don Quijote, que puede haber Haldudos caballeros, tanto más que "cada uno es hijo de sus obras." Prometido, pues, por Juan Haldudo, el pagar al niño asalariado un real sobre otro y aun sahumados, sahumerio del que le hizo gracia don Quijote, encomendándole cumpliera como juró, pues de otro modo juraba a volver a buscarlo y castigarlo. Una vez obtenida la promesa del rico patrón en tal sentido, se alejó don Quijote. Y cuando hubo traspuesto el bosque y ya no parecía, volvióse Juan Haldudo a su criado, tornó a amarrarlo al árbol y le hizo pagar caro la justicia del caballero andante. Y con esto el pastorcillo se "partió llorando y su amo se quedó riendo ... Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote", agrega Cervantes irónicamente. Ahora bien, veamos a continuación, las opiniones de los primeros anotadores, todos tradicionales o conservadores, que han comentado este episodio. Tomando a la letra las reiteraciones cervantinas conforme a las cuales la obra no tendría otra finalidad que poner en ridículo los novelones caballerescos, reiteraciones que servían al autor de cortina de humo para encubrir su genuino pensamiento, dichos comentadores consideraron la obra como una simple parodia de los tales libros. Por ello, se desvivían por buscar en los libros de caballería episodios idénticos o semejantes al que nos ocupa. Así, Antonio Pellicer, el primer anotador español de la gran novela, encontró la similitud entre este episodio y el de Amadís de Gaula (cap. 72), en el cual Daraydo y Galtaziro oyen voces lastimosas: dos damas azotaban a un caballero desnudo y atado a un tronco de encina por amante desleal, pues había dado palabra de casamiento a entrambas a un mismo 50 tiempo.1 Secúndalo Joaquín Bastús en sus Anotaciones (1834).2 Clemencín lo compara con la aventura de Belianís de Grecia, en la que el emperador D. Belanio "hallándose en una floresta, oyó grandes gritos ... pareciendo ser de personas que en gran necesidad estuviesen ... y tomando la lanza, se metió por el bosque adelante en seguimiento de las voces que oía."3 Pues bien, es evidente que las analogías entre la escena de Amadís de Gaula y la de Belianís de Grecia con la de Andrés son triviales y endebles que excluyen la posibilidad de que Cervantes las haya imitado, máxime que el motivo del azotamiento de un caballero por parte de las dos damas engañadas, es del todo diferente del de la flagelación de Andrés, en cuanto a la supuesta semejanza con el episodio cervantino con el de Belianís, es tan común y corriente que se da en innumerables obras de ficción, por lo cual la búsqueda de tales tópicos equivale a andar a caza de grillos. Pero eso no es todo. Todavía cerca de cien años más tarde, es decir, en pleno siglo XX (1947), otro glosador cervantino de gran prestigio, Francisco Rodríguez Marín, que tampoco veía en la novela más que una burla de los libros de caballería, supuso que en la invención de esta escena hubo reminiscencia de un pasaje del Libro de don Clarián de Landanís (fol. 85): "... fue su camino el príncipe Deocliano / y andando perdido sin saber por donde yua, yendo por debaxo de vnas muy grandes arboledas oyó a su diestra dar grandes bozes como de hombre que sentía gran cuita, y llegándose para aquella parte vido un hombre desnudo atado a vn roble y diez malandrines que de quando en quando lo a§otauan muy cruelmente ..."4 Como se desprende de la cita, tampoco esta aventura tiene algo que ver con el episodio quijotil que estudiamos, ya que en ella intervienen un príncipe y no un caballero andante, un hombre adulto y no un muchacho, y ése es azotado por varios malandrines y no por un labrador rico; además, la única semejanza entre las dos escenas consiste en el azotamiento de un ser humano, cosa de tan poco interés que para nada merece que se le busque precedentes. Un cervantista profranquista, Francisco Maldonado, primero en "La maiestas cesárea" en el Quijote (1948), y diez años más tarde, en la Locura maiestática (Anales Cervantinos, VII, pág. 125), sostiene que existe una estrecha relación