UDK 821.134.2.09 Cervantes Saavedra M. d. CERVANTES Y LA MONARQUIA ABSOLUTISTA Ludovik Osterc La vida de Cervantes es un rosario de contratiempos, adversidades, vejámenes y sufrimientos. Miguel conoció la pobreza desde la cuna y la vida errante hasta la muerte. Apenas tocado por el hálito del prestigio literario en su juventud, habiendo escrito algunas poesías con motivo del fallecimiento de la tercera esposa del rey Felipe II, Isabel de Valois, por encargo de su maestro López de Hoyos quien lo llamó »mi caro y amado discípulo«, se vio envuelto en un duelo con un tal Antonio de Sigura, andante en la Corte, al cual había inferido varias heridas, según parece, por razones de honor. Este desafortunado suceso tuvo por consecuencia una cédula real que lo condenaba en rebeldía a que »eon vergüenza pública le fuese cortada la mano derecha-¡la mano de la pluma y la espada! -y a diez años de destierro.« Pero, como no hay mal que por bien no venga, Cervantes huyó a Italia cuyo arte y cultura renacentistas lo fascinaron, salvando así su integridad física del bárbaro fallo. En Roma entró en el servicio del cardenal Acquaviva en calida.d de camarero. Mas, no sintiendo vocación por la Iglesia, pronto abandonó el Vaticano y abrazó la carrera de las armas soñando con la gloria militar. La ocasión no tardó en presentarse. Así, cuando el papa Pío V organizó la- Liga Santa de los países cristianos para, luchar contra el imperio otomano, que los amenazaba desde el Oriente, Cervantes se enroló en el ejército. Participó en la batalla naval de Lepanto contra los turcos, brillando con luz propia. A pesar de estar enfermo y con calentura, peleó con extraordinaria bravura en uno de los puestos más peligrosos de la galera Marquesa. Allí fue herido en el pecho y el brazo izquierdo, cuya mano perdió el movimiento »para la gloria de la diestra«, según escribe en el Viaje del Parnaso (1,216). El Manco de Lepanto, lisiado pero glorioso, pasó el invierno en el hospital de Messina y, una vez curado de sus heridas, volvió al servicio activo y tomó parte en los combates de Navarino y la expedición a La Goleta de Túnez. Cuando regresaba a España, esperando ser ascendido a capitán como recompensa por su heroico comportamiento, llevando consigo cartas de recomendación de don Juan de Austria y del duque de Sessa, el infortunio volvió a cebarse en él, pues la galera Sol en la que viajaba en compañía de su hermano menor, Rodrigo, y otros españoles, fue apresada por naves piratas turcas y llevada a Argel, donde quedó, primero, como cautivo, y después, como esclavo, durante 5 largos años. 29 La vida, de los cautivos cristianos en Argel era toda una vía crucis de padecimientos, humillaciones, atropellos y atrocidades perpetrados por los verdugos turcos y árabes. El mismo novelista, la describe en las paginas del QUIJOTE por labios del capitán cautivo, su alter ego: »Ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oidas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada dia ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba a aquél...« (1,40). Tal era el ambiente de terror y represión que reineba en el cautiverio. Pero Cervantes no se dejó amilanar. Desde el primer momento de su captura por los corsarios, lo obsesionó la idea de recuperar su libertad a cualquier precio. El padre Diego de Haedo, autor de »Topografía e Historia General de Argel« (Valladolid, 1612), escribe al respecto: »Del cautiverio y hazañas de Miguel de Cervantes se pudiera hacer una particular historia.