UDK 821.134.2.09 Cervantes Saavedra M.d. DON QUIJOTE, DOÑA RODRÍGUEZ Y LOS DUQUES Stanislav Zimic Al llegar Don Quijote al palacio de los duques y "viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos..., aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero y no fantástico" (1378).1 Comprensiblemente, esta afirmación ha causado gran perplejidad entre los lectores de todas las épocas: "Luego, antes ¿no lo había creído?".2 La cuestión se complica mucho más, poco después de estos eufóricos momentos, al confesar Don Quijote a la duquesa: "Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica... En eso hay mucho que decir" (1386). Poner en duda la existencia de Dulcinea, ¿no equivale quizás a dudar de su razón de ser como caballero andante? Este, "sin dama, es como el árbol sin hojas, el edificio sin cimiento, y la sombra sin cuerpo de quien se canse" (1385). Se ha escrito ya mucho sobre estas aparentes paradójicas actitudes de Don Quijote, y, claro está, siempre sólo a título de muy tentativas "conjeturas".3 De acuerdo con nuestras previas sugerencias (en el estudio introductorio a la Segunda Parte), por influjo de sus lecturas caballerescas, Alonso Quijano quiso ser caballero andante con obsesión tan intensa que a la postre quedó convencido de serlo de veras, pero siempre, aun durante sus más locas acciones - exceptuando los estados de completa inconsciencia o alucionación, como, por ejemplo, después del apaleamiento en el capítulo 5, o en la lucha con los cueros de vino (capítulo 36), o al final de la Primera Parte - siempre por lo menos con un asomo de duda, como se revela ya desde el comienzo, con la prueba de la celada: "y sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje" (1039). Esta duda, anidada en la razón, es el insidioso obstáculo a las ilusiones que Don Quijote se afana tan desesperadamente en suprimir de mil modos, a lo largo de la Primera Parte, con las notorias desastrosas consecuencias, sobre todo para él mismo. En la Segunda Parte, emprende sus andanzas caballerescas con plena conciencia de su identidad personal, pero, sucesivamente, en determinados momentos, en ciertas circunstancias, sucumbiendo ora a algún repentino intenso fervor ora a algún compelente impulso congénito, recae en sus viejas locas ilusiones librescas. Tal recaída ocurriría al entrar Don Quijote en el palacio de los duques como también en otras situaciones durante su estancia allí. Estos momentos de total ilusión son esporádicos y alternan con otros en que Don Quijote parece tener plena conciencia de las situaciones reales en que se 1 Don Quijote, Segunda Parte, caps. 31, 33, 36-44, 46, 48, 50, 51, 52, 54, 56, 57, 58, 66, 70. 2 Gaos, en su edición de Don Quijote, II, 447. 3 Torrente Ballester: "Pero la frase está ahí para reducirlo todo a conjeturas" (Don Quijote como juego, 207). 29 encuentra.4 Sin embargo, tanto en unos como en otros hipotéticos casos, experimentamos con frecuencia una gran incertidumbre respecto al preciso íntimo sentir de Don Quijote, ¡por expresa intención del autor! Se nos asegura que Cide Hamete Benengeli "pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones" del personaje y "responde a las tácitas [preguntas]" que surgen en la mente del lector (1407). Por lo general, esto es literalmente así en la Primera Parte, en que se suelen "pintar los pensamientos" y "descubrir las imaginaciones" de los personajes de modo directo, puntual y supuestamente exhaustivo. En la Segunda Parte se sugieren, con mucha más frecuencia que en la Primera, unos "pensamientos escondidos" - notorio término cervantino - como complejos mentales, emocionales, psicológicos, morales, etc., acerca de los cuales se nos induce a especular, suponer, imaginar, racionalizar, etc., proporcionándosenos la información necesaria para contestar a nuestras "tácitas" preguntas, de algún modo, idealmente sensato, sensitivo, imaginativo, racional, inteligente, pero, en definitiva, siempre sólo conjetural. Tal técnica novelística se la dictan a Cervantes los postulados de la verosimilitud en que se sustenta su obra y que incluye la clara conciencia de que hay límites infranqueables también para la omnisciencia autorial. Esto se ejemplifica, de modo particularmente ingenioso y persuasivo, con el episodio de la cueva de Montesinos, que no se explica jamás de modo inequívoco en cuanto a las experiencias físicas y psíquicas de Don Quijote en ella, pues éste, si las comprende en absoluto él mismo, nunca las revela al "historiador" de su vida. Es notable ya la frecuencia de diálogos, parlamentos y narraciones en primera persona, sin mediación del autor, lo que contribuye considerablemente a aumentar la complejidad del personaje para los lectores. Referida a la Segunda Parte, resulta perfecta la observación de Ortega y Gasset de que "el Quijote es un equívoco", fascinante, provocador y perenne punto de interrogación, sin posible, precisa y definitiva respuesta.5 Es por esta gran complejidad íntima de Don Quijote - claramente precursora de la de los protagonistas novelísticos modernos - que al menos parte de su peculiar modo de ser permanecerá siempre enigmático, elusivo, aun frente a los más penetrantes análisis y a las más rigurosas investigaciones textuales. La relevancia de esta observación resulta contundente al considerarse las aventuras de Don Quijote en el palacio de los duques, que constituyen "un entramado de relaciones temáticas y arguméntales, bastante más complejo y pensado de lo que a primera vista parece",6 sobre todo, un "entramado" de intenciones, disposiciones y actitudes íntimas, intrincadas, sutiles, ambiguas, a veces aparentemente contradictorias de su expresión oral, otras tácitas, sólo vagamente intuibles. Esta interacción íntima, mental, emocional, psicológica, entre Don Quijote y sus engañosos y frivolos anfitriones es la que, percibida en sus sutiles implicaciones, da, de acuerdo con nuestra lectura, pleno sentido ideológico y artístico a la episódica, superficial. Por "orden" de los duques, en el palacio recurren a toda clase de "fingimientos" y trucos para que Don Quijote "imagine y vea que le tratan como caballero andante" y, claro está, que no "caiga en la burla" (1384). A todas luces, estas burlas a menudo se llevan a cabo con todos los "cómicos" efectos deseados, pues la mentira se representa con muy convincentes visos de verdad. Don Quijote cae víctima de ellas, 4 Van Dorn (Don Quixote's Profession) y G. Torrente Ballester (Don Quijote como juego) creen que Don Quijote es siempre consciente de la realidad, pese a que el texto a menudo niegue categóricamente tal posibilidad. Otros críticos, los "duros" (Russell, Close, etc.), mantienen lo contrario, también contra la evidencia textual, que sugiere, cuando menos, momentos de muy lúcida conciencia en Don Quijote. 