VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 285 Alfredo Saldaña DOI: 10.4312/vh.25.1.285-307 Universidad de Zaragoza El lugar de la literatura en el escenario posnacional Palabras clave: literatura universal, teoría de la literatura, posnacionalismo Desde los albores de la modernidad y al menos en Occidente, es un hecho comprobado que los proyectos nacionalistas se han sostenido con frecuencia y en gran medida sobre categorías culturales, entre las que la lengua y la li- teratura ocupan lugares destacados. A menudo, la lengua y la literatura han dejado de ser herramientas con las que explorar el mundo, al margen de todo tipo de fronteras y divisiones, para convertirse en elementos de afirmación na- cionalista. Así, nacionalismo, nación, Estado nacional, nacionalidad, identidad nacional, cuestión nacional y singularidad lingüística y cultural son conceptos de acuñación específicamente europea que han recorrido senderos paralelos desde las décadas finales del siglo XVIII, momento seminal de la modernidad en el que se sientan las bases políticas, culturales y estéticas de lo que poste- riormente conoceremos con el nombre de romanticismo. La historia de la literatura —entendida durante siglos en Occidente como una única experiencia compartida— fue troceándose en función de las diferentes lenguas y nacionalidades (un hecho que de manera paradójica influyó en el surgimiento de la literatura comparada, una disciplina que —como es sabi- do— trabaja sobre un complejo escenario generado por la posibilidad, de di- mensiones prácticamente inabordables, es decir, sobre una red abierta y tejida a partir de las relaciones posibles entre todos los textos de la Weltliteratur). Y todo ello a pesar de las críticas que la idea de nacionalidad generó en autores como Schopenhauer y de las encendidas defensas que de la literatura entendi- da como un fenómeno universal hicieron algunas voces autorizadas a lo largo del siglo XIX: en un primer momento, Goethe en su tantas veces citada con- versación con Eckermann del 31 de enero de 1827, en la que afirmaba: Verba_hispanica_FINAL.indd 285 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 286 a mí me gusta enterarme de lo que pasa en otras naciones, y les aconsejo a todos que hagan lo mismo. La literatura nacional no significa hoy gran cosa; la época de la literatura universal está comenzando, y todos debemos contribuir a apresurar el advenimiento de esa época (Goethe, 1987, t. II: 1144), y donde tomaba partido por el reconocimiento y estudio de la poesía como un patrimonio común y universal, y después Marx y Engels en El Manifiesto Comunista: Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal (Marx y Engels, 1987: 46). Hoy, desde nuestra perspectiva, no sabemos si las palabras de Goethe, Marx y Engels a favor de una Weltliteratur fueron resultado de una convicción, un deseo, una broma o un defecto de miopía histórica; en todo caso, no nos debe extrañar que ideas como esas no cuajasen en un siglo tan acusadamente nacio- nalista como el XIX, más aún tratándose de conjeturas defendidas por autores —sobre todo en los casos de Marx y Engels— sospechosos de atentar contra las esencias y los principios nacionalistas (¿deberíamos mencionar que La In- ternacional sigue siendo el himno de los partidos socialistas y comunistas?, algo que a muchos dirigentes de esas organizaciones no les gusta recordar). En El Manifiesto Comunista se lee: «A los comunistas se nos reprocha también el querer abolir la patria, la nacionalidad» (Marx y Engels, 1987: 62). Así pues, sin ser propiamente teóricos del nacionalismo, Marx y Engels defienden — junto a anarquistas, socialistas utópicos e ilustrados universalistas— posiciones enfrentadas a la ideología básica del nacionalismo cultural: la nación no debe entenderse como una realidad natural cuya aspiración sea convertirse en un Estado, en todo caso, que no se asienta sobre bases étnicas, religiosas o cultu- rales sino sobre relaciones económicas y de producción. Al margen de lo que pueda significar cualquier texto literario, la literatura se articula siempre como un fenómeno de carácter comunicativo, una acti- vidad que surge en un determinado sistema socio-cultural, en cuya defini- ción y construcción participa activamente, y, en este sentido, algunos modelos teóricos desarrollados en estas últimas décadas (pienso en la Semiótica de la Cultura de Iuri M. Lotman, en los Cultural Studies, en Pierre Bourdieu y sus Verba_hispanica_FINAL.indd 286 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 287 conceptos del habitus y del champ littéraire, en el New Historicism, en la Teoría Empírica de la Literatura de Siegfried J. Schmidt, en Itamar Even-Zohar y la Teoría de los Polisistemas, especialmente indicada para aquellos lugares donde conviven distintos sistemas lingüísticos y literarios) han estudiado la literatura sin la rigidez de las viejas disciplinas académicas, vinculadas con frecuencia a los avatares políticos, económicos y culturales del Estado nacional (preci- samente, a la crisis de ese modelo político y administrativo que es el Estado nacional le ha seguido otra crisis de los estudios literarios y de las ciencias culturales más acusadamente nacionalistas). Interdisciplinarios para unos, an- tidisciplinarios para otros, muchos de esos modelos teóricos podrían calificar- se —en sintonía con nuestra época, la posmodernidad— de posdisciplinarios y han abordado el análisis y la crítica de la literatura fundamentalmente como medio de comunicación e institución social, centrándose sobre todo en las condiciones de producción, circulación, recepción y canonización de los fenó- menos literarios, al margen de fronteras lingüísticas y nacionales, con lo cual el concepto de «literatura nacional» —que trabaja sobre un modelo explicativo basado en la lengua y la nación— se ve sensiblemente cuestionado. En palabras de Fredric Jameson (1991: 43): «la posliteratura del mundo tardocapitalista no refleja únicamente la ausencia de un gran proyecto colectivo, sino también la cabal inexistencia de la vieja lengua nacional». En la actual era posnacional (Said, 1996; Hardt y Negri, 2000; Habermas, 2000), y a pesar de que las decisiones que se adoptan en los diferentes foros y organismos supranacionales son cada vez más relevantes para las vidas de los ciudadanos, todos los Estados del planeta siguen siendo oficialmente naciones y casi todos los movimientos de liberación se presentan como movimientos de «liberación nacional»; por otra parte, habría que recordar los constantes esfuerzos de casi toda la clase política de nuestro tiempo por entrelazar las ideas de nación, lengua y cultura y por conferir a la nación histórica el estatus de creación natural, la categoría de algo casi sagrado (esto se aprecia con par- ticular intensidad en algunos países europeos con el preocupante avance de organizaciones