« En efecto, si en la batalla de Lepanto se cubrió de gloria y heridas, mostrando su gran valentía, el cautiverio reveló su figura noble y manifestó su carácter indomable. Cuatro veces intentó fugarse. La primera hacia Orán en Marruecos, ciudad fortificada, en poder de los españoles. Pero, el conato de evasión fracasó debido al abandono de Cervantes y sus compañeros por parte de un moro, al que había contratado como guía. Después planeó una fuga colectiva en una fragata enviada desde España por su hermano Rodrigo, rescatado en 1577. Y otra vez la Fortuna le dio la espalda, ya que también esta tentativa se frustró. Denunciado por un cristiano que quería hacerse musulmán, había aceptado toda la responsabilidad ante el virrey de Argel. Más tarde, envió a un moro de su confianza a Orán secretamente con cartas al señor marqués don Martín de Córdoba, general de Orán, y a otras personas principales, para que le enviasen algún espía de fiar que con dicho moro viniesen a Argel y lo llevasen a él y otros tres caballeros principales, que el virrey turco en su baño1 tenía. Pero sucedió que el moro, sospechoso de alguna misión secreta, fue prendido y traído a Argel-ante la presencia de Hasán Bajá. Este, vistas las cartas firmadas por Cervantes, mandó empalar al moro y dar dos mil palos a Miguel, castigo que no se realizó, ya sea por intercesión del renegado Maltrapillo, amigo de ambos, ya sea por temor a que Cervantes sucumbiera, a la pena, lo cual privaría a Hasán de un opimo rescate. La cuarta y última tentativa de fuga fue la más importante.Corría el año de 1579, el quinto de su cautiverio y tan cruel que no podría menos de impulsar a Cervantes para buscar nuevos medios de evadirse. Una esperanza lo alentó por aquel tiempo. Estaba en Argel un renegado español de apellido Girón. Tanto lo convenció Cervantes, valiéndose del arrepentimiento que mostraba, y deseos de volver a la religión de sus padres, que se dispuso a favorecer a Cervantes y los cautivos que con él se fuesen en un nuevo intento de fuga. Para eso persuadió a Onofre Exarque, mercader de Valencia, a la sazón en Argel, que adquiriera una fragata; y asi se hizo, estando el renegado a las órdenes de Cervantes. Cuando todo estaba listo, sucedió un hecho increíble. Un perverso delator se ocultaba entre los cristianos, el cual había descubierto el plan a Hasán Bajá. Hubo lágrimas y persecuciones en lugar de libertad y alegría. ¿Quién fue ese nuevo delator? Vergüenza y dolor causa decirlo: fue un sacerdate, y .para colmo, ¡un familiar de la i cárcel turca 30 Inquisición, el doctor Blanco de Paz! Que un simple cristiano en peligro de una muerte cruel haga una delación, sea por su debilidad física o de ánimo, es explicable, pero que un ministro de Dios, y además miembro del Santo Oficio de la Inquisición, denuncie a sus compatriotas cristianos al virrey moro - »homicida de todo el género humano,« - como lo llama dicho capitán cautivo, sosia del autor -(1,40), es algo horrible y repugnante. Sucedió, pues, que Hasán Bajá, enterado ya del proyecto, disimuló por algún tiempo con intención de dar el golpe sobre seguro. Pero en aquel ínterin la noticia se expandió, súpose la. traición jugada. Los que habían intervenido en la proyectada fuga, se arredraron y desistieron de su intento, y entre ellos en primer lugar, Onofre Exarque. Temía el mercader que al joven Saavedra, como el más comprometido, le amenazasen de muerte y le diesen tormento para arrancarle confesión de los que le habían ayudado; y viendo en peligro su hacienda y su vida, lo instaba con lágrimas a que se rescatase y pusiese a salvo. Pero esto no era propio de un caballero a carta cabal como era Cervantes. Por ello, le replicó que ninguno de los tormentos, ni la muerte misma sería bastante para que condene a nirguno sino a. sí mismo. Acto continuo, para tranquilizar a los demás cautivos, les hizo saber secretamente que tuviesen confianza en él, pues iba a echar sobre sí todo el peso del asunto, aunque estaba, cierto que le costaría la vida. Y, así lo hizo en realidad. Viendo Hasán frustrado su propósito de sorprenderlos en el momento de embarcarse y que se habían ocultado, hizo pregonar a Cervantes el cual, tan pronto como supo el pregón, fue por su propia voluntad a presentarse