5 Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, 114. 6 Torrente Ballester, Don Quijote como juego, 203. 30 entre otras razones, por no poder anticiparlas en tan honrada y respetable sociedad. A fin de cuentas, ¿no sería lógico que considerase a esos nobles señores como correligionarios naturales en la sublime misión caballeresca de promover y defender los altos ideales de la verdad y la justicia y de "deshacer agravios" en el mundo? Por esto precisamente, al verse víctima de las burlas, a veces disculpa de antemano a los duques, pues ¿podría pensarse tal cosa de ellos? (1466). Sin embargo, hasta en tales "defensas" de sus burladores hay quizás, al menos en ocasiones, una intencionada punzante ironía. Tal posibilidad supone una clara conciencia de la realidad, es decir, de las burlas que le hacen y, en efecto, en ciertas situaciones parece que Don Quijote las reconoce como tales y, en otras, que las sospecha, cuando menos. Así, por ejemplo, ¿es por mera natural evocación de otro caballo de madera, Paladión, o por lógica, justificada sospecha, que antes de subir sobre Clavileño, proponga que se vea primero lo que éste "trae en su estómago" (1411), y que después del "vuelo" le diga a Sancho: "pues vos queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos", con un remate evidentemente socarrón, para nosotros: "y no os digo más" (1414)? Comenta Torrente Ballester: "¡De farsante a farsante!".7 Más tarde, Don Quijote manifiesta su incredulidad respecto a la "condesa Trifaldi", animando a Sancho a fijarse en el mayordomo como probable personificador de aquella (1449). Y ya antes, parece ridiculizar toda esta farsa, para él transparentemente chabacana: "Eso haré yo, señora condesa Trifaldi, de muy buen grado...; tanta es la gana que tengo de veros, señora, y a todas estas dueñas rasas y mondas" (1410). Por ser mucho menos listos de lo que se creen, los burladores ni se dan cuenta del modo sutil con que Don Quijote les toma el pelo. Don Quijote colaboraría, o más bien fingiría colaborar, en algunas burlas, porque los postulados mismos de su "misión caballeresca", o mejor diríamos de su peculiar proyecto vital -según nuestras previas sugerencias - le harían necesario disimular su conciencia de la realidad, incluso frente a Sancho, claro está. Además, muchas burlas que le hacen son de mero golpe y porrazo, que ponen al descubierto más el espíritu frivolo y burdo de los burladores -8 notoriamente el tipo de diversión caracteriza bien al que con ella se gratifica - que la "locura" de Don Quijote, y que, en realidad, no afectan a su íntima, esencial dignidad personal. A veces, cuando Don Quijote siente que ésta está de veras amenazada, se encierra en un estado espiritual, reflexivo, intencionadamente distanciado de todo ese ambiente insensible, frivolo y engañoso (1434), y, otras veces, reacciona con determinada convicción en defensa de sus principios y valores morales e ideológicos. Estos podrían ser casi siempre, nótese, también los de Alonso Quijano el Bueno, precisamente por lo cual Don Quijote debe cuidarse mucho de mantenerse también consistente en su parte asumida de caballero andante. Y, en efecto, con extraordinaria ingeniosidad, Alonso Quijano y Don Quijote armonizan a menudo sus voces, sin traicionarse, sino reivindicándose, mutuamente. Así, en la réplica al "grave eclesiástico", su malhumorado "colérico reprehensor", Don Quijote entremezcla exaltaciones de la caballería andante, que "ha habido" y que todavía "hay ... en el mundo" (1383-4), con observaciones de carácter moral, ético, cívico, de aplicación general, con que pone de relieve su honradez personal y, a la vez, el valor humanitario 7 Ibid., 202. De acuerdo con esta explicación, Sancho sería tan consciente de la realidad, de las burlas, como el mismo Quijote. Como este, aquél también acabaría burlando a sus burladores. Coincidimos con varios aspectos de esta tesis, aunque en este estudio Sancho nos interesa sólo periféricamente. 8 Van Dorn: "... their hoaxes tell us at least as much about themselves as about the intended victim" (Don Quixote's Profession, 54). 31 de sus andanzas caballerescas: "Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros, por el de la hipocresía engañosa...; yo ... desprecio la hacienda, pero no la honra... Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno: si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas..." (1382). Al "colérico" ataque del eclesiástico, Don Quijote contesta "temblando de los pies a la cabeza..., con presurosa y turbada lengua" por la indignación íntima que siente, pero, al mismo tiempo, con sorprendente digna contención: "el respeto que siempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa, tienen y atan las manos de mi justo enojo", y con discretísimos reparos, perfectamente pertinentes: "Las reprensiones santas y bien intencionadas ... mejor asientan sobre la blandura que sobre la aspereza... El haberme reprehendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de la buena reprehensión...; y no es bien, sin tener conocimiento del pecado que se reprehende, llamar al pecador sin más ni más mentecato y tonto..." (1382). Don Quijote hace comprender que este eclesiástico no es de los que "van ... por el campo de la verdadera religión" (1382), pues carece de la más fundamental virtud cristiana: la caridad. De un modo sutil pero patente se nos hace evocar la notoria observación erasmiana: "monachatus non est pietas".9 Se justifica esta evocación también por el hecho significativo de que la principal función de este eclesiástico es, evidentemente, como la de las dueñas, doncellas y otros cortesanos, sólo de "autorizar" (1391) con su presencia el señoril ambiente palaciego, y no la de instruirlo y orientarlo espiritual y moralmente.10 Por esto es comprensible que sus amos no vacilen tampoco en servirse de él como de un instrumento de diversión, a veces análogo al de los bufones de palacio (1383). Significativamente, sobre este "buen religioso" (1383), sin dignidad profesional y sin espíritu cristiano