populistas de extrema derecha). En estas circunstancias, más que como una mera corriente ideológica, el pos- nacionalismo emerge como una nueva sensibilidad orientada a dar respuestas a procesos sociales, políticos y culturales abiertos en plena posmodernidad y que ya no pueden resolverse desde una perspectiva únicamente nacionalista (Saldaña, 1997; 2004). En la era posnacional, los textos literarios no han deja- do de escenificar agudas tensiones dialécticas entre lo universal y lo particular, Verba_hispanica_FINAL.indd 287 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 288 lo propio y lo ajeno, lo uno y lo diverso, por utilizar el conocidísimo sintagma acuñado por C. Guillén, y en la representación de esas tensiones la categoría conceptual de nación ha desempeñado con frecuencia un papel relevante al tiempo que ha experimentado continuas crisis. Vaticinado por algunos profe- tas «The End of History» —la conocida expresión, difundida por F. Fukuyama a comienzos de los noventa, está tomada del ensayo de D. Bell The end of ideolo- gy. On the exhaustion of political ideas in the fifties, publicado en 1960—, percibida la inmensidad de ese vacío ontológico que parece arrasarlo todo, la condición posmoderna (Lyotard) no puede ser ya para muchos sino una señal poshistó- rica, posideológica, poscolonial y posmetafísica, aviso en todo caso de una pérdida, síntoma de un nuevo orden político que Habermas (2000) denomina «constelación posnacional» y Hardt y Negri (2000) «imperio», inédita versión global de poder, soberanía y dominación que se distingue del imperialismo colonial de la modernidad en que carece de un centro localizado y de unos límites territoriales claramente definidos, y en ese escenario (inter/pos/trans) nacional la literatura ha recuperado gran parte de la libertad que fundamentos nacionalistas le habían arrebatado en el pasado. No hay lengua que sea producto pura y exclusivamente nacional y la equipa- ración entre nacionalidad y lengua —dada la asimetría que suele gobernar las relaciones entre ambos conceptos— con frecuencia no se sostiene, como sucede cuando encontramos distintos Estados que comparten la misma lengua pero no la misma identidad nacional (por ejemplo, la comunidad de países hispa- noamericanos, los países miembros de la Commonwealth, los dos Estados alema- nes durante el período en que Alemania estuvo dividida) o, el caso contrario, cuando hallamos un único Estado nacional con varias lenguas (España, Canadá, por ejemplo, pero también India, con dieciocho lenguas registradas, Costa de Marfil, donde se hablan más de ochenta, o Nigeria, donde hay atestiguadas alrededor de cuatrocientas). Un Estado puede tratar de homogeneizar lingüís- ticamente su territorio pero la realidad a menudo no se deja domesticar tan fá- cilmente. En fin, ¿qué hacer con Estados —Suiza, Bélgica, Luxemburgo— que carecen de una lengua propia?, ¿o con Estados como Finlandia, con dos lenguas (finés y sueco) oficiales?, ¿debemos hablar de una literatura de Barbados, ke- niata, sudafricana o neozelandesa si los escritores de esos Estados utilizan el inglés como lengua de expresión?, ¿cabe hablar de una literatura nacional suiza, austríaca o canadiense?, Estados cuyos escritores se sirven de lenguas asocia- das a otros países: francés, alemán, italiano, inglés, ¿o hay que hablar de países donde se dan varias literaturas nacionales?; autores como Juan Larrea, Samuel Beckett, Emil Cioran o Amin Maalouf, nacidos, respectivamente, en España, Verba_hispanica_FINAL.indd 288 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 289 Irlanda, Rumanía y Líbano, han escrito buena parte de sus obras en francés: ¿a qué tradición literaria nacional debemos adscribirlos?, ¿qué hacer con aquellos autores que se han servido de varias lenguas?, ¿en qué tradiciones literarias de- ben integrarse aquellos escritores que se han visto forzados al exilio?, exilio que viene acompañado muchas veces de un obligado cambio de lengua. En fin, preguntas y situaciones que remiten a realidades literarias que son más frecuentes de lo que sin duda algunos piensan y a las que se está tratando de responder desde el más reciente comparatismo literario. Y habría que añadir que este poliglotismo, multilingüismo o babelismo —que se percibe a menu- do como una considerable amenaza política a la identidad nacional— es no solo una cualidad de la vida cotidiana de las lenguas (en la Península Ibérica se trata de una realidad conocida desde la Antigüedad) sino también, como han señalado T. Blesa (1998: 171-190) y L. Romero Tobar (2006: 37-51), un rasgo que ha acompañado a la literatura a lo largo de su historia. Petronio en la antigüedad clásica, el trovador provenzal Raimbaut de Vaqueiras, Guillermo de Aquitania y Alfonso X el Sabio en la Edad Media, Garcilaso, fray Luis de León, Aldana, Lope de Vega o Góngora en los siglos XVI y XVII y, ya más recientemente, Ezra Pound (The Cantos), T. S. Eliot (The Waste Land), James Joyce (Finnegans Wake), García Lorca, Borges, Gil de Biedma y Leopoldo Ma- ría Panero son solo algunos autores marcados por el multilingüismo, autores que no se dejan atrapar —por lo menos no del todo— desde la limitada pers- pectiva que ofrece una historia nacionalista de la literatura vinculada a una lengua determinada, autores que confirman el carácter extraordinariamente restrictivo del concepto de «literatura nacional», tan extendido en la investiga- ción literaria (y habría que recordar que esta es también una característica de la mayor parte de las sociedades contemporáneas, fundadas sobre la diversidad étnica, lingüística y cultural). Como sucede con cualquier otro sistema político, aunque no siempre actúe con los mismos efectos devastadores, entre los objetivos del nacionalismo se encuentra la destrucción o, al menos, el debilitamiento de otros proyectos de identidad: «La identidad nacional expresada en lenguas nacionales, literaturas nacionales e historia nacional sirvió durante mucho tiempo como carga explo- siva» (Habermas, 2008: 50); en la práctica cultural, mientras que la literatura es, por encima de todo, un punto de encuentro de ideas y sensibilidades que traspasan todas las barreras (nacionales, religiosas, lingüísticas), el nacionalis- mo, según Eric Hobsbawm (1998: 270), se presenta como el «ejemplo clásico de una cultura de la identidad que está anclada en el pasado por medio de Verba_hispanica_FINAL.indd 289 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 290 mitos disfrazados de historia», el paradigma que ve en la cultura y la identidad propias las razones de su existencia, unas razones que le pueden llevar a la eliminación del otro, cuya mera visibilidad se percibe ya como una amenaza; en palabras de Edward W. Said (1996: 412): «Todas las culturas nacionalistas dependen en gran medida del concepto de identidad nacional, y la política nacionalista