al virrey. Hasán, para intimidarlo, mandó le atasen una soga al cuelo como que querían ahorcarlo, v comenzó a inquirir sobre los cómplices de su osada empresa. A todo respondía Cervantes que él era el único autor de aquel plan y, para eludir el peligro que corría el mercader Exarque, dijo que todos los fondos y ayuda necesarios para llevar a cabo su proyecto, se los habían proporcionado algunos caballeros españoles, amigos suyos, que se habían rescatado recientemente y partido para su patria en aquellos dias... medio discreto e ingenioso que, junto con su serenidad inalterable, el encanto de su mirada y el desenfado de su carácter, cortó el ímpetu de la. cólera de Hasán. En vez de castigos feroces, el virrey no hizo más que condenarlo a llevar grillos en la prisión, mientras los demás prisioneros se salvaron sin el menor castigo, por cuyos actos creció la fama de Miguel y la admiración de todos por su conducta tan heroica. El propio Cervantes lo da a entender en su obra cimera: »Sólo libró bien con él (Hasán) un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual con haber hecho cosas que quedarán en memoria de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra y por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez« (1,40). Mirado con impercialidad, Hasán Bajá, es el único coetáneo que midió a Cervantes con la genuina vara de su grandeza.2 2 La conducta tan valiente de Cervantes dio pábulo a varios hispanistas conservadores, para difamarlo atribuyéndole inclinaciones sodomitas. Entre ellos destaca Fernando Arrabal, quien en su escandaloso libraco: Un esclavo llamado Cervantes, trata de probarlo, pero lo único que prueba es que entiende del gran novelista y su obra como el asno de la lira, pues en su caletre reaccionario no caben sino estupideces de la gente retrógrada, incapaz de elevar sus miras más allá de sus intereses materiales y sensuales. 31 Y, mientras Miguel organizaba las tentativas de fuga, don Rodrigo, padre de los dos hemanos, elevó su solicitud al Consejo de Castilla en demanda de ayuda económica, y más tarde, también al Consejo Real. Pero, como nada obtuviera de estas instituciones y en aquellos días se organizara una redención en Argel, antes de perder tal oportunidad, la madre de Miguel se fingió viuda para despertar compasiones, y presentó otra petición, esta vez al Consejo de la Cruzada. La pobreza demostrada en ella y la. viudedad fingida debieron de surtir cierto efecto, ya que se dispuso una real cédula por la que se consignaban sesenta escudos para el rescate de ambos hermanos, a raíz de treinta para cada uno. Era muy poco dinero en comparación con quinientos escudos que el avaro Dalí Mamí pedía sólo para el rescate de Miguel. Cuenta el susodicho historiador Haedo que, además de los proyectos que ideó Miguel para alcanzar su libertad y la de sus compañeros, intentó alzarse con la ciudad de Argel y entregarla a Felipe II, dándole un reino a cambio de la indiferencia en que a los españoles tenía. Para este gran golpe se aprovechó nuestro escritor de muchas circunstancias: Había en Argel veinte mil cristianos opresos, hombres aguerridos y, además un gran número de vasallos de Hasán descontentos de su codicia e tiranía y exasperados por la carestía de víveres, poquedad de cosechas y epidemias que casi a un mismo tiempo los azotaron. Esto pareció a Cervantes coyuntura para animar a sus compatriotas, ponerse al frente de ellos y organizar una sublevación que hubiera derrocado al virrey turco y puesto la plaza en manos de los que peleaban por su libertad. Movíanlo a ello también las noticias que entonces llegaban de su patria, sobre grandes preparativos bélicos que Felipe II hacía juntando muchas tropas armas y municiones. De todo lo anterior avisaba Miguel al secretario de monarca, Mateo Vázquez, a quien había tratado en su juventud, en una carta redactada en magníficos versos, en