alguno, menudean mordaces sarcasmos del propio autor: "... un grave eclesiástico, destos que gobiernan las casas de los principes, destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos..., destos..." (1380). Cabe observar también el detalle revelador de que este eclesiástico, águila para las trampas ajenas y propias, advierta con toda claridad que "este Don Quijote ... no debe ser tan mentecato como vuestra excelencia quiere que sea" (1382). Al notar en las intervenciones de Don Quijote esa constante mezcla de sabias, discretas, éticas observaciones sobre los más variados problemas o aspectos de la vida, y de simultáneas, ridiculas e irrelevantes evocaciones del fantástico mundo caballeresco, se concluye a menudo que éstas automáticamente invalidan a aquellas. ¿No lo dice quizás el autor mismo?: "A cada paso desacreditaban sus obras su juicio y su juicio sus obras" (1417)." Sin embargo, por la misma lógica que la "locura" desacredita la "discreción" - de acuerdo con esta lectura -, ¿no desacredita la "discreción" a su vez a la "locura"? Téngase bien en cuenta, "como muchas veces en el progreso desta grande historia queda dicho" - con más frecuencia en la Segunda Parte, de modo muy significativo - que Don Quijote "solamente disparaba en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento" (1417) y, particularmente, que a menudo estaba por 9 Sobre el influjo de Erasmo en Cervantes, ver Vilanova, Erasmo y Cervantes; los libros de Forcione y los nuestros sobre Cervantes. 10 Probablemente con referencia a todos estos cortesanos dice Cervantes, por boca de Don Quijote, que "servían para la autoridad de su sala [de sus señores] ... como las estatuas" (1435). I i Cióse acentúa mucho este hecho ("Don Quixote's Sophistry and Wisdom"). 32 completo consciente de que a otros su conducta parecía disparatada: "¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido" (1331). Ni mucho menos, cuando se "advierta" - según Don Quijote espera que los testigos inteligentes lo "adviertan" - que su "locura" es, entre otras cosas, un disfraz conscientemente adoptado, como instrumento conveniente de la verdad, la cual, por desgracia, sólo con algún subterfugio tiene posibilidad de manifestarse respecto a los defectos más deplorables de la sociedad. Conscientemente "loco", con tales propósitos serios, instructivos, Don Quijote hace pensar en los chistes y absurdos con que la "locura-discreción" erasmiana imparte sus graves lecciones y reprehensiones a la estupidez y maldad humanas. A veces en el Quijote parece haber alusiones específicas a esta posible inspiración humanista y moral: "mostró tener gran donaire y puso su discreción y locura en un levantado punto". Es revelador que esto se declere con referencia a los "consejos para adorno del alma" y "del cuerpo" que Don Quijote da a Sancho para el gobierno de la Insula, pues reflejan bien el espíritu erasmista,12 consitutyéndose en una visión admirable del gobierno racional, justo, competente, responsable, ecuánime, comprensivo, compasivo, humanitario... Resuenan con gran vigor las palabras fe, sabiduría, conocimiento de sí mismo, humildad, suavidad, prudencia, integridad, compasión, equidad, misericordia, justicia, piedad, clemencia, verdad, etc., virtudes esenciales del gobernador para triunfar sobre los vicios propios y ajenos: la mentira, la injusticia, la ley del encaje, la corrupción, la arrogancia, la soberbia, la crueldad, la venganza, la inclemencia, la maldad, etc. Son memorables particularmente algunas declaraciones por su profunda, perenne implicación: "La sangre se hereda y la virtud se aquista y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale"; ser "piadoso y clemente" con el hombre, considerando que el "miserable" está "sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra" (1416, 1417), etc. Entre los "consejos para el adorno del cuerpo", se encuentra el de "no comer ajos ni cebolla", de "no mascar a dos carrillos delante de nadie", de "no erutar", de no usar tantos refranes, de no montar a caballo con impropiedad, de no ir "desceñido y flojo", de no comer ni beber con exceso, de no dormir demasiado, etc., que suelen hacer sonreírse a los lectores. Sin embargo, al considerar todos estos "consejos" en su conjunto, se observa que no nacen de preocupaciones superficiales, frivolas, ridiculas con las apariencias, sino, todo lo contrario, que se armonizan por completo con los consejos anteriores "para adorno del alma". El gobernador debe representar su autoridad con dignidad, respetabilidad y sencillez, sin pompas vanas ni huecas retóricas: "¡toda afectación es mala!" (1417). Sus deberes oficiales deben cumplirse con total responsabilidad y gran diligencia, sin jamás ceder a la "pereza". Su vida diaria debe regirse siempre por la "moderación", los excesos amenazan el cuerpo y el juicio. En suma, ¡virtud, integridad, prudencia y discreción en todo.13 12 Riquer, Don Quijote e la Mancha, 840n., entre varios otros estudiosos. 13 Para una visión crítica de los "consejos" como parte de la parodia del quijotismo, ver Percas de Ponseti, "Los consejos de Don Quijote a Sancho". La técnica con que se alterna la narración de las aventuras de Don Quijote en el palacio y de las de Sancho en la Insula Barataría, es parte de la parodia literaria de la técnica correspondiente en la literatura caballeresca. La parodia cervantina ejemplifica la utilización relevante, artística, de la "interrupción" en el discurso, en contraste con su estridente artificialidad en la literatura parodiada. Este es otro problema en espera de un detenido estudio. 