entre la acción de don Quijote y la política imperial de los Augustos: "parcere subiectis et debellare superbos" (Eneida, VII). Comparte esta opinión J. Antonio Maravall en su obra El humanismo de las armas de Don Quijote (pág. 232). Ambos equiparan dicho verso virgiliano con la frase cervantina "deshacer agravios y enderezar entuertos", lo que, - según ellos - equivale también a "ayudar a los menesterosos", lo cual es un solemne disparate, ya que para realizar esta misión no hay que estar inspirado en ninguna idea imperial cesárea ni ningún caudillismo romano o hispánico, pues la idea cervantina que expresa la frase "socorrer a los menesterosos" es una idea humana, generosa y fraternal, en tanto que la de los dos comentaristas tradicionales es una idea imperialista que implica la conquista a sangre y fuego de los pueblos y naciones pequeños y débiles y su sometimiento por parte de los imperios grandes y poderosos con el fin de reducirlos a sus colonias, y, por consiguiente, la primera es diametralmente opuesta a la segunda, excluyéndose mutuamente. La idea cervantina 1 pág. 57, nota 1, de la edición mexicana de 1833; 2 pág. (17), nota 30; 3 pág. 68, nota (3); 4 Edición de 1947, t. I, pág. 150, nota 15; 51 relativa a la ayuda a los necesitados coincide, en cambio, con la de los caballeros andantes que radica en la protección de los débiles y socorro a los menesterosos. Otro cervantista contemporáneo, Joaquín Casalduero, el eterno buscador del supuesto barroquismo en la novela, formula otro tipo de comentario. Hace hincapié en el "contorno grotesco del Caballero" y lo burlesco de la "victoria" de don Quijote sobre Juan Haldudo el rico, aludiendo a la presunta inutilidad del proceder de don Quijote y su fracaso. Afirma, además, que en este episodio "el acento no está en la desgracia de Andrés, sino en la insensatez de Don Quijote",5 afirmación que constituye una más de las pifias casalduerianas, pues lo que Cervantes enfatiza en este episodio de modo evidente e innegable, es la explotación y maltrato de un niño que defenderse no puede. Y, en cuanto a su aseveración referente a la supuesta inutilidad del acto de liberación de Andrés, aseveración que se convirtió en el estribillo de los críticos conservadores, la misma es tan falsa como tendenciosa, dado que don Quijote fracasa no porque su acción libertadora fuese improcedente, inútil o injusta, sino porque no utiliza los medios adecuados para llevarla a cabo, por una parte, y por otra, por haber confiado en la palabra de un villano. Confírmalo el propio don Quijote cuando, al volver a encontrar a Andrés, éste le reprocha su proceder y las consecuencias que debió sufrir, aquél le contesta: "El daño estuvo en irme yo de allí, que no me había de ir hasta dejarte pagado; porque bien debía yo saber, por luengas experiencias, que no hay villano que guarde palabra que tiene, si él vee que no le está bien guardarla." (I, 31) Con estas palabras, Cervantes manifiesta de nuevo su profundo conocimiento de la sociedad española de su tiempo, en general, y de sus clases y estratos, en particular. En efecto, según el prestigioso investigador literario y social moderno, Noel Salomon, la clase rural a la cual pertenece Juan Haldudo el rico, "aparece en medio de la masa de los campesinos pobres o medios ... como una especie de 'burguesía agraria' asentada en su propiedad individual y en la abundancia agrícola o ganadera ... Es la clase de los 'villanos ricos' ... que incluso se encuentra en la literatura de la época ..."6 Mas, no sólo los críticos conservadores han incurrido en este error interpretativo del episodio en cuestión, sino también algunos liberales y hasta progresistas, entre ellos nada menos que Américo Castro. Efectivamente, éste escribe al respecto: "El hidalgo piensa que un simple mandato suyo tendrá la virtud de modificar ... la conducta del cruel labrador del Quintanar. Don Quijote no ha intentado reformar los motivos que determinaban a Haldudo a maltratar al niño Andrés, sino que suspende mecánicamente la acción de