es una política de identidad»; y la misma idea de nación entendi- da como algo natural no deja de ser un mito fomentado en gran medida por los fantasmas del nacionalismo que habría que rechazar dado que los Estados nacionales no responden a la homogeneidad que puedan presentar los grupos étnicos, religiosos, lingüísticos o culturales. La búsqueda de eso que podría denominarse «autenticidad o singularidad nacional» se convierte de este modo en una falacia y las culturas nacionales, en todo caso, se presentan como esce- narios muchas veces superpuestos, entremezclados. Julia Kristeva (1993), en la línea de Hobsbawm, defiende que la nación es un espacio de identificación —aunque también de confrontación— que debe dibujarse constantemente de- bido a los continuos cambios históricos (¿qué tiene que ver, por ejemplo, la España de mediados del siglo pasado —una nación replegada sobre sí misma, autárquica en lo político y cultural, configurada en torno a valores e ideales fuertemente autóctonos— con la España actual, esa nación de naciones que, por otro lado, forma parte de un proyecto político y económico paneuropeo?). Desde esta perspectiva, el concepto de «literatura nacional» no es en el fondo otra cosa que un mito sostenido con frecuencia sobre bases legendarias, esto es, irreales, imaginarias, cuya historia se remonta a menudo a unos orígenes de «hondas raíces invisibles» (Guillén, 1989: 306) y funciona como un marco institucional y expresivo que acoge una lengua, unos temas, unos personajes y unas sensibilidades que sin embargo forman parte de un complejo patrimonio colectivo y compartido por diversas tradiciones y culturas. Por otro lado, hay en todo este razonamiento una contradicción difícilmente superable entre la acción natural y la realización política o social, entre la con- sideración mítica y la interpretación histórica dado que, como señala Haber- mas (2000: 22), «si la nación se imagina como un producto de la naturaleza, el proyecto nacional de la unificación pierde el carácter constructivo de realiza- ción de una nación moderna de ciudadanos»; cabrían entonces, al menos, dos alternativas: aceptar que la nación responde, en efecto, a un orden natural, casi sagrado, contra el que no cabe rebelarse, o pensar que —dado que precisamen- te eso se ha presentado así— es necesario recuperar el protagonismo cívico y ciudadano y ajustar esa «construcción natural» a los objetivos e intereses del ser humano, y ello desde el convencimiento de que tanto la nación como la Verba_hispanica_FINAL.indd 290 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 291 lengua no son realidades naturales sino culturales. Ninguna literatura nacional está cerrada ni puede explicarse por sí misma, de ahí la enorme importancia que han tenido las investigaciones de fuentes e influencias en los estudios lite- rarios, tanto para el desarrollo de una disciplina como la literatura comparada como para el estudio de la literatura como un sistema morfodinámico en el que cada obra se ubica y define en relación con las demás, planteando una in- tertextualidad dialéctica, entendida como tela de encuentros y desencuentros entre experiencias literarias distintas. Para una crítica nacionalista, los clásicos literarios son antes que nada expo- nentes de su particular Volksgeist, textos que deben venerarse como objetos de culto antes que analizarse como obras de arte susceptibles de ser abordadas mediante procesos hermenéuticos. Así, los comentarios de Francisco Sán- chez de las Brozas a la poesía de Garcilaso —en los que el Brocense señala las fuentes y las citas textuales tomadas por el poeta toledano de autores latinos de la antigüedad clásica— podrían considerarse como un estudio intertextual avant la lettre con la salvedad de que en el siglo XVI toda la literatura conoci- da —al margen de la lengua en la que hubiera sido escrita— era considerada un patrimonio común y universal; por su parte, Fernando de Herrera, en las anotaciones a las obras de Garcilaso, elogió su maestría en el uso de la égloga y lo equiparó con los mejores poetas italianos de aquel momento, un gesto que viene a recordarnos que el escenario nacional se presenta a todas luces irrelevante, por insuficiente. En ese sentido se ha afirmado que la literatura es tradición o no es nada, textos en determinados contextos, lenguaje desplegado sobre el manto de la historia, y también que el escritor, como todo artista, se nutre en primer lugar del mismo arte que practica, un arte que, en el caso de la literatura, no conoce fronteras nacionales, espaciales o lingüísticas. El lector debe ser consciente de esa realidad, que no solo atañe a los escritores: también quien lee se introduce en un complejo y potencialmente ilimitado mundo de referencias culturales. El escritor —Borges lo sabía muy bien— habla de un proceso fascinante en el que todo se confunde y se repite aunque, al mismo tiempo, todo sucede por primera vez en cada ocasión. Ese círculo se cierra en- tre el estreno permanente y la persistente repetición de lo ya dicho, nos intro- duce en un espacio imaginado donde cada texto limita consigo mismo pero al mismo tiempo no deja de proyectarse en los demás. Tradición y originalidad: repetición y diferencia. Estas consideraciones deberían servir para recordarnos que la literatura es siempre resultado de conflictos, tensiones y enfrentamientos de distintos Verba_hispanica_FINAL.indd 291 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 292 tipos; además de unos valores estéticos y unos componentes imaginarios, la literatura desarrolla unas determinadas funciones como discurso social: sirve —mucho más que para dotar de cohesión a una comunidad— para abrir frac- turas en los cimientos sobre los que se asienta esa misma comunidad, fomenta unidad y proporciona señas de identidad a un cierto colectivo, sí, pero sobre todo es un lugar idóneo para practicar la crítica de todos los valores y modelos que regulan la vida social de ese mismo conjunto; de este modo, la noción de literatura nacional (española, eslovena, italiana, alemana, francesa, etc.) no debería entenderse nunca como un concepto natural, ligado a la evolución sociológica e histórica de un determinado país, sino como una construcción cultural en la que los dos miembros del sintagma —el sustantivo y el adjetivo gentilicio— han ido adquiriendo distintos valores y sentidos con el paso del tiempo. De este modo, con un aparato crítico proporcionado en gran medida por la teoría de los polisistemas, a la luz de las afinidades que se producen entre dis- tintos sistemas culturales, lingüísticos y literarios, José Lambert (1992; 1999; 2006) ha desarrollado una consistente crítica del paradigma nacional(ista) de historia literaria y, así, propone hablar de literatura en Francia, en España, en Eslovenia, en Alemania, en lugar de literatura francesa, española, eslovena, alemana, con