33 La sociedad "aurea" que Don Quijote exalta en la Primera Parte, es una mera concepción literaria, utópica en todas sus proposiciones, en todos sus supuestos históricos, sociales, humanos. Con raras, milagrosas excepciones, utópico es también el gobierno que Don Quijote delinea con sus consejos a Sancho, pero así lo hacen los hombres al suprimir perversamente con todos sus vicios todas las virtudes necesarias para el buen gobierno. La dolorosa ironía es que tal gobierno sería factible en el mundo, ¡si tan sólo se abrazase la moralidad, la integridad, la razón, el sentido común! Aun mayor ironía es que se deseche como ridículo quijotismo lo que debiera ser aceptado como completamente natural, racional, justo. La visión de Don Qujiote no se vuelve utópica por su "locura", como en la Primera Parte, sino por la maldad y la insensatez ajena. Pregunta muy a propósito el autor: "¿Quién oyera el pasado razonamiento de Don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada?" (1417). Pregunta retórica para la persona íntegra, sensata, "liberal", pero, por cierto, no para los duques, quienes, al caerles en las manos los "consejos escritos" de Don Quijote, encuentran en ellos sólo una nueva extraordinaria posibilidad para divertirse a costa de aquél y de Sancho; es decir, "para llevar adelante sus burlas" (1420). Proclaman los muy sensatos y nobles "consejos" como cosas de "risa", supuestamente porque son de un "loco ingenioso", pero, en realidad, según se hace muy patente en toda su conducta, sólo porque ellos mismos son demasiado corruptos y necios para practicarlos en su propio gobierno. Los "consejos" de Don Quijote son así una llamada a su conciencia sobre la urgencia de un cambio radical en su modo de gobernar - "gobierno de asnos", como diría Sancho (1392) - una llamada insidiosa, de la que quieren desentenderse tratándola sólo como "locura".14 Al burlarse del gobierno de Sancho, inspirado también en los "consejos" de Don Quijote, los duques, sin proponérselo, exponen su ignorancia y su cínico desprecio del buen gobierno en sí. ¿Los hace desenmascararse Don Quijote con intención? Sabe que Sancho es un "porro", sin calificación política ni administrativa alguna para el cargo que le han dado..., ¡supuestamente! Don Quijote tiene ya tantas razones para sacudirse aun de las ocasionales ilusiones a que se ha entregado en el palacio, para caer al fin en cuenta de que todo es una cínica farsa bien orquestada, de que, por consiguiente, el gobierno de Sancho lo es también. Decidiría entonces frustrar las burlas de los duques instruyendo a Sancho "con las veras y con la discreción a mí posible" (1419) a gobernar bien, con tino. Y, en efecto, el buen natural de Sancho, fecundado por los buenos consejos de Don Quijote, deja por completo pasmados a los burladores, como lo admite el mayordomo: "estoy admirado de ver que un hombre tan sin letras ... diga tales y tantas cosas llenas de sentencias y de avisos, tan fuera de todo aquello que del ingenio de vuesa merced esperaban los que nos enviaron y los que aquí venimos" (1439). Los burladores quedan burlados, pues su diversión sólo se deriva de alguna payasada superficial de golpe y porrazo, como siempre, pero no a costa de la cordura y dignidad de Sancho, quien, por encima de las situaciones ficticias y burlescas que le preparan para reírse de él, siempre demuestra sentido común y completa integridad personal.15 Sancho y su mentor, Don Quijote, lograrían así dar jaque mate a sus necios 14 Véase nuestro estudio sobre El licenciado Vidriera (Las novelas ejemplares de Cervantes), en el que hacemos algunas observaciones análogas. 15 Canavaggio: "La buena fe, la moderstia, la lucidez con que contesta expresan, de modo conmovedor, el sentir de Sancho el bueno: un hombre de bien, cuya nobleza innata trasciende cualquiera de los perfiles que la malicia de los burladores ha intentado trazar" ("Las bufonadas palaciegas de Sancho Panza", 252). Sobre todos los problemas relacionados con Sancho, ver el libro de Urbina, El sin par Sancho Panza. Al salir de su "gobierno" en la Insula Barataría, Sancho cae en una sima, donde lamenta: 34 anfitriones, mostrándoles, simultáneamente, también un modo justo y honrado de gobernar. Por implícito contraste con el de Sancho, el gobierno del duque se revela al lector como la verdadera grotesca parodia del buen gobierno, particularmente respecto a la discreción, a la intención, "a los buenos deseos", que Don Quijote destaca como primordiales (1419).16 Cide Hamete "tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos" (1511). La clase de burlas que hacen a Don Quijote y a Sancho desdice de la superioridad mental, de la astucia y del ingenio que los duques de seguro se atribuyen al perpetrarlas. Los revela más bien "tontos", "necios" a ellos mismos y, lo que es mucho peor, crueles, como lo pone muy de relieve el autor con este muy significativo comentario: "no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan si son con daño de tercero" (1485). Para salir del mortífero aburrimiento con que los aprisiona su vida ociosa, yerma, sin aspiraciones dignas ni fines útiles, los duques se afanan de continuo en buscar diversiones. Con respecto a esto, es impresionante ya la frecuencia de las referencias textuales a esta patética obsesiva persecución de la "burla", de la "risa", ¡de cualquier "burla" que produzca la risa!, sin importar en absoluto si es "con daño de tercero". Se nos informa que en varias ocasiones los duques quedan "pesarosos" por las consecuencias "pesadas y costosas" de algunas burlas para Don Quijote (1429). Por cierto que no quisieran jamás un desenlace trágico - falta poco para que algunas de las burlas lo tengan -, pero no por un sentimiento, siquiera muy transitorio, de compasión o consideración humana, sino, a todas luces, sobre todo por las inconveniencias que tal posibilidad conllevaría también para ellos y, claro está, por la pérdida de una fuente potencialmente inexhaustible de futuros entretenimientos. Notablemente, después de averiguarse que las burlas no han sido fatales, proceden, tanto en el caso de Don Quijote como en el de Sancho, sin excrúpulo ni vacilación alguna, a armarles otras, no menos "pesadas y costosas". "La porfía en la necedad y la falta de sentimientos de estos personajes [los duques]no tiene límite".17 Nos parece indisputable la crueldad de los duques, aunque es cierto que ellos, supuestamente gente de muy refinada sensibilidad personal y cívica, de seguro no la perciben en absoluto como tal, ¡he aquí otra evidente ironía satírica, implícita en todas las relaciones de los duques con Don Quijote y Sancho! Crueldad, ya por cinismo, ya por causa de una chocante falta de sensibilidad humana, la demuestran flagrantemente los duques también con la familia de Sancho. Con perversos sobornos inducen a Teresa a comunicarse con ellos, para reírse de su rusticidad y de su ignorancia, para convertir sus ¡tan sinceras, respetuosas y cariñosas! cartas en motivo de público escarnio, en suma, para divertirse a costa de una mujer sencilla, quien no tuvo la posibilidad de aprender a leer y escribir, de educarse, de "¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie ni criado ni vasallo que acuda a su socorro?" (1461). ¿Se ha indicado ya en algún estudio la relación de este lamento de Sancho con los romances del rey Rodrigo?: "Ayer era rey de España / Hoy no lo soy de una villa /.../ Ayer tenía criados / y gente que me servía / Hoy..." (Romancero General, I, No. 599). Otros romances sobre este tema revelan otras coincidencias interesantes con las experiencias de Sancho después de perder el "gobierno". La familiaridad de Sancho con los romances del rey Rodrigo se revela ya en el notorio primer encuentro con doña Rodrigues (II, 31). 