aquellos motivos con la amenaza de su lanza."7 Y es que don Quijote por cuyos labios habla el mismo Cervantes, sabía muy bien que endilgar sermones morales a los explotadores villanos era lo mismo que predicar en desierto o darle voces a un muerto. Por ello, no tenía por qué intentar reformar las razones que movían al despiadado patrón a maltratar al muchacho Andrés. Sabía, además, que la violencia clasista se combate con violencia y no con palabras melifluas y almibaradas. De ahí su reacción enérgica y la amenaza con sus armas. N.K. Derzhavin, empero, hace un paso adelante en su juicio respectivo. Así, después de reproducir esta aventura y sus consecuencias físicas para Andresillo, 5 Sentido y forma del Quijote, Madrid, 1970, págs. 60 y 27; 6 La vida rural castellana en tiempos de Felipe II, Barc., 1973, pág. 280; 7 El pensamiento de Cervantes, Barc.-Madrid, 2a. ed. (1972), pág. 125; 52 apunta: "La verdad moral en este caso está de parte de don Quijote, pero la manera utópica, 'libresca' de su realización conduce al oprobio de la hazaña caballeresca. El bien que hizo don Quijote se revela no sólo inútil, sino también perjudicial, si bien la justicia está de su parte.8 Cervantes, de este modo, traza dos líneas en la evolución de los actos de su héroe - maniático-fantástica - y la moral-social. Ambas convergen en la fórmula de la hazaña caballeresca, pero se diferencian en que, en el fondo de una reside la incursión en la vida de las fantasías 'librescas' y procederes del loco caballero, en tanto que en el fondo de la segunda - el conflicto de la moral caballeresca con la injusticia social -. "¿Cuál de las dos es auténticamente cervantina?" El análisis del cervantista ruso me parece correcto, pero, a mi juicio, le falta la conclusión, ya que la primera línea sirve al novelista de encubrimiento de la segunda. A continuación, considero oportuno mencionar la opinión de Azorín con cuyo punto de vista estoy totalmente de acuerdo. Como es sabido, Azorín, que escribía en un lenguaje acrisolado de frases cortas, de gran valor expresivo y claro, y de sobria belleza, comenta este episodio en forma de pregunta, la cual admite una sola respuesta: un rotundo sí. Hela aquí. "¿No sería acaso en este paraje, junto a este camino, donde don Quijote encontró a Juan Haldudo, el vecino de Quintanar? ¿No fue ésta una de las más altas empresas del caballero?" (El subrayado es mío).9 En realidad, ¿puede haber un acto más generoso y noble que rescatar a un niño de las garras de un bruto explotador que lo está azotando? También Vicente Gaos, autor de la mejor edición quijotil publicada hasta la fecha, echó su cuarto a espadas en este asunto. Tampoco él está de acuerdo con la tesis de los conservadores, según la cual el acto quijotil sería inútil y aun perjudicial. A su parecer, "aunque hay una insinuación de tan amarga enseñanza, lo evidente es que el fracaso de D. Quijote no se debe a que su propósito sea absurdo, sino que no pone los medios necesarios para llevarlo a cabo, entre otras cosas, por excesiva seguridad en sí mismo ..."10 Estoy conforme con la primera parte de su afirmación, pero no comparto la segunda referente a la supuesta excesiva seguridad en sí mismo, dado que en este caso no se trata tanto de la seguridad cuanto del cambio de estado mental del protagonista, cambio que precisaré al final de este escrito. Por último, cabe mencionar un articulejo relativamente reciente, descabellado y tendencioso de cabo a rabo. Su autor parece haber nacido durante la Contrarreforma, haber cogido un larguísimo sueño y haber despertado en la actualidad. Para llevar el agua al molino de su ideología ultrarreaccionaria, convierte a Andrés de "un muchacho hasta de edad de quince años", como lo presenta Cervantes en el capítulo cuarto de la Primera Parte, y como un "niño", en el capítulo treinta y uno de la misma Parte, en un "mozo" o "zagal", es decir, en un adolescente; lo llama "un verdadero bellaco que fácilmente se transforma en ladrón. Y, para colmo, escribe: "Lo que provoca el furor del labrador es