lo cual se conseguiría demostrar que las relaciones entre las lite- raturas y las estructuras socio-políticas no son naturales ni corrientes sino que responden a determinados mecanismos que deben ser analizados. La crítica historiográfica planteada por Lambert parte del reconocimiento de una tra- dicional falta de sintonía entre la teoría y la historia literarias, dos disciplinas que a menudo han vivido dándose la espalda una a otra; en opinión del crítico belga, la historia literaria no ha sabido o querido asumir algunas de las con- quistas de la teoría literaria (por ejemplo, el reconocimiento de la cohesión identitaria desarrollada por la literatura, el aprovechamiento de las relaciones que la tradición literaria mantiene con otros sistemas sociales y culturales, la interpretación de la práctica literaria como resultado de fenómenos crecientes de pluralismo cultural e internacionalización). En unas sociedades tan mul- ticulturales como muchas de las contemporáneas, atravesadas por una consi- derable variedad de etnias, lenguas y creencias simbólicas, espirituales y reli- giosas, reconstruir históricamente cualquier literatura nacional ha de hacerse a partir de categorías como la extranjeridad y el exilio, el multilingüismo y la diversidad cultural, la desposesión y la errancia, la diferencia y la otredad. La misma historia de la denominada «literatura española contemporánea», es un tópico recordarlo, no se entiende sin la contribución de la literatura del exilio Verba_hispanica_FINAL.indd 292 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 293 provocado a partir de la guerra civil, y otro tanto podría decirse de la cultura en general, tal como Vicente Llorens (1967) reivindicó hace ya tiempo. Desde ciertos sectores de la teoría de la historia literaria y la historia com- parada de la literatura se ha apostado en estas últimas décadas por un nuevo concepto de «historia literaria» atento a las relaciones que se dan entre las diferentes literaturas, marcadamente crítico, ideológico y estético: «literary history is always a potential field of tensions within a given ideological si- tuation» (Ljung, 2006: 40), un concepto disciplinario que —como muestran algunos trabajos recientes (Hutcheon y Valdés, 2002; AA. VV., 2006)— afronta el estudio de la literatura sobre un escenario posnacional, y ello en un mundo en el que las coordenadas antropológicas de tiempo y espacio han sido dina- mitadas debido a la irrupción del ciberespacio, ese espacio-tiempo virtual de alcance global y surgimiento instantáneo; así entendida, esa historia literaria trabaja al margen de las categorías de nación y lengua, desde una perspectiva global, transcultural, y por estudios literarios transculturales deberíamos en- tender aquellos que «transcend the borders of a single culture in their choice of topic» (Pettersson, 2006: 1). Así, la literatura —y las disciplinas científicas que se ocupan de su estudio— constituyen escenarios adecuados para la cons- trucción del debate del posnacionalismo; entre sus contenidos se encuentran temas, motivos, símbolos e ideas que nutren los procesos de negociación polí- tica, cultural e identitaria que rigen el incierto devenir de la posmodernidad (Castany, 2007), y el referente de esa literatura posnacional se encuentra ya, más allá de la nación, en el mundo. C. Guillén (1995) recuerda el hecho de que algunos escritores significativos de nuestro tiempo, por diferentes causas, no han dejado de alejarse de sus oríge- nes y, al calor de cambios permanentes de lugar, se han volcado en la explora- ción del desarraigo y la soledad; apuestan de este modo por el vaciado de todo signo identitario, que tiende a verse no tanto como una marca peculiar de la casa sino como un lastre que resta vuelo a la propia práctica literaria. Un caso representativo de esta propuesta —quizás el caso por antonomasia— lo encon- tramos en Rimbaud, quien en un momento dado abandona su país, el contexto cultural y social en el que se había formado e incluso la propia escritura y parte en pos del silencio y la libertad, como previamente habían hecho el abate Di- nouart y Joseph Joubert (estos sin alejarse de la tierra que les vio nacer), otros raros escritores sin escritos que exploraron el arte de callar y las fuentes del silencio. Se materializa de este modo un exilio exterior que otros (Antero de Quental, F. Pessoa, V. Holan) experimentaron de una forma interior. Si esto Verba_hispanica_FINAL.indd 293 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 294 es así, no debería extrañarnos que escritores como J. Goytisolo, Julián Ríos o L. M.ª Panero (por citar solo tres casos significativos de la literatura española contemporánea), al incorporar distintas lenguas a sus obras, se fijen como un objetivo principal potenciar el extrañamiento al tiempo que, de paso, cuestionan las ideas y esencias de más rancio abolengo nacionalista. Como es sabido, desde una concepción idealista se tiende a situar en un mismo plano lengua y litera- tura y, de este modo, la historiografía literaria tradicionalmente ha trabajado tomando como modelo una única lengua, y ahí se encuentra una de las razones, según P. Aullón de Haro (2008: 20), por la cual «se escamotea el hecho palpa- ble, que repugna a la ideología nacionalista, de que la unidad literaria no es de lengua sino de cultura, y que esta unidad de cultura consiguientemente puede ser detentada por una, varias o muchas lenguas». Aunque es un hecho que algu- nos nacionalismos culturales han podido dar más importancia a factores étni- cos, culturales, políticos, éticos o religiosos, es conocido el uso que la ideología nacionalista ha hecho del mito de la lengua entendida como factor de unidad y cohesión, garantía y expresión de la singularidad nacional, y ello a pesar de que ninguna colectividad, grupo social o Estado es del todo monolingüe y todas las sociedades son —como ya advirtiera Bajtín— heteroglósicas, reflejan una situación más o menos intensa de mestizaje lingüístico, hecho que atenta con- tra una de las bases más sólidas de la doctrina retórica tradicional, la puritas, la homogeneidad y uniformidad de la expresión. En este sentido, Romero Tobar (2006: 39) se refiere a una «continuidad de la tradición multilingüística» para explicar la evolución histórica de la literatura española, una literatura sobre la que alguien tan poco sospechoso de heterodoxia y sentimiento apátrida como fue Menéndez Pelayo, ¡y en 1941!, señalara la imposibilidad de vincularla a ninguna clase de espíritu nacional (quizás debido a la ausencia de ese espíritu, el franquismo se vio en la necesidad de incluir una asignatura obligatoria en el bachillerato titulada precisamente FEN, Formación del espíritu nacional). Por otra parte, muchos acontecimientos y fenómenos del mundo contemporá- neo (incluso aquellos que parecen afectar tan solo a una