la que invitaba al monarca descargar el golpe contra Argel. He aquí los versos respectivos más significativos: La gente es mucha, mas su fuerza poca, desnuda mal armada, que no tiene en su defensa fuerte, muro o roca Cada uno mira si tu armada viene, para dar a sus pies el cargo y cura de conservar la vida que sostiene. Haz, ¡oh buen rey!, que sea por tí acabado lo que con tanta audacia y valor tanto fue por tu amado padre comenzado. Tal ofensiva de la poderosa armada española en coordinación con la sublevación de los cautivos sería, además, estratégicamente adecuada, si se toma en consideración el que los piratas turcos y árabes efectuaran sus algaradas contra las mismas costas de España, teniendo por base de ellas a Argel. 32 ¡Y, cuál no sería la desilusión de Cervantes y sus compañeros cautivos al enterarse que aquellos grandes preparativos de guerra sirvieron a Felipe II para invadir a Portugal y anexarlo a su imperio, junto con sus extensas colonias y poderosa armada, país vecino no menos católico que España! Este abandono a los cautivos cristianos españoles -una verdadera traición - fue sin duda el motivo que hizo cambiar la simpada de Cervantes por el rey en profunda antipatía, que con el tiempo se convertiría en odio hacia el monarca y su política. La misiva de Cervantes dirigida a Mateo Vázquez es un auténtico documento político con que su autor dio una lección al mismo monarca y su política hipócrita. En efecto, la mención del número de esclavos que en la ciudad había, el desánimo de la morisma y el escaso armamento de los turcos, son indicio de que aquel paso que daba, escribiendo a un favorito del rey, era para preparar su proyecto en combinación con el movimiento de las fuerzas españolas. Por esto, dice el mencionado cronista Haedo: Si a su ánimo, industria y trazas correspondiera la fortuna, hoy fuera el día que Argel fuera de cristianos..." Esta decepción y su amarga experiencia vivida durante su cautiveria constituye el momento más dramático de la vida de Cervantes que transformó sus convicciones sociales, políticas e ipso facto también literarias. Dicho momento divide su vida, en dos mitades. El Cervantes anterior al cautiverio, es todavía el soldado de la época imperial. Es el combatiente victorioso de Lepanto, el español que anda por las ciudades de Italia, empleando su juventud en el doble juego del amor y del dominio. El Cervantes posterior al cautiverio es, en cambio, el hombre que va viendo derrumbarse todas las ilusiones políticas y estéticas de su juventud. Frente a las armas victoriosas de Carlos V y don Juan de Austria, la cobardía de Felipe II; frente al mundo italianizante de Garcilaso y Boscán, la torsión barroca de Góngora; frente a la evocación de las florecientes ciudades de Italia, los pueblos empobrecidos de Castilla; frente a la Alcalá erasmista, la Trento contrarreformista; frente a Lepanto, »La Armada Invencible«. Finalmente, fue rescatado en 1580 por los frailes trinitarios mediante el pago de quinientos escudos. Regresa, pues, a su patria, y en su capital se reúne con su familia sumergida en una muy penosa situación económica. Es precisamente en Madrid donde empieza su verdadero calvario, y no en Argel como él había creído. Pide la merecida recompensa por sus extraordinarios méritos de gran soldado y leales servicios en el .cautiverio. Se dirige a- varias instancias del gobierno, sigue al rey en Portugal, y lo único que consigue son puertas cerradas v negativas tras negativas. Desesperado solicita un puesto en América y le es negado. Cuatro años eran pasados desde que volvió a España y todavía no había obtenido ni un pequeño favor de la »Real magnificencia« Suplicaba, rogaba, presentaba cartas de recomendación, hacía constar su heroísmo, su patriotismo y sus grandes virtudes, pero todo se estrellaba en el frío dedén del »gran Filipo«, como él lo llamó en su carta a Mateo