la insolente interveción del hidalgo, quien transforma las relaciones normales entre amo y criado."1' 8 Zhizn' i tvórchestvo, Moskvá, 1958, pág. 200; 9 Castilla La ruta de don Quijote, 1980, pág. 160; 10 Su edición del Quijote, Md., 1987, I, pág. 107, nota Illa; 11 Augustin Redondo: Nuevas consideraciones sobre el episodio de Andrés en el Quijote, NRFH, 1990, pág. 865; 53 Pues bien, ante tal fárrago de tergiversaciones y falsificaciones tan burdas, se me ocurre pensar que lo único que aquí sale trastornado es el cerebro de este señor que debería ver un moralista ... Pero, ya es tiempo de hacer tabla rasa de conjeturas y fantasías y atenernos a la investigación rigurosa, puesta la mirada en las consideraciones estrictamente científicas, y, por ende, objetivas. Lo que salta a la vista desde el primer momento es el hecho de que en este episodio don Quijote actúa como perfectamente cuerdo, algo tanto más raro por cuanto acababa de ser armado caballero en una escena montada al típico estilo de los libros de caballería. Efectivamente, según salía de la venta, nuestro buen Quijano, y tras una noche sin dormir, después de un día de derretírsele el poco seso que pudiera quedarle - como escribe Cervantes -, era la materia mejor dispuesta para que los objetos animados e inanimados cambiasen de forma o figura y se amoldasen a su óptica alocada. Así lo vemos después, en la mayoría de las aventuras, donde interviene siempre en mayor o menor grado, ese espejismo quijotesco que llegaba a confundir molinos de viento con gigantes y ventas con castillos. Sin embargo, el gran escritor nos pinta la primera aventura caballeresca del todo desprovista de alucinaciones, figuraciones y engaños en la fantasía de don Quijote. En verdad, este primer lance no tiene mezcla alguna de lo sofístico ni de lo estrafalario. Juan Haldudo no es para él un gigante o encantador, sino un rico labrador, ni su yegua adquiere las dimensiones de la Alfana que montaba el rey Gradaso en Orlando Furioso, sino una yegua común y corriente, y Andrés no es un enano, sino un muchacho corriente y moliente. Todo en esta escena es natural, todo está en su verdadero ser, y parece como ya no don Quijote maniático, sino el hombre más cuerdo y discreto del mundo, se habría apiadado del pobre pastorcillo a quien un ser superior en fuerzas y en posición castigaba cruelmente. Si examinamos todas las aventuras relatadas en la novela, acaso no se encuentre una tan real y auténticamente caballeresca, tan natural y propia de la profesión de un verdadero caballero andante. Esta circunstancia tan contraria al fingido propósito de la obra, constituye, al mismo tiempo, una fehaciente prueba en contra de la tan cacareada tesis de la abrumadora mayoría de los críticos e investigadores tradicionales, según la cual EL QUIJOTE no sería más que una pobre burla de los libros de caballería. De ser la magna obra cervantina una sátira contra la literatura caballeresca y el hidalgo un caballero de figurón, la primera aventura estaría por completo fuera de su lugar. Ninguna otra requería con más razón el tinte cómico, las visiones e ilusiones ópticas del maniático que el primer lance en que se entrometía después de hecha la armazón de caballero. Es más, hallándose en el momento de mayor excitación febril y, por ende, más adecuado para cualquier aventura en que interfiriese con toda su fuerza el poder de su imaginación, trocando el ser y el aspecto de las cosas y los seres, forjando imágenes fantásticas y estrambóticas, es decir, obrando quijotescamente, no se explica que las proezas de un loco inicien dentro del mundo de lo real, de lo natural y de lo cuerdo, sin que haya siquiera contradicción que lo exaspere y lo obligue a dejar las palabras y apelar a las obras. Por menos motivo rompió la cabeza a dos harrieros, no siendo aún armado caballero. Palmariamente se echa de ver que esta aventura consta de dos partes, una en que don Quijote actúa como cuerdo, y otra en que procede como loco. Recordemos las palabras de Lorenzo, hijo de don Diego de Miranda, cuando