única nación) deman- dan ser analizados desde la perspectiva de la denominada «globalización», un término utilizado con frecuencia para describir procesos fundamentalmente económicos surgidos en la posmodernidad pero dotado de una ambigüedad semántica considerable dado el uso recurrente que se hace de él en la política, las (más o menos) nuevas tecnologías de la información y la comunicación, las relaciones sociales, las prácticas culturales, etc. Al igual que la historia del mundo contemporáneo tendrá que redactarse como el relato de un escena- rio que conoce los efectos de la mundialización (entre los que se encuentran Verba_hispanica_FINAL.indd 294 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 295 la supresión de fronteras pero también la diáspora, el exilio y la desterrito- rialización), y dado además que la nación no puede considerarse en ningún caso como una construcción social primaria e invariable, la literatura habrá de valorarse —como querían los comparatistas del primer momento— como un fenómeno radicalmente supranacional puesto que el escenario nacional se presenta insuficiente y engañoso: «la literatura nacional es una institución […], desde un punto de vista histórico-literario, no ya insuficiente […] sino espuria y fraudulenta. Las raíces de la imaginación poética se hunden en la lengua y en la vida, no en las naciones y las razas» (Guillén, 1989: 235), y ahí —en el intento de superación de esa alicorta perspectiva nacionalista— se encuentra uno de los grandes retos de la historiografía literaria contemporánea. El internacionalismo heredado de la modernidad (presente ya en los progra- mas filosóficos, políticos y estéticos del primer romanticismo alemán) ha dado paso a una sociedad mundializada en la que la globalización, con frecuencia, no es tanto un valor del que debamos sentirnos orgullosos como un hecho contra el que habría que rebelarse, en la medida en que supone homogeneización y anulación de unas diferencias no tanto económicas como culturales. Así, la alternativa, como señala Bourdieu (2001: 90), «no está entre la globalización entendida como la sumisión a las leyes del comercio, […] y la defensa de las culturas nacionales o una forma determinada de nacionalismo cultural», sino que pasa por una internacional literaria ubicada en un lugar no marcado, «cuyo centro está en todas partes y en ningún sitio» (Bourdieu, 2001: 90), aleja- da, en todo caso, de la siniestra lógica comercial y económica que dictan los mercados. En la era de la «constelación posnacional» (Habermas, 2000), las sociedades actuales —configuradas todavía en torno a los límites que marca el Estado-nación— experimentan constantes procesos de deslocalización y des- nacionalización en muchos ámbitos de la vida material y los seres humanos que viven en esas sociedades deberían reivindicar su protagonismo y no ceder un ápice ante el ídolo de la soberanía del Estado nacional. Esta «desnacionali- zación del Estado nacional» (Santos, 2005: 203) es consecuencia, por un lado, del incremento de las condiciones transnacionales y, por otro, del papel cada vez mayor desempeñado por las economías y las políticas subnacionales, lo- cales y regionales; en estas condiciones, Habermas (2000: 76) echa en falta en el pensamiento social contemporáneo esfuerzos teóricos dirigidos a elaborar «una política que recupere su primacía sobre los mercados». Aunque con frecuencia la literatura refleja rasgos distintivos de la identidad nacional que pueden emplearse para alcanzar objetivos políticos, su situación Verba_hispanica_FINAL.indd 295 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 296 en el circuito de los discursos sociales es —más allá de ese alcance nacionalista y desde un punto de vista institucional— enormemente inestable, y ello en una época como la nuestra en que casi todo se muestra inseguro y se promue- ven desde el poder políticas de identidad bajo diferentes banderas: nación, género, raza, religión, lengua, orientación sexual, etc., basadas más en lo que separa a cada colectivo del resto que en lo que une a los miembros de los di- ferentes grupos identitarios (Hobsbawm, 2000). La literatura emerge sobre la tradición, pero la tradición no es un bastión indestructible, algo que el devenir histórico no pueda erosionar, sino una construcción cultural que constante- mente se está modificando en función de muy diversos intereses; así, la misma noción de cambio perfila el escenario en el que emergen las cuestiones por las que se interesa la historia literaria (Romero Tobar, 2004). La literatura surge ahí, en una coyuntura histórica, y acaba inscribiéndose en la tradición, tejien- do su particular espacio literario (Blanchot), sistema literario (Guillén) o campo cultural (Bourdieu). En estas circunstancias, lo literario puede convertirse en un buen exponente de una política cultural y de relaciones internacionales basada en la diversidad y la colaboración. Es sabido que la nación y el imperio han sometido a la lengua y la literatura siempre a un férreo control, poniéndo- las a trabajar en función de sus intereses y objetivos. Ahora bien, ya en plena posmodernidad, superados los enfoques de ámbito nacional y de orientación nacionalista, la teoría y la historia literarias trabajan con frecuencia sobre la premisa de que la literatura surge en escenarios caracterizados por el cambio y la transformación permanentes, configurados con la aportación de elementos de procedencia muy diversa. Por diversas razones, la lengua en la que está escrito, el lugar de nacimiento o de residencia de su autor, etc., todo texto literario se presenta como una parte de un escenario mayor, la historia de una literatura nacional, un territorio marcado por una extraordinaria complejidad y en cuyo subsuelo conviven no sin cierta tensión elementos de constitución muy heterogénea. Ahora bien, no parece hiperbólico afirmar que las fronteras de la literatura actual —al margen de lenguas y Estados nacionales— coinciden con las del país de la literatura, ese territorio imaginario tan vasto como nuestra competencia lingüística y cultura artística puedan concebir. Recorrer ese país implica aceptar un desafío singular: leer la palabra extraña, desterrada y errante, oír la palabra del otro, el extranjero, y ese reto conlleva el riesgo de perder —o, al menos, modificar— por el camino nuestra propia identidad; una actividad que supone además co- nocer la experiencia del viaje y la errancia permanentes —como nos enseña uno de los primeros y más grandes textos de la literatura universal, la Odisea—, Verba_hispanica_FINAL.indd 296 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 297 adentrarse en uno de los escenarios de la utopía pura, allí donde la disolución, la pérdida y la quiebra son rasgos identitarios y el futuro es un texto pendiente de escribir. Lotman (1996) ya percibió el carácter global de