16 Murillo: "The social satire directed at them [duques] is the validation of Quijote's cause" (A Critical Introduction to Don Quijote. 198). 17 Gaos, ed. de Don Quijote, II, 781. 35 seguro por causa de su pobreza. Explica Don Quijote a propósito: "Has de saber, Sancho, que no saber un hombre leer, o ser zurdo, arguye una de dos cosas: o que fue hijo de padres demasiado humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que no pudo entrar en el buen uso ni la buena doctrina" (1418). Es evidente que la causa de la ignorancia de Teresa y de toda su familia es la pobreza que, con gran ironía - desde ciertas perspectivas históricas con que Cervantes probablemente coincidiría -, es debida, al menos en parte, precisamente al sistema económico y social que también estos duques representan.18 Particularmente crueles, de hecho, perversas nos resultan las engañosas promesas con que los duques instilan las esperanzas de una vida mejor en Teresa y Sanchica sólo para poder divertirse con su eventual, inexorable desengaño (1443 y sigs.). Malvado cinismo o mera invalidez íntima para sentimientos de fundamental consideración humana que, entre otras cosas, son perpetuadores, probablemente, de notorias actitudes arbitrarias, violentas, deshumanizadoras del abusivo señor feudal, despreocupado, cuando no opresor, de la dignidad y sensibilidad del vasallo. Tales actitudes son muy obvias particularmente en el episodio de doña Rodríguez y su joven hija, seducida y abandonada por un protegido de los duques. En la crítica prevalece la opinión de que se trata de un episodio distintamente cómico, ya por el hecho de que en la literatura tradicional y contemporánea de esa época la "dueña" se caracteriza siempre como personaje de muchos atributos negativos, condenables en el sentido moral y risibles en el racional. Algunos de los autores más ilustres de Siglo de Oro la tachan de "pedigüeña y urraca...; habladora y chismosa...; embustera; diablo en hábito de dueña...; tercera...; demonia hembra...; temible aun para no más que mentada...; entre muchas otras cualidades, tendencias y prácticas de igual categoría.19 En las obras cervantinas hay "dueñas" cuyas características personales corresponden bien a las de las mencionadas arriba. En efecto, entre todos los escritores contemporáneos, satíricos de la "dueña", Cervantes es el más asiduo, punzante e ingenioso. Baste recordar a la infame Marialonso de El celoso extremeño y, claro está, a doña Rodríguez, que con sus frecuentes y muy extrañas intervenciones durante la estancia de Don Quijote con los duques representa de seguro el retrato literario más memorable de tal personaje de esa y quizás de cualquier época en España. Doña Rodríguez personifica, pues, muchos de esos atributos negativos satirizados también por otros escritores. Que es tonta se revela ya en su primera aparición con el incidente del burro de Sancho (1378-9); simple, vanidosa, presuntuosa, ambiciosa, según se transparenta ya en sus recuentos de su vida; resentida, chismosa, intrigante (1434-7); sin tino ni tacto y de carácter aparentemente tan recio en sus relaciones con los demás que el seductor de la hija - dice la gente - huyó a Flandes, al menos en parte, para no tenerla por suegra (1457). Cide Hamete Benengeli la hace protagonizar algunas situaciones tan ridiculas que, al describirlas, no puede contener su divertida admiración: "Aquí hace Cide Hamete paréntesis, y dice que por Mahoma que diera, por ver ir a los dos así asidos y trabados [a doña Rodríguez y a Don Quijote] desde la puerta al lecho, la mejor almalafa de dos que tenía" (1435). Sin embargo, por reconocible que sea el rasgo literario convencional, el toque mágico de la pluma cervantina lo emancipa del cauce meramente caricaturesco, dándole pálpito vital, 18 No compartimos la opinión positiva que algunos críticos (Marianella, Márquez) tienen de la duquesa, quien es también, a nuestro parecer, frivola, cínica y sarcástica. ly Rodríguez Marín, "Las dueñas". 36 humanizándolo, como lo han mostrado ya varios penetrantes análisis de este episodio, aunque con interpretaciones a veces muy diferentes de la nuestra.20 Para Cervantes, el personaje literario debe representar al auténtico ser "de carne y hueso", al individuo, con su compleja, excepcional problemática existencial, diferente, al menos en algún aspecto, a la de los demás: "Y en esto comenzó a llorar tiernamente, y dijo: Perdóneme..., porque todas las veces que me acuerdo de mi mal logrado se me arrasan los ojos de lágrimas." Doña Rodríguez se refiere a su difunto marido, "un escudero de casa, hombre ya en días", con quien la casaron sus señores y de quien tiene una hija. También llora por el recuerdo de sus difuntos padres, cuya pobreza los obligó a "acomodarla [a ella] a servir de doncella de labor a una principal señora..., atenida al miserable salario y a las angustiadas mercedes que a tales criadas se suele dar en palacio" (1436). La pobre, "miserable" vida de doña Rodríguez, "doncella de labor", a la merced de cualquier antojo de sus señores - incluso en asuntos tan personales, cruciales, como es el matrimonio - sólo tiene un alivio, la hija. El contento y el cariño que le llenan el corazón sólo al pensar en su criatura, se nos transmiten con efusión conmovedora por sus sencillas, corrientes pero sinceras imágenes: "iba creciendo en hermosura como la espuma en la mar...; canta como una calandria, danza como el pensamiento, baila como una perdida, lee y escribe como un maestro de escuela, y cuenta como un avariento...; el agua que corre no es más limpia...", etc. Claro que también hay mucho orgullo de madre protectora, rivalizadora en sus elogios de la hija: "su gentileza, su mocedad, con todas las buenas partes que he dicho que tiene ... que de cuantas doncellas tiene mi señora, que no hay ninguna que llegue a la suela de su zapato..." ¡Quizás! De lo que no cabe duda es de que ama a la hija, única