Vázquez. Un profundo desencanto se apoderó de su alma dolorida y atormentada. En este período que exhibe ya la profunda decadencia, la corrupción desenfrenada y el favoritismo generalizado del ambiente cortesano, notamos la transformación del Cervantes animoso y crédulo, con fe en los valores humanos y con entusiasmo para sacrificar su vida en defensa de su patria, de su rey, en un 33 hombre que comienza a desengañarse cruelmente. Los primeros indicios de su desilusión los manifiestan los siguientes versos de su primera novela, La Galatea: El falso, el mentiroso mundo, prometedor de alegres gustos la Babilonia, el caos que miro y leo en todo cuanto veo; el cauteloso trato cortesano, junto con mi deseo, puesto han la pluma en la cansada mano. Esta animosidad anticortesana obtiene acentos aún más vigorosos en los versos que siguen: ¡Oh una, y tres, y cuatro, cinco, y seis y más veces venturoso el simple ganadero, que con un pobre apero, vive con más contento y reposo, que el rico Craso o el avariento Mida, robusta, pastoral, sencilla y sana, de todo punto olvida esta mísera falsa cortesana! No le levanta el brío saber que el gran monarca invicto vive bien cerca de su aldea y aunque su bien desea poco gusto en no verle rescibe, no como el ambicioso entrometido, que con seso perdido anda tras el favor, tras la privanza, sin nunca haber teñido la espada o lanza en turca o en sangre mora. (Libro IV). Para el rey absolutista y su camarilla podrida hasta los tuétanos, las solas circunstancias de haberse hallado en la batalla naval de Lepanto y haber servido en la milicia, se consideraban méritos bastantes para ulteriores medras, sobre todo si se trataba de gente con sotana; por ejemplo, un clérigo valenciano de nombre Juan Ramírez, por méritos no superiores a los mencionados y muy inferiores a los de Cervantes, obtuvo una renta anual de ciento sesenta escudos, en tanto que a Cervantes, cuando pidió uno de los cuatro puestos vacíos en el Nuevo Mundo, se le 34 despachó con esta desdeñosa respuesta: »¡Busque por acá en que se le haga merced!« ¡Qué sarcasmo! ¡Qué descaro! ¡Qué modo tan indigno de insultar a la pobreza, al mérito, a. la virtud y al talento! ¡Que buscara por acá en que se le hiciera merced, y había visto siempre Cervantes desatendidas sus solicitudes! ¡Que buscara por acá en que se le hiciera merced, y eso lo decía aquel rey que no una, sino muchas veces, fue rogado por Cervantes y su familia para que los protegiera, y, sin embargo, los olvidó y despreció! Y, para colmo, aquel mal hombre y peor clérigo, llamado Juan Blanco de Paz, delator de Miguel y sus compañeros de cautiverio en Argel, durante su última tentativa de fuga, logró que Felipe II le hiciese merced de doscientos ducadosl Lo cual quiere decir, ni más ni menos, que el monarca-déspota premiaba a sus subditos no por sus méritos y servicios a la patria, por grandes que fuesen, sino en función de si eran eclesiásticos o aduladores, o no, sin importarle su ¡baja calidad humana y traidora!3 Tan monstruosas injusticias no pudieron no encontrar eco en el alma de Cervantes, héroe de Lepanto y cuatro veces héroe en Argel. Y así sucedió en realidad: a la muerte del monarca en 1598, cuando se construyó en su memoria un enorme y costosísimo catafalco, Cervantes aprovechó la ocasión para componer un ingenioso soneto intitulado »Al túmulo del rey Felipe II« cuyos versos presento a continuación: Voto a Dios que me espanta esta grandeza, y que diera un doblón por describilla. Porque ¿a quién no sorprende y maravilla Esta máquina insigne, esta riqueza? ¡Por Jesucristo vivo, cada pieza Vale más de un millón, y que es mancilla Que esto no dure un siglo, oh gran Sevilla, Roma triunfante en ánimo y nobleza! Apostaré que el ánima del muerto Por gozar este sitio hoy ha dejado La gloria donde vive eternamente. Esto oyó un valentón, y dijo: Es cierto Cuanto dice voacé, señor soldado, Y el que dijere lo contrario, miente. Este soneto ha hecho correr mucha tinta y generó puntos de vista cual más encontrados. Así, los hispanistas conservadores sostienen que expresa la gran veneración y afecto de Cervantes hacia Felipe II. No pongo en duda que existieran en él tales sentimientos en la juventud, pero de ninguna manera, en su madurez, sobre todo, después que vio lo disparatado de su política y su hipocresía religiosa: 3 Rodríguez Marín, Francisco: El doctor Juan Blanco de Paz. (En Estudios cervantinos, pág. 408). 