la semiosfera del mundo contemporáneo, un espacio en el que la interconexión de sus elemen- tos no es una metáfora ni una aspiración utópica sino una realidad que reclama con urgencia de nuestra parte una actitud más crítica y una conciencia más in- formada ante los movimientos migratorios internacionales y los nuevos esce- narios de mestizaje e hibridación culturales que generan, espacios fronterizos donde el pensamiento no responde a pautas prefijadas sino que emerge como una práctica en construcción, un paradigma que ha de afrontar las nuevas si- tuaciones generadas. Así, en cada coyuntura histórica se producen cambios que afectan al sentido, la delimitación y la estructura del propio sistema literario, transformaciones que desafían el establecimiento de todo tipo de comparti- mentos y fronteras en un mundo en que el compartimento es una invitación a la fuga y la frontera una oportunidad para el contacto, la metáfora espacial más significativa de una posmodernidad que ha hecho de la transformación y la inestabilidad, la hibridez y el desmantelamiento de géneros algunas de sus señas identitarias y, en esas circunstancias, la literatura hunde sus raíces sobre un escenario en permanente movimiento, una encrucijada en la que confluyen senderos procedentes de distintos orígenes y de la que parten caminos hacia diferentes destinos, un lugar que responde a la realidad no tanto de un hecho consumado como de un sin dejar de hacerse. La emergencia de disciplinas como los «Estudios culturales», la «Estética negra», los «Estudios subalternos», la «Crítica feminista», los «Estudios de género», que acogerían los «Estudios de mujeres» y los «Estudios gays, lésbi- cos, trans y queer», los «Estudios poscoloniales» y la «Ciberteoría» —que se nutren de modelos teóricos, económicos, filosóficos y culturales tan dispares como el marxismo, el psicoanálisis, la fenomenología, la hermenéutica, el es- tructuralismo, la deconstrucción o la ingeniería lingüística surgida al abrigo de las nuevas tecnologías de la información— ha mostrado en estas últimas décadas el agotamiento de un paradigma no tanto histórico como historicista (nada o poco atento a la existencia de fenómenos como el mestizaje cultural, la intertextualidad o la poligénesis) y el extraordinario desarrollo que, sobre todo, han experimentado los estudios de teoría literaria, historia comparada de la literatura y teoría de la historia literaria, que han apostado por un nuevo concepto de «historia literaria» surgido de las relaciones que se dan entre las diferentes literaturas (Perkins, 1991; Hutcheon y Valdés, 2002; Romero To- bar, 2004 y 2008; AA. VV., 2006). Así entendida, esa «nueva historia literaria» Verba_hispanica_FINAL.indd 297 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 298 debe mantenerse atenta frente a los constantes cambios que se producen en la práctica artística contemporánea, cambios que afectan a la delimitación y de- finición de géneros, tradiciones, escuelas, movimientos, jerarquías, fronteras, límites, centros y fuentes de influencia (elementos todos ellos que deberían volverse a pensar) y, de este modo, «we must think in terms of a quite diffe- rent model of literary history» dado que esa historia literaria «in any of the forms in which it is now usually practiced has lost much of its force» (Frow, 1991: 137 y 142); se trata, pues, de apostar por una nueva disciplina que trabaje al margen de las categorías de nación y lengua nacional, desde una perspectiva global, transcultural. En este sentido, sería preciso fomentar —si es que queremos entender nuestro particular cronotopo y el lugar y el tiempo que en el mismo ocupa la litera- tura— «una respuesta teórica modificada», en expresión de F. Jameson (2004: 85), forzar un desplazamiento del punto de vista desde el que se contempla la producción literaria posmoderna, un movimiento que supone el desanclaje de sistemas filosóficos, estéticos y de pensamiento elaborados durante la mo- dernidad y que implica, a la vez, un riesgo considerable de pérdida de senti- do. Con todo, aceptar ese desafío es necesario pero no suficiente. Haría falta —y aquí me sitúo en un escenario en el que la literatura, la teoría y la crítica constituyen en realidad diferentes registros de esa otra forma ciertamente in- forme de discurso que es la escritura— prestar una atención mayor a esas otras voces que nos hablan desde el cuestionamiento de los modelos sociales y lite- rarios institucionales, desde la otredad y el compromiso con sistemas políticos y culturales alternativos, convencidas —como señala Bernard Stiegler (2004: 25)— de que «no habrá política de futuro que no sea una política de las singu- laridades». Ahí se encuentra uno de los principales retos de nuestro tiempo. Hace ya algunos años Harold Bloom (1973) utilizó el sintagma anxiety of in- fluence para referirse a esa relación dialéctica, conflictiva, angustiosa y por mo- mentos agónica que muchos escritores entablan con sus predecesores, enten- dida a la vez o alternativamente como deuda o herencia y como negación de la tradición o expresión de la singularidad, de tal modo que, sobre un escenario de polifonía y heteroglosia, la literatura es, sobre todo, versión, cita, adapta- ción, traducción, glosa, comentario, interpretación, influencia, crítica, alusión, homenaje, imitación, parodia, etc. Esta capacidad de absorción de materiales ajenos, convirtiendo en propio lo extraño, es un rasgo compartido por todas las culturas a lo largo de la historia de tal manera que «la historia de la cultu- ra no es otra cosa que la historia de préstamos culturales» (Said, 1996: 337). Verba_hispanica_FINAL.indd 298 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 299 La literatura, evidentemente, no escapa a esta regla. Más allá de los cambios de sensibilidad propios de cada época, los textos literarios se han insertado siem- pre en una tradición más o menos consolidada formada por temas, ideas, imá- genes y elementos diversos que rebasan las fronteras lingüísticas y nacionales y se repiten hasta convertirse a veces en lugares comunes, tópicos. Muchos de ellos han sobrevivido al paso del tiempo, a los cambios de sensibilidad y a las revoluciones estéticas. Y entre los elementos que contribuyen a configu- rar tanto la tradición como la ideología nacionalista ninguno es tan poderoso como la lengua, la única patria del escritor o, sin más, del ser humano (tal como pudieron defender en diferentes momentos Humboldt y O. Paz). Si esto es así, no debería extrañarnos que escritores como Juan Goytisolo (Juan sin tierra, 1975; Makbara, 1980) o Julián Ríos (Larva, 1983), al incorporar dis- tintas lenguas a sus obras, se fijen como un objetivo principal cuestionar las ideas y esencias de más rancio abolengo nacionalista y, de paso, rechazar lo más abyecto y despreciable de la tradición cultural hispana. En Goytisolo —que ha desarrollado su vida en países como España, Francia, Estados Unidos o Marruecos— encontramos una acusada conciencia del exilio en una obra que no renuncia a la experimentación lingüística y al desmantelamiento de pactos y convenciones sociales, y esa conciencia le aproxima a otros escritores que conocieron distintas manifestaciones del exilio (Blanco White, Larra, Cernu- da); en todos ellos, aunque vivido de distintas maneras, el destierro supuso una oportunidad de liberación de los tópicos y moldes expresivos más arraigados en el imaginario colectivo del español, tópicos y moldes que han funcionado históricamente como cortapisas culturales y que han coartado con frecuencia la libertad de pensamiento. Obras como las de estos y otros autores nos ense- ñan que eso que podría denominarse «identidad española» no se entiende, por una parte, sin la contribución de las culturas judía y musulmana y los textos de los exiliados y, por otra, sin el trabajo de apisonadora de toda huella ajena y ex- tranjera llevado a cabo por quienes han entendido dicha identidad como algo singular e inmutable. En todo caso, la elección de otra lengua diferente de la materna como vehículo de expresión literaria supone una apuesta deliberada por el nomadismo, una actitud abierta a la posibilidad de contemplar el mun- do desde otra perspectiva. Si la patria de un escritor no se encuentra en el país que le vio nacer, ni tan siquiera en la lengua que heredó de sus antepasados, sino en la lengua, así, sin más, puede entenderse esa lengua como un espacio en construcción y no como una obra acabada, un escenario hacia el que el escritor ha sido arrastrado y en el que no deja de buscar la palabra perdida, su palabra. Verba_hispanica_FINAL.indd 299 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 300 La literatura —que acaba constituyéndose como una institución cultural, so- cial— no dispone de otro instrumento de trabajo, la lengua: a través de la len- gua el escritor se relaciona con quienes antes que él fueron conformándola y a través de ella se relacionará también con los escritores que han de venir tras él, y todo ello, claro, referido a un mismo ámbito lingüístico. Pero no es raro que los escritores traspasen ese espacio —el de la lengua materna— y beban en otras fuentes; en esos casos, en lugar de una actitud localista, nacionalista, de repliegue identitario, encontramos una actitud universalista, posnacionalista, de despliegue identitario. Más arriba, ya me he referido al carácter hetero- glósico de las lenguas, que acaban respondiendo a una situación más o menos intensa de mestizaje lingüístico. Sin embargo, esta heteroglosia responde tam- bién a las diferencias sociales y a las desigualdades económicas que podemos encontrar en cualquier comunidad y, por lo tanto, se presta a ser analizada —al margen de su alcance lingüístico— como un rasgo político e ideológico. Bajo la aparente calma y uniformidad de la voz más sobredimensionada, en cualquier escenario se escuchan otras voces que descubren las grietas y la polifonía de toda sociedad. Para lo que aquí interesa, el nacionalismo cultural se caracteriza por su perfil homicida, actúa restando y no sumando y es un lastre que dificulta tanto el libre vuelo de la imaginación literaria como la propia crítica literaria dado que tiende a identificar lo literario con las esencias nacionales más arraigadas; nin- guna literatura nacional es un compartimento cerrado ni puede explicarse por sí misma (esto es algo que sabe cualquier estudiante de primero de Filología), de ahí la enorme importancia que han tenido las investigaciones de fuentes e influencias en los estudios literarios, tanto para el desarrollo de una disciplina como la literatura comparada como para el estudio de la literatura como un sistema en el que cada obra se ubica y define en relación con las otras obras, planteando una intertextualidad dialéctica. Así, por ejemplo, la historia de los géneros literarios en Europa podría muy bien presentarse como una historia de exportaciones, adaptaciones y transformaciones, con lo cual el comparatis- mo literario, además de ocuparse de la oposición entre la literatura metropo- litana y la poscolonial, podría encargarse también de analizar las similitudes y diferencias que se dan en procesos históricos, sociales y culturales complejos. En todo caso —y dado que la nación no es nunca una realidad natural sino una construcción social y política—, el nacionalismo cultural —en la medida en que afronta la cultura como una señal identitaria de un determinado Esta- do nacional— no puede entenderse sino como una herramienta publicitaria y Verba_hispanica_FINAL.indd 300 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 301 propagandística que trabaja al servicio de la cohesión nacional. Por ello, por- que la cultura implica la lucha contra la uniformidad, es conveniente aceptar que la identidad puede ser un requisito para el reconocimiento de las dife- rencias culturales pero nunca una excusa para legitimar prácticas basadas en la desigualdad, más aún si consideramos que no hay identidad pura, que toda identidad es mestiza y a veces ambivalente como muy bien muestra en un simple juego gramatical el pronombre personal nosotros, resultado de la con- fluencia de lo propio y lo ajeno: «También el reconocimiento de las diferencias —el reconocimiento mutuo del otro dentro de su carácter diferente— puede convertirse en característica de una identidad común» (Habermas, 2008: 50); solo por ahí se puede superar el horizonte de una mirada limitada por la cerra- zón intrafronteriza nacional y occidental, solo por ahí se puede avanzar hacia la descripción de fenómenos, acciones, generaciones o movimientos transna- cionales, globales. A pesar de todas las barbaries, las masacres y la sangre derramada de tantos inocentes, también podemos encontrar en la historia europea episodios mar- cados por la solidaridad, la tolerancia, la negociación política y la libre con- vivencia de razas, lenguas y culturas, y el futuro debería transitarse por esos mismos senderos que han hecho de la producción de alternativas y de la con- frontación dialéctica y no excluyente sus señas de identidad, todo ello —por lo que respecta a Europa— articulado «en la cacofonía salvaje de una opinión pública polifónica» (Habermas, 2008: 47), en un escenario, sin embargo, don- de al mismo tiempo que el inglés se está convirtiendo en lingua franca para la comunicación internacional varios millones de sus habitantes hablan entre sí otras lenguas, entre las que se encuentran el turco o el árabe, lenguas no comunitarias. Así, por ejemplo, desde la teoría de la historia literaria se viene impulsando desde hace ya algunos años (Guillén, 1971) la elaboración de una historia y crítica de la literatura europea que sustituya la prioridad otorgada a las literaturas nacionales (casi siempre