felicidad de su vida, con amor entrañable y que trata de protegerla con el mayor cuidado frente al mundo, cuyas maldades conoce muy bien. Pese a todas sus precauciones ("no sé cómo ni cómo no"), un joven, "debajo de la palabra de ser su esposo, burló [a la hija] y no se la quiere cumplir". El duque, "mi señor, lo sabe", dice doña Rodríguez, "porque yo me he quejado a él, no una sino mucha veces, y pedídole mande que el tal labrador se case con mi hija", pero "hace orejas de mercader y apenas quiere oírme". La metáfora es precisa, el duque "hace orejas de mercader" inescrupuloso, deshonesto, pues "como el padre del burlador es tan rico y le presta dineros, y le sale por fiador de sus trampas por momentos" - alusión pasajera pero muy sugestiva del malgasto por esas continuas diversiones palaciegas - "no le quiere descontentar ni dar pesadumbre en ningún modo" (1436). Gobierno radicalmente corrupto por la codicia, el interés personal, en significativo contraste implícito con el de Sancho, cuya integridad se demuestra precisamente por el hecho de que el "gobernador" sale de él tan pobre como cuando en él entró: "saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel" (1457). Ya se ha sugerido que en cada aspecto esencial el gobierno de Sancho revela un significativo contraste con el del duque, y viceversa. Por su inescrupuloso oportunismo, el duque ensordece para las quejas desesperadas de las víctimas y se desentiende de sus más fundamentales responsabilidades gubernativas, si es que alguna vez las tomó en serio, sellando cruelmente el triste destino de aquéllas. "Pensar que el duque mi señor me ha de hacer justicia es pedir peras al olmo", lamenta doña Rodríguez (1452). Cabe recordar las inexorables gravísimas consecuencias para una mujer en tal "deshonroso" estado, como también para toda su familia, en esa época.21 En efecto, la hija de doña 20 Marianella, Dueñas and doncellas; Murillo, A Critical Introduction ta Don Quijote, 211-215. 37 Rodríguez, de muy efervescente vida juvenil, acaba encerrada, "sepultada" para siempre en un convento. Es, pues, muy natural la extrema angustia de la hija y de la madre al contemplar su destino. El cínico engaño del seductor, el perverso egoísmo del duque y la consecuente desgracia social con que las castiga el incomprensivo, inmisericorde mundo, las convierte en auténticas víctimas trágicas, en situación fatalmente trágica. Esta condición no se desvirtúa - contrariamente a la sólita opinión22 - por el hecho de dotar Cervantes a doña Rodríguez de atributos personales cómicos, risibles. Estos, probablemente, reflejan de modo verosímil los de algunos modelos vivos, determinados, en gran parte, por la función social de la "dueña",23 según lo sugieren también otros retratos de mujeres del ambiente ducal. Sin embargo, Cervantes pone tan de relieve algunos de estos atributos, notablemente la simpleza y la ingenuidad, sobre todo para dramatizar la absoluta vulnerabilidad de esa pobre mujer, ¡mentalmente deficiente!, frente a los perversos juegos de los duques y sus cortesanos. La situación de doña Rodríguez, patentemente trágica, condiciona, cuando menos, nuestra diversión debido a su "tontería". La irresponsabilidad del duque se hace flagrantemente grotesca al aprovecharse de una gravísima desgracia humana para gratificar su anómala apetencia de entretenimiento y "burlas". Con cínica sinvergüencería pretende querer hacer justicia a las agraviadas, arreglando el duelo burlesco entre el "ofensor" y Don Quijote. Anticipa entretenerse sobremanera con tal farsa y, a la vez, con muy cínico cálculo, librarse, por medio de ella, para siempre de las "molestas" quejas y peticiones de doña Rodríguez. ¿Podría haber duda alguna acerca de cuál sería el resultado del enfrentamiento entre el senil, frágil Don Quijote, en su flaquísimo rocín, y el "grande lacayo Tosilos", montado en un caballo tan "poderoso" que "hundiría ... toda la plaza" (1465)? Al frustrársele los planes y cálculos, el duque castiga con un extremo rencor vengativo: "me hizo dar cien palos", dice Tosilos, "y todo ha pasado en que la muchacha es ya monja, y doña Rodríguez se ha vuelto a Castilla", de seguro echada del palacio, en el que ha envejecido al servicio de los duques, desamparada social y económicamente.24 Esta venganza es moralmente tanto más repelente por el hecho de que el repentino enamoramiento de Tosilos y la favorable reacción de la joven hacia él ("más quiero ser mujer legítima de un lacayo que no amiga y burlada de un caballero, puesto que el que a mí me burló no lo es", 1466),25 podrían resolver el problema de un modo satisfactorio para todos, incluso para el duque, si tan sólo éste lo permitiese. No lo permite, sólo por haberse "contravenido" su infantil capricho, destruyendo así, con total insensibilidad moral, la posibilidad, cuando menos, de un futuro feliz para tres seres humanos. Por perverso capricho y con chocante irresponsabilidad moral, cívica y política, causada por un monstruoso oportunismo egoísta, el duque juega, 21 Ver nuestro estudio sobre La fuerza de la sangre, en Las novelas ejemplares de Cervantes. 22 Márquez, La representación de los personajes femeninos en el Quijote, 136: "los verdaderos problemas de doña Rodríguez no se pueden tomar en serio por la manera en que es presentada". 23 Ver Rodríguez Marín, "Las dueñas"; Marianella, Dueñas and doncellas. 24 Don Quijote: "no es bien que se haga con ellos [soldados] lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándolos de casa con título de libres, los hacen esclavos del hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte" (1358). Sánchez: "Doña Rodríguez hubo de sufrir los engaños y malicias de los Duques, como el propio caballero" ("Arquitectura y dignidad moral de la Segunda Parte del Quijote", 15). 25 Nos deja perplejos este juicio de Clemencín: "Esta salida de la hija de doña Rodríguez acaba de dar la última pincelada en el cuadro de su sandez" (citado por Gaos en su edición de Don Quijote, II, 788). 