35 desatendidas sus indicaciones sobre lo que debía intentarse en Africa, invertidos los tesoros nacionales en inútiles guerras en Flandes, en suntuosas iglesias y basílicas, así como en reliquias mandadas traer de toda Europa católica. Del todo otro fue el sentimiento de un hombre de altos vuelos, sensato y superior, hacia el fautor de tantos desastres. El propio Cervantes lo tiene en muy alto concepto, cuando en el »Viaje del Parnaso«(IV) lo llama honra principal de mis escritos. Yo lo interpreto de este modo Yo el soneto compuse que así empieza (El más burlón quizá de mis escritos) Voto a Dios que me espanta esta grandeza... En efecto, analizándolo con objetividad, es decir, sin prejuicios sociales, políticos ni religiosos, descubrimos que en lo formal el soneto representa, sin duda, una joya literaria, pero no a tal grado que eclipsara todas las demás poesías suyas. El meollo del soneto hay que buscarlo, por lo tanto, en sus ideas. Estas, de facto ofrecen un abanico de ironías y sátiras, de mera apariencia fanfarrónica. La primera se refiere al colosal costo del túmulo en un tiempo en que el pueblo se debatía en la más pavorosa miseria; la segunda alude a la pomposidad del monarca, pobre en medio de su grandeza y frío en medio de su falso fervor religioso. Tratándose de un católico creyente, se entiende que abandone todos los bienes y fausto de la tierra por gozar un instante de la gloriosa presencia del rey de los cielos; y éste fue el deseo universal de todos los perfectos devotos de Dios. Lo inconcebible es, que un alma poseedora ya del cielo quiera escabullirse y dejar aquella magnificencia y esplendor por gozar de la vista de oropel y hojarasca, lo que prueba que en su sentir gustaba más Felipe de las apariencias que de la sustancia, de la vanidad ostentosa y perecedera, que de los bienes eternos, y de la jerarquía y ceremonias mundanas con preferencia a las cosas divinas. Y la tercera: el autor mezcló la más refinada sátira con la bizarría exagerada del carácter andaluz. Por cierto, ¿puede comprenderse que el hombre que había visitado y admirado las maravillas arquitectiónicas de Roma, elogiase de buena fe la máquina insigne, la belleza de aquel monumento de lienzo, pasta, papelón y madera, con dorados, colorines, luces y garambainas? ¿Podía haber espanto para Cervantes en la grandeza y relumbrón teatral del túmulo de Felipe II? ¡Ni por asomo! Estamos, por ende, ante una tremenda burla de un rey, cuya estatura de enano estaba en grotesco contraste con las dimensiones monumentales del túmulo. A la luz de lo anterior, podemos asentar que la España oficial ha sido para Cervantes más madrastra que madre. Este hecho tan ignominioso para las clases directoras de aquel tiempo, tiene por añadidura un final aún más deshonroso. Tengo en la mente la muerte y el sepelio del magno novelista. Efectivamente, finaba Lope de Vega o Calderón o cualquier otro luminar de las letras españolas, y todos se disputaban el honor de elogiarlos. La muerte de esos literatos famosos era un evento de tacado, sus exequias, casi un duelo nacional. Pero fenecía Cervantes y ¡qué frialdad, qué desdén, qué sepulcral silencio se notaba! Parece que todos, la nobleza y el clero y el pueblo, los poetas y los simples mortales, se confabularon a fin de pasar inadvertida la muerte de Cervantes. Así lograron sus