occidentales) por criterios geográ- ficos, temporales o culturales: zonas literarias, épocas o eras internacionales, corrientes o tendencias literarias integradas en corrientes o tendencias artís- ticas y culturales más amplias, con lo cual se siente la necesidad de integrar la literatura y los estudios literarios en un escenario interdisciplinar junto a otras manifestaciones artísticas y otras ciencias de la cultura. Y todo ello, como señalaba más arriba, en un ámbito europeo extraordinariamente dinámico y flexible y en un momento especial y dolorosamente marcado por los desplaza- mientos obligados de seres humanos y las relaciones, casi siempre asimétricas, transculturales. Verba_hispanica_FINAL.indd 301 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 302 Con todo, en un contexto comunicativo de este tipo, asimismo habría que ir —como reclamara Bourdieu— hacia una desnacionalización del pensamien- to como paso previo de un universalismo cultural y, por lo que respecta a Europa, sería preciso desarrollar una cultura y un espacio público y político común que velen por los derechos sociales y operen al margen del tejido comercial, empresarial y, sobre todo, financiero que se está extendiendo, ob- jetivo hacia el que dirigen sus mayores esfuerzos nuestros políticos, cegados, como avisara Bourdieu (2003: 85) con claridad profética, por «la Europa de los banqueros que está al caer», que ha caído ya, podríamos precisar hoy. En estas circunstancias, se trataría de impulsar una política de la alteridad (cam- po en el que desde algunas líneas de los estudios culturales se ha avanzado de manera considerable), de desarrollar una estética de la otredad (Saldaña, 2006; 2013), de crear vínculos entre las comunidades culturales y las comu- nidades políticas que fuesen más allá del ámbito delimitado por el Estado nacional —escenario donde se produce una equiparación entre identidad, nacionalidad y ciudadanía—, de promover la búsqueda del hecho diferencial, la curiosidad por la situación del otro, el interés por la vida del extranjero (no negándole esos valores que nos otorgamos tan fácilmente a nosotros mismos), y no hay gesto cultural más claro que ese que se interesa por el conocimiento de otros mundos, aun a riesgo de poner en cuestión el mundo propio, y ello implica asumir con valentía la posibilidad de la pérdida y la experiencia de la otredad; como señala Hans-Georg Gadamer (2000: 37): «tenemos que aprender a no tener razón. Tenemos que aprender a perder en el juego». Tenemos que aprender a desaprender. Repensar, en definitiva —a la luz de los cambios históricos, epistemológicos y culturales de nuestro tiempo, sobre este nuevo escenario en el que las fron- teras nacionales no delimitan ni mucho menos nuestras categorías conceptua- les—, la a menudo tensa convivencia entre los centros y las periferias, entre nosotros y los otros —aborígenes y extranjeros, categorías en cualquier caso intercambiables dependiendo del lugar en que se presenten— en un momento de continuos flujos migratorios, refundar el trabajo de la política en un paisaje cuya vida parece depender únicamente de los latidos de los mercados, cues- tionar el sentido y el alcance de conceptos como Estado nacional o soberanía nacional ante los desafíos de la nueva realidad global y, en relación con todo ello, reformular la idea y la práctica de la literatura. Esos son, en mi opinión, algunos de los desafíos que el pensamiento estético y literario debería afrontar en este tiempo. Verba_hispanica_FINAL.indd 302 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 303 Bibliografía AA. VV. (2006): Literary History: Towards a Global Perspective. 4 vols. Anders Petterson, Gunilla Lindberg-Wada, Margareta Petersson, Stefan Helgesson (eds.). Berlín: Walter de Gruyter. Aullón de Haro, P. (2008): «Los problemas fundamentales de la historiografía literaria moderna». En: Leonardo Romero Tobar (ed.), Literatura y nacion. La emergencia de las literaturas nacionales. Zaragoza: Prenzas universitarias de Zaragoza, 15-29. Blesa, T. (1998): Logofagias. Los trazos del silencio. Zaragoza: Anexos de Tropelías. Bloom, H. (1973): The Anxiety of Influence. A Theory of Poetry. Nueva York y Oxford: Oxford University Press. Bourdieu, P. (2001): Contrafuegos 2. Por un movimiento social europeo (trad. J. Jordá). Barcelona: Anagrama. Bourdieu, P. 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Verba_hispanica_FINAL.indd 305 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV 306 Alfredo Saldaña University of Zaragoza The place of literature in the postnational era Keywords: universal literature, theory of literature, postnationalism In the current postnational era, literature has not failed to reflect dialectical tensions between the universal and the local, the self and the other. In the representation of these tensions the concept of the nation has often played a relevant role while also undergoing continual periods of crisis. Labelled by some as “The End of History”, the postmodern condition (Lyotard) is for many nothing but a signal of a post-historical, post-ideological, post-colonial and post-metaphysical era, a sign of loss, a symptom of a new political order that Habermas and Hardt-Negri have termed, respectively, “postnational constel- lation” and “empire”. It constitutes an unprecedented global version of sov- ereignty and domination that differs from modernity’s colonial imperialism in lacking a localized centre or clearly defined territorial boundaries. In this (inter/post)national scenario literature has recovered much of the freedom that it had been deprived of by nationalist tendencies in the past. Verba_hispanica_FINAL.indd 306 7.12.2017 14:59:03 VERBA HISPANICA XXV • ALFREDO SALDAÑA 307 Alfredo Saldaña Univerza v Zaragozi Mesto književnosti v postnacionalni dobi Ključne besede: svetovna književnost, teorija književnosti, postnacio- nalizem Tudi v aktualni postnacionalni dobi literarna besedila prikazujejo dialektično napetost med univezalnim in posameznim, med lastnim in tujim; pri pred- stavljanju teh napetosti je kategorija naroda pogosto igrala pomembno vlogo ter ob tem hkrati doživljana nenehne krize. Spričo preroške napovedi »Konca zgodovine« pa postmoderno stanje (Lyotard) za mnoge ne more pomeniti dru- gega kot postzgodovinsko, postideološko, postkolonialno in postmetafizično znamenje, oznanilo izgube, simptom novega političnega reda, ki ga Habermas imenuje »postnacionalna konstelacija«, Hardt in Negri pa »imperij«, nova glo- balna verzija oblasti in nadvlade, ki se od imperialističnega kolonializma mo- derne dobe razlikuje v tem, da nima določenega središča in jasno opredeljenih ozemeljskih meja; v tej (inter/post)nacionalni dobi je književnost ponovno pridobila velik del svobode, ki so ji jo v preteklosti iztrgali nacionalistični temelji. Verba_hispanica_FINAL.indd 307 7.12.2017 14:59:03