38 literalmente, con las vidas inermes, indefensas, de sus subditos, que considera por completo dispensables, como si fuesen meros insectos. Doña Rodríguez y su hija vienen a pedir la ayuda de Don Quijote: "[entraron] por la puerta de la gran sala dos mujeres..., cubiertas de luto de los pies a la cabeza, y la una dellas, llegándose a Don Quijote, se le echó a los pies tendida de largo a largo, la boca cosida con los pies de don Quijote, y daba unos gemidos tan tristes y tan profundos y tan dolorosos..., la mujer suspiraba, gemía y lloraba..." (1451). Esta ceremoniosa y patética actuación se inspira evidentemente en la de la "condesa" Trifaldi,26 pero, a diferencia de ésta, que es una teatralización consciente, la de doña Rodríguez y su hija no lo es en absoluto, desde su perspectiva, pues es expresión fiel de una angustia real: ¡teatro conscientemente engañoso inspirador de un inconsciente teatro sincero! Baste esta observación como sugerencia de una muy compleja teatralización, a menudo típicamente pirandelliana, que envuelve todos los episodios del palacio ducal.27 De todos modos, ¿percibiría Don Quijote la diferencia crucial entre la actuación de doña Rodríguez y la de la "condesa" Trifaldi? Durante la teatral aparición de ésta, se mantiene en actitud extrañamente pasiva, ¿divertida, burlona?: "Yo me pelaría las mías [barbas] en tierra de moros, si no remediase las vuestras", etc., (1407). En cambio, al fin acude con enérgico fervor en defensa de doña Rodríguez y su hija, después de vencer sus prejuicios heredados respeto a las "dueñas", es decir, después de deslindar en su mente los atributos negativos de aquéllas como grupo, posiblemente justificados en la realidad,28 de la condición de una "dueña" particular, víctima inocente de una maldad ajena, necesitada de protección humanitaria. A las reflexiones íntimas sobre estas diferencias que, claro está, incluyen la consideración de una posible nueva burla dueñesca y también la duda respecto a la culpabilidad o indiscreción de la joven ("Le hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorado", 1452), se debería la vacilación inicial que algunos lectores perciben por momentos en Don Quijote.29 Nos parece muy desacertado decir que "este episodio ofrece la particularidad" de que "Don Quijote consigue un bien sin hacer nada".30 Escribe a Sancho: "un negocio se me ha ofrecido, que creo que me ha de poner en desgracia destos señores; pero aunque se me da mucho, no se me da nada, pues, en fin, tengo de cumplir antes con mi profesión que 26 Lo ha sugerido ya Casalduero {Sentido y forma del Quijote, 326), y lo han elaborado Murillo (A Critical Introduction to Don Quijote, 211-215) y Marianella (Dueñas and doncellas), entre otros. 27 Consideraciones interesantes sobre lo teatral de estos episodios del palacio ducal en Casalduero (Sentido y forma del Quijote, 327 y sigs.); Márquez Villanueva ("Locura emblemática en la Segunda Parte del Quijote", 97 y sigs.); Murillo (A Critical introduction to Don Quijote, 211-215); Syverston-Stork (Theatrical Aspects of the Novel: A Study of Don Quixote); Combet: "Le Quichotte n'est qu'un vaste théâtre" (Cervantes ou les incertitudes du désir, 420). Sin embargo, este problema invita a nuevas, más intensas consideraciones: burlas que se tornan veras; la improvisación y lo imprevisto como subversión, consciente e inconsciente, del "guión" establecido; relación fluctuante entre "autores" y "actores" intercambios de sus partes; el pirandellismo avant la lettre de los personajes; la realidad como ficción teatral y ésta como realidad, ambigüedad esencial de ambas..., son sólo algunos de los aspectos teatrales que llaman la atención y que son dignos de una consideración muy atenta y detenida. Sobre Pirandello, Niebla y Don Quijote ver Rosales, Cervantes y la libertad, II. 28 Vre T. Hanrahan, La mujer en la novela picaresca española, Madrid, 1967, 59. 29 Murillo, A Critical Introduction to Don Quijote, 215. No podemos coincidir con este critico en la opinión de que el duque "doesn't help her [a doña Rodríguez] because she is unpleasant" (214). ¿Cómo se compagina esta opinion con la observación de que los duques demuestran "a refined perversity to amuse themselves..., by subjecting their guests to subtle, cruel humiliation, taking pleasure even in their own condenscension" (178)? 30 Gaos, ed. de Don Quijote, II, 781. 39 con su gusto" (1449). Dispuesto a aceptar cualquier consecuencia, posiblemente muy seria, desagradable, a provocar un conflicto con el duque, a hacer cualquier sacrificio personal, Don Quijote ofrece su ayuda a dos seres gravemente lastimados, por completo inermes, porque esto se lo exige el deber de su misión caballeresca, la convicción de "llevar la razón de su parte", como observa Sancho (1465), y, sobre todo, porque su bondadoso, generoso corazón no le permite alternativa alguna.31 Comprendida así la intención de Don Quijote en este episodio, la apreciamos como una gloriosa afirmación del más noble idealismo, sin poder desvirtuarse esto por el imprevisto pacífico desenlace del duelo y mucho menos por la intención sólo burlesca del duque y sus cortesanos en todo este asunto.32 Un "bien" que se deriva de la intervención de Don Quijote es que se desenmascara, frente a todos, la hipocresía traicionera, el rencor vengativo y, de hecho, la mentira radical de la nobleza del duque, que no puede ser tal en absoluto sin la nobleza del alma. Se desenmascara también su peculiar afición a la literatura, que es una mera apetencia de lo frivolo y sensacional, con menosprecio ignorante o hasta con repudio por completo consciente de la significativa sustancia estética y ética. Observa muy agudamente Bell que "the Dulces seek to humiliate", Don Quijote, "and oppose him also as a fictional creation", pues reconocen en él "the danger that works of the imagination constitute for the settled order of society",33 es decir, de ese orden social particular. Es de acuerdo con estas consideraciones que comprendemos, tanto en el aspecto ético como estético, la carnavalización en estos episodios del Quijote. Los duques no invitan a Don Quijote a su palacio "para que él se encuentre a gusto en un mundo que corresponde a su locura", para "hacerle vivir ... unos días la comedia de la felicidad"34 - aunque por momentos de veras se siente "a gusto" allí -sino con el único propósito de burlarse de un "loco", según ellos mismos lo estiman, inconsciente de serlo, totalmente indefenso. Gratifican así sus perversas tendencias y apetencias personales, que practican también en su vida diaria, y no - como sería imprescindible en toda auténtica carnavalización, según nosotros - un lícito deseo de diversión y una urgente necesidad de libre desahogo, de purgación y regeneración del espíritu por medio del juego carnavalesco. Estos señores escenifican un carnaval de la crueldad, de su propia crueldad, ingénita y cultivada; las máscaras que se ponen no sólo no disfrazan esta realidad sino que la resaltan en toda su repulsividad. Don Quijote, víctima de esta carnavalización, logra, consciente o inconscientemente, desenmascarar a sus burladores, quienes quedan así carnavalizados, de un modo absolutamente imprevisto por ellos, en su maldad y tontería.35 Evidentemente, esta concepción cervantina del carnaval se revela con facetas e implicaciones ingeniosas, originales, todavía no bien percibidas ni estudiadas.36 31 Obsérvese el detalle, significativo para nuestra tesis de la "misión" de Don Quijote en la Segunda Parte, de que antes de este duelo Don Quijote se encomienda a Dios y después a Dulcinea (1465), en contraste con los incidentes de la Primera Parte (1057). 