éste le pregunta qué ha sacado en limpio del ingenio de don Quijote, el primero contesta: "... él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos." (II, 18) Y, ¿en qué se manifiesta su 54 locura en la segunda parte? Se manifiesta en confiar en la buena fe del ricachón Haldudo, en confiar en la palabra dada por un explotador bellaco y vil, dejando a la merced del mismo a un niño solo y desamparado en la espesura de un bosque, donde en varias leguas a la redonda no había alma viviente que pudiera acudir en ayuda. Se patentiza, además, en el soliloquio que sigue al episodio: "Bien te puedes llamar dichosa ... ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener... rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente ... caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio ... a aquel delicado infante." (El subrayado es mío) De lo anterior se deducen varias cosas. Primera, sólo los locos hablan consigo mismo, aunque sea a media voz; segunda, la frase "como todo el mundo sabe" es un disparate, ya que el episodio acababa de suceder y en un lugar despoblado y, por lo tanto, sólo puede explicarse con el estado de locura del caballero andante; tercera, el adverbio de tiempo "ayer" no es el apropiado, dado que la aventura ocurrió el mismo día, error explicable también con el momento de monomanía del protagonista; y cuarta, las palabras e, rescibió, desfecho e infante son arcaísmos, propios del lenguaje de los libros de caballería. Y siempre cuando don Quijote habla al estilo de los caballeros andantes, está en uno de los trances de su insania mental. Es el procedimiento de que se sirve el magno novelista también en la aventura de la liberación de los galeotes.12 En estas frases cabe comentar algunos aspectos más. Como vemos, don Quijote llama a Andrés "infante", es decir, "niño que aún no ha llegado a la edad de siete años",13 exagerando de tal manera su corta edad para mayor justificación de la protección que hubo de prestarle. Por otra parte, Cervantes apellida al desalmado labrador: "Haldudo", palabra derivada de "haldas", variante popular de, faldas, con lo cual el ingenioso autor dio a entender que el azotar a un niño indefenso es propio de cobardes y no de hombres, para así mostrar al explotador como un ser a todas luces despreciable y repulsivo. Y hay aún más. El novelista añade a dicho apellido el apodo: el rico, es decir, el mismo sobrenombre que llevan Anselmo y Camacho, hecho muy significativo en Cervantes, puesto que en sus obras los ricos salen muy mal parados, y, además, nada casual y en perfecta concordancia con la misión principal de don Quijote, la cual consiste en "favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores" (I, 22) En conclusión, la enérgica defensa de un menor asalariado y explotado por su amo no tiene nada que ver con las extravagantes hazañas de Floriseles, Esplandianes, Lisuartes, Palmerines y otros héroes de los novelones caballerescos. Es la lucha contra los explotadores del trabajo ajeno. Es un episodio de las grandes luchas sociales que comenzaron a desarrollarse en el seno de la sociedad capitalista en pleno proceso de formación. En este episodio vemos a don Quijote alzarce contra la injusticia de una clase. Si al final de la escena Cervantes introduce algunos elementos caballerescos, ello se debe a razones de cautela, valiéndose, por un lado, de las fantasías caballerescas de don Quijote, y por el otro, de la monomanía del mismo de la que se ve afectado su cerebro siempre cuando desbarra sobre el mundo de los libros de caballería. De tal modo, el genial novelista hace cumplir a su protagonista con su misión humanista de restablecer la edad de oro, donde reinarían 12 Véase mi artículo en ACTA NEOPHILOLOGICA, XXIV, 1991; 13 Diccionario de la Real Academia; 55 la justicia, la paz, la concordia, la libertad y la felicidad en la tierra, y se protege, al propio tiempo, contra la eventual reacción por parte del Santo Oficio de la Inquisición y su censura, escudándose en los momentos de locura de don Quijote. 56