enemigos lo que 36 anhelaban. Así consiguieron que el más grande genio que ha engendrado España muriese en una pobre vivienda, sumido en la indigencia más espantosa, rodeado sólo de una esposa apesumbrada, de un sacerdote virtuoso y de algún amigo sincero; asi fueron conducidos sus despojos mortales, casi de limosna, s.in pompa ni cortejo, a las Trinitarias de Madrid. Dos misas del alma por todo viático espiritual, el burdo sayal franciscano por toda vestimenta y un tosco ataúd de los de caridad, eso fue todo. Ni lápida, ni la menor indicación de a quien se enterraba. Ninguna ofrenda floral adornaba su sepulcro, sólo Francisco Urbina y Luis Francisco Calderón, inngenios medianos, pero almas sinceras, cantaron sus alabanzas y pusieron humildes flores sobre su tumba. ¡Qué vergüenza indeleble para aquella sociedad santurrona que se autollamaba cristiana, pero obraba como la más abominable escoria de la humanidad! No menos indigna e inverecunda fue la manera con que trató a Cervantes y su familia, el propio rey-tirano, Felipe II. Este monarca al que la historiografía española tradicional presenta como un rey grande, excelso, magnánimo, pío y prudente, de facto no fue sino un individuo vil hipócrita, astuto, vengativo y cobarde. Sin vocación bélica, nunca tomo parte en guerra alguna. Sus armas consistían en simulación, maquinación y asesinatos. Todos los días asistía a misa, pero provocó la muerte de su primogénito, don Carlos; se consideraba el primer católico del mundo, pero invadió a Portugal, no menos católico que España, en vez de liberar a los cristianos cautivos deArgel; se tenía por pío, pero mandó a degollar a los proceres flamencos, Egmont y Horn, y estrangular en secreto al barón de Montigny, y puso precio a la cabeza del príncipe de Orange, gobernador de Flandes y paladín de la libertad e independencia de los Países Bajos. En cuanto a Cervantes, Felipe II sabía perfectamente que el autor del QUIJOTE se había distinguido heroicamente en Lepanto: a él le constaba que había merecido recomendaciones de hombre tan íntegro y capitan tan célebre como don Juan de Austria. A sus oídos habían llegado no una sola vez las quejas de los desvalidos padres y los lamentos de la desventurada hermana del cautivo... Y, sin embargo, aquel rey »prudente«, »pió«, »justiciero«, »excelso« y »magnánimo«, se mostraba, ruin y bajo despreciando el heroísmo y la virtud; y era impío y cruel, porque exacerbaba más y más los padecimientos de aquella desatendida familia con su indiferencia reprensible; y era, en fin, por todo extremo injusto, porque no tuvo decisión de reconocer en Cervantes un gran soldado, cuando en 1578 se le rogaba tomase en cuenta sus grandes méritos y acciones, ni tuvo tampoco la prudencia de reconocer en él, en 1585, un ilustre escritor, como lo acreditaban ya algunas de sus obras literarias. Mas, no extrañemos, después de todo, tal conducta. En vista de los asesinatos antes mencionados, no podía proceder de otra manera con el héroe de Lepanto. Felipe II era un compuesto de miserias, de venganzas de ruindades, de hipocresía, de maldad y de ingratitudes. Cervantes, en cambio, era la personificación de la grandeza, del heroísmo, de la magnanimidad y del altruismo. Por ello, la historia objetiva, que es el mejor juez, ha puesto a cada uno en su lugar: En tanto, Felipe II representa a uno de los monarcas absolutistas más mezquinos, pusilánimes, santurrones y ultrarreaccionarios, el nombre de Cervantes brilla siempre más y más, conforme pasa el tiempo. Su obra cumbre - EL QUIJOTE - sigue traduciéndose a nuevas lenguas y continúa estampándose en 37 nuevas ediciones. En breve, como escribe el mismo Cervantes en »el Viaje del Parnaso«, por conducto de Mercurio quien dice: Tus obras los rincones de la tierra llevándolas en grupa Rocinante Descubren y a la envidia mueven guerra... Universidad Nacional Autónoma de México 38