32 En varias ocasiones en el texto se exaltan las "burlas" como "propias y discretas", etc. (1392), lo que representa ora el punto de vista implícito de los burladores, ora el de Cide Hamete Benengeli, distinguible del de Cervantes. Esta última posibilidad la acentúa repetidamente también Torrente Ballester en su Don Quijote como juego. 33 Bell, "The Structure of Don Quixote", 254-255. Esto conduce a algunas consideraciones interesantes sobre "la literatura y la vida" en Dueñas and Doncellas de Marianella. 34 Togeby, La estructura del Quijote, 106; Rosales, Cervantes y la libertad, II, 237. 35 Van Dorn: "He was acting and they were acting, but they did not know the part to its depth. He knew it as deep as the mind and the soul can go" (Don Quixote's Profession, 65). 40 Harto del frivolo y ocioso ambiente del palacio ducal, y pareciéndole que "había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella ociosidad y encerramiento" (1467) - por implicación lógica también habrían de dar cuenta, aún más "estrecha", de su constante, yerma ociosidad, los duques Don Quijote se despide de sus anfitriones y, viéndose en la "campaña rasa", le pareció que "los espíritus se le renovaban..." Con incontenible desahogo anímico exalta la "libertad" que es "uno de los más precioso dones que a los hombres dieron los cielos". En el palacio, le "parecía" que "estaba metido entre las estrechezas de la hambre" y del espíritu (1468). En el momento de despedirse, de seguro repasando en su mente todas sus experiencias en el palacio, el modo de ser y la conducta de los duques, incluyendo el peculiar "regalo" con que éstos lo trataron allí, Don Quijote dirige al duque estas últimas, tan significativas reveladoras y reprobadoras palabras: "suplico me tenga en mejor opinión" (1468).37 Por ser quienes son, estos señores no lo han comprendido, no lo comprenderían jamás. A ellos se dirige, quizás, principalmente la pregunta de Sancho: "¿Es posible que haya en el mundo personas que se atrevan a decir y a jurar que este mi señor es loco?" (1473).38 Aunque se concluya que los enfrentamientos de Don Quijote con sus burladores, los duques, no ocurren en el sentido sugerido en este estudio, es decir, con comprensión clara de las burlas por parte de aquél y con su consciente propósito de frustrar algunas de ellas, desenmascarando el carácter cruel y frivolo de sus burladores, éste queda de todos modos revelado por la sutil articulación novelística de las burlas y sus motivaciones. Además, a través de todos estos episodios resuena la voz del autor, unida a la de Don Quijote, de modo muy vigoroso, memorable: más "locos" son los que de "locos" quieren burlarse; "poca gloria le redunda a uno en engañar a quien de él se fía" (830); y, sobre todo, "no son burlas las que duelen ni hay pasatiempos que valgan si son con daños de tercero" (1485). También se diagnostica de modo preciso la causa de todos estos "males" de esta frivola y necia sociedad cortesana: "nace[n] de ociosidad", y se sugiere un "remedio" muy eficaz para curarla: "una ocupación honesta y continua" (1513). La validez de estos juicios discretos, éticos, para todas las situaciones consideradas, resulta evidente para el lector atento, con independencia de su interpretación, que pudiera ser muy distinta de la nuestra, acerca de la locura quijotesca. Bibliografía Arbó, S.J.: Cervantes, Barcelona, 1945. 36 Estudios útiles sobre este problema: Durán, "El Quijote a través del prisma de M. Bakhtine: carnaval, disfraces, escatología y locura"; Márquez Villanueva, "La locura emblemática en la segunda parte del Quijote". 37 Don Quijote se sobrepone también a Altisidora, hiriéndola con la misma arma a que ella recurrió con la intención de burlarse de él. Al fin, no es la actriz sino la mujer herida en su vanidad la que se indigna al verse rechazada: "Vive el Señor, don bacallao ... ¿Pensáis por ventura ... que yo me he muerto por vos? ... que no soy yo mujer que..." (1512). "¡La commedia é finita!" Están cargadas de traviesa malicia las atrevidas referencias de Don Quijote a los "amores de levante ... que llegan presto al poniente", en relaciones con mujeres "libres" y "ociosas" como Altisidora (1428). ¡Taz a taz! Murillo hace algunas observaciones muy interesantes sobre los complejos eróticos de Altisidora (A Critical Introduction lo Don Quijote, 208-211). 38 Van Dorn: "The two noble hosts ... lost in our estimation" (Don Quixote's Profession, 64). Murillo, entre varios otros críticos importantes, acentúa bien "Don Quijote's moral superiority over his host" (A Critical Introduction to Don Quijote, 226). Sancho también revela su conciencia de las "burlas" en la Insula Barataría: "No son estas burlas para dos veces"; y, a la postre, su superioridad moral frente a sus mezquinos burladores: "y déjenme pasar, que se me hace tarde" (1457). 41 Bell, M.: "The Structure of Don Quixote", Essays in Criticism, 1968, 241-257. Canavaggio, J.: "Las bufonadas palaciegas de Sancho Panza", Cervantes. Estudios en la víspera de su centenario, Kassel, Reichenberger, 1994, 237-258. Casalduero, J.: Sentido y forma del Quijote, Madrid, 1949. Close, A.: "Cervantes' Arte Nuevo de Hazer Fábulas Cómicas en este tiempo", CER, 1982, 3-22. Combet, L.: Cervantès ou les incertitudes de désir. Une approche psychostructurale de les oeuvres de Cervantès, Presses Universitaires de Lyon, 1980. Croce, B.: España en la vida italiana del Renacimiento, Madrid, 1925. Durán, M.: "El Quijote a través del prisma de M. Bakhtine", Cervantes and the Renaissance